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18/06/2023

Aguafuertes del Nuevo Mundo

Ataque criminal sobre la Plaza

Ataque criminal sobre la Plaza | VA CON FIRMA. Un plus sobre la información.

El 16 de junio de 1955, un total de 37 aviones de guerra de la Armada descargaron en Plaza de Mayo 9 toneladas y media de bombas. Asesinaron a más de 300 civiles. Varios de los criminales persistirían en sus prácticas genocidas. Casi siete décadas después, algunas situaciones se mantienen invariables.

Ricardo Haye *

El viernes pasado se cumplió un nuevo aniversario del bombardeo sobre Plaza de Mayo.

Sucedió hace 68 años (el 16 de junio de 1955), constituyó el bautismo de fuego de la aviación argentina y se convirtió en el único antecedente en toda la historia de la humanidad en que pilotos de un país bombardearon a sus propios compatriotas. Una referencia singular, triste y vergonzosa.

La tragedia comenzó a las 12:40, en el horario reposado del almuerzo. Treinta y siete aviones de la armada de guerra argentina comenzaron a sobrevolar la plaza histórica y le descargaron 9 toneladas y media de explosivos.

El ataque fue tan bestial que la cantidad de bombas arrojadas resultó superior a las que pilotos nazis lanzaron sobre Guernica durante la Guerra Civil Española, con la obvia diferencia de que en el episodio europeo eran alemanes matando vascos y aquí, como señalamos, eran argentinos asesinando a sus paisanos.

El bombardeo se extendió hasta las 6 menos diez de la tarde. Fueron más de cinco horas de una agresión infame. Desde el vamos, la CGT decidió convocar a los trabajadores a defender al gobierno. El presidente Perón reclamó a los gremialistas que no lo hagan, para que el conflicto se resolviese entre militares. Los sindicalistas decidieron no acatar el pedido y en torno a la Casa Rosada rápidamente se juntaron varias decenas de miles de personas. La plaza era un hervidero y esa figura pronto se iba a volver una dolorosa realidad.

Desde el cielo seguían cayendo bombas de fragmentación de trotyl y una lluvia de balas 7,62 y 20 mm. Las piezas artilladas de los criminales podían realizar en conjunto hasta 570 disparos por minuto, lo que da una idea clara del enorme poder de fuego del que disponían frente a una población indefensa.

Cuando se quedó sin municiones, un piloto de la marina, el teniente primero Carlos Enrique Carus, demostró que lo que le sobraba era crueldad. Desde el caza Gloster Meteor que tripulaba, descargó sobre la multitud un tanque suplementario de combustible. En el infierno que desató, decenas de trabajadores murieron calcinados.

Obviamente la masacre tenía el propósito de asesinar al mandatario, elegido democráticamente por la ciudadanía. Los comicios habían tenido lugar cinco años antes, en 1951, y en ellos Perón alcanzó su segunda presidencia, ampliando su anterior base de electores, ya que obtuvo más de un 62 por ciento de los votos.

Sin embargo, la decisión soberana les importó poco a los militares, que venían conspirando desde tiempo atrás con el acompañamiento ominoso de conspicuos jerarcas religiosos y secuaces civiles. Entre estos últimos se anotaban dirigentes políticos como Miguel Ángel Zavala Ortiz, de la UCR; Américo Ghioldi, del Partido Socialista; Guido Di Tella, de la Democracia Cristiana, y otros esperpentos del Partido Demócrata Nacional y el nacionalismo católico.

La cruenta intentona procuraba producir un golpe de Estado y fue tan feroz y sanguinaria que provocó la muerte de más de 300 civiles, personas que estaban desarmadas y resultaron arteramente asesinadas. Ese número circunscribe solo a quienes lograron ser reconocidos, ya que hubo una cantidad no determinada de víctimas cuyos cadáveres no lograron ser identificados como consecuencia de las mutilaciones y carbonización causadas por las deflagraciones. Además, durante el bombardeo y los combates que siguieron, otras 700 personas resultaron heridas.

El epicentro del ataque fue la plaza histórica, el lugar en que se produjeron algunos de los acontecimientos más destacados de la historia argentina. En torno de la Plaza de Mayo se agazapó el demonio de la fiebre amarilla en 1871. En la fuente de esa plaza se mojaron los pies cansados los “grasitas” que en el ’45 fueron a exigir la libertad de su líder. Y diez años más tarde sería el lugar en el que las bombas iban a partir el invierno porteño. Después, la Plaza de Mayo estaba llamada a ser el escenario de convocatorias y puebladas y convertirse en el Ágora de nuestros días.

Pero en el ’55 fue el sitio en que 132 aviadores militares y un civil mutilaron y asesinaron a sus propios conciudadanos. Lo hicieron desde 37 aparatos de la aviación naval que inmediatamente utilizaron para darse a la fuga y refugiarse en Montevideo.

Es significativo revisar los nombres de esos criminales, porque en el futuro iban a persistir en sus prácticas genocidas. Allí estaban Emilio Massera, edecán del Ministerio de Marina, y su hermano el teniente de navío Carlos Massera, y también Osvaldo Cacciatore, que en la dictadura de Videla sería impuesto como intendente de la misma ciudad que había bombardeado dos décadas antes. Otro de los conjurados fue Carlos Suárez Mason, alias “Pajarito”, quien participó de los golpes de estado de 1966 y 1976 y que comandó los centros clandestinos de detención de la provincia de Buenos Aires durante la última dictadura. También intervino el capitán de navío Francisco Manrique, que luego se reconvirtió en dirigente político e inclusoen 1973 intentó llegar a presidente bajo el sello de la Alianza Popular Federalista, un grupo de derecha.

Ellos son el ejemplo más palmario de lo que se consigue cuando los crímenes de lesa humanidad no son castigados; cuando el atropello contra el Estado y las instituciones democráticas es perdonado.

A los sectores reaccionarios y conservadores les molestaban asuntos que todavía hoy los perturban: la nacionalización de empresas y recursos claves para nuestra economía, que estaban en manos de capitales extranjeros, la transformación de la clase obrera en un actor decisivo de la escena política, la proyectada división de la iglesia y el Estado, la aprobación de la ley de divorcio, las conquistas sociales alcanzadas en la década peronista.

La incipiente movilidad social ascendente tampoco despertaba entusiasmos entre grupos defensores del statu quo, que profesaban un inocultable odio de clase y vociferaban su desprecio por lo que concebían como un “aluvión zoológico”.

A casi siete décadas de aquella demostración de barbarie algunas situaciones se mantienen invariables. Cuando lo consiguen, los desheredados de la tierra siguen sobreviviendo como pueden. Pero algunos actores sociales que habitan el otro extremo de la pirámide ya no se conforman con la subsistencia de las asimetrías: quisieran exterminar de la faz de la tierra a esos desharrapados que apenas comen o no comen, y que malviven durmiendo a la intemperie o en el interior de un cajero automático al que en una mueca difícilmente graciosa han caracterizado como ‘monoambiente’.

Todavía no se atreven a atacar con aviones, pero compran pistolas taser y su policía reprime con un entusiasmo digno de mejor causa. Han renunciado a cualquier eufemismo y anuncian medidas salvajes de ajuste.

Es tan despiadado el discurso que hasta sus propios acólitos manifiestan preocupación por las brutalidades que se gestan. Una de las propias fundadoras del principal espacio de oposición teme que ese ajuste en preparación sea de carácter brutal y que incluya la decisión de “reprimir hasta matar si es necesario”. Casi como si quisiera poner en remojo la barba que no tiene, o quizás abriendo el paraguas desde ahora, la dirigente preanunció que "vamos a terminar en un juzgamiento por delitos de lesa humanidad".

Vale la pena insistir: sorprendentemente todo esto lo dice una referente del mismo sector en el que presumiblemente se cuece el caldo de las desgracias.

En estos días convulsos y expectantes de nuevas tragedias, la revisión de aquellas imágenes de vuelos rasantes que vomitaban odio, plomo y explosivos en partes iguales provocan consternación, conmueven y llaman a la reflexión ante un porvenir que amenaza con la recurrencia del fratricidio. Y ni siquiera nos queda el consuelo de que la atacante sea una dictadura, porque los voceros que lo anticipan y se preparan para ejecutarlo se presentan en sociedad como si fueran patriotas republicanos y demócratas.



(*) Docente e investigador del Instituto Universitario Patagónico de las Artes.
29/07/2016

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