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11/06/2023

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Borges, las calles y la patria

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Se cumplen cien años de la publicación de “Fervor de Buenos Aires”, primer libro de poemas de Jorge Luis Borges. En sus versos el autor reivindicó que las calles “son la patria”. Un siglo más tarde, un energúmeno quiere privatizarlas.

Ricardo Haye *

En 1923, un joven Jorge Luis Borges publicó su primer libro de poemas. Lo llamó “Fervor de Buenos Aires” y tuvo una pequeña tirada de alrededor de 300 ejemplares, que fueron editados por el propio autor. Posteriormente el texto volvería a ver la luz en versiones revisadas por Borges para -según su testimonio- limarle algunas asperezas. Pero desde aquella publicación liminar han pasado ya cien años durante los cuales la figura del escritor se agigantaría, sin eximir a su pensamiento político de miradas polémicas y criterios encontrados. Su talento literario, sin embargo, siempre se elevó más allá de cualquier controversia.

Uno de los poemas incluidos en el texto ahora centenario fue “Las calles”, de las cuales Borges confiesa que forman parte de sus entrañas. Pero no las arterias del centro porteño, incómodas de turba y ajetreo, sino las callecitas desganadas del barrio, casi invisibles de habituales, enternecidas de penumbra y de ocaso. Y todavía más, aquellas más distantes, rodeadas de árboles piadosos y de casitas austeras, desperdigadas y abrumadas por inmortales distancias.

Esa geografía plácida establecía para Borges una promesa que aplacaba soledades a través de sus miles de almas singulares.

El poeta exhibía la aguda sensibilidad que le causaba ese paisaje chato de calles que se desplegaban hacia el oeste, el norte y el sur. En los versos que rematan el poema afirmaba que esas calles son también la patria y expresaba una esperanza: “ojalá en los versos que trazo estén esas banderas”.

El concepto de “patria” sufrió reiteradas agresiones desde que aquel muchacho veinteañero se lo atribuyese a esas calles que ahora un político energúmeno propone privatizar.

Algunos no te han respetado la voluntad, Borges. Esas banderas que tus versos quisieron trazar se desdibujan, igual que los dos o tres colores del patio que otro poema nos cuenta que se cansan con la caída de la tarde. Las banderas evanescentes, sin embargo, deben su desvanecimiento a la insensibilidad de personas que no comparten las impresiones de apego hacia lo nuestro.

Esta no es una reivindicación patriotera del terruño. No nos conmueven los alardeos exagerados y superficiales que únicamente constituyen una pose, un artificio y nunca una convicción leal.

Por el contrario, una mueca de simpatía nos cruza el rostro cuando recordamos al español Miguel Gila, aquel que proponía monólogos desopilantes y reflexivos a través de su cómplice y su muleta: un teléfono. Una de las opiniones que solía reiterar es que la patria es un invento de los poderosos para que la gente sencilla diera su vida y su sangre por los intereses de esos mismos poderosos.

En esa línea cuestionadora, el filósofo ruso Mijaíl Bakunin, a quien se considera uno de los padres de esa corriente de pensamiento tantas veces distorsionada como es el anarquismo, repetía aquello de que "mi patria es el mundo; mi familia la humanidad".

Pero esas manifestaciones de espesor humanista y preocupación por la gente de a pie no obstan a que atendamos y consideremos la dimensión emocional y afectiva que prospera al calor de lo próximo, lo inmediato, aquello que nos conmueve más porque conocemos mejor.

Una vuelta de tuerca interesante y provocativa es la que supuso la afirmación de que “la patria es el otro”. Quizás la frase esté verbalizando la voluntad de romper el cerco de egoísmo individualista; tal vez patentice la intención de contener a los que opinan distinto en un espacio en el que puedan convivir formas de pensar diferentes (aunque en ese caso probablemente sería más acertado proponer “la patria tambiénes el otro”).

Mentar a la patria en un tiempo de desenfrenadas prácticas globalizantes entraña el riesgo de incurrir en categorías anacrónicas, sobre todo cuando la enunciación involucra una asignación de valor de cuño fundamentalista. La asociación con reivindicaciones nacionalistas ha tenido aplicaciones profundamente anti solidarias y muy poco fraternas, cuando no totalitarias, si el planteo se formulaba desde el nacional-socialismo o sus adyacencias.

Las tensiones también se dejaron sentir cada vez que el internacionalismo volcó sus energías en la reivindicación de la cooperación política o económica entre pueblos y naciones.

En cualquier caso, sin afanes excluyentes ni vocación de postergar a nadie, la dimensión emotiva y afectiva de la palabra “patria” es algo palpable en las voces de algunos y una impostación hipócrita en las expresiones de otros.

La proyección de su sentido profundo más allá de nuestras fronteras es equivalente a las emociones que a Borges le despertaban las callejuelas sosegadas de los suburbios, solo que no es grato concebirnos como parte de un “centro” que mire por encima del hombro a sus arrabales.

Cuando “patria” desborda referencias limítrofes caprichosas y trasunta convicciones inclusivas y decisiones que privilegian el bienestar colectivo antes que prerrogativas individuales o sectoriales, adquieren presencia aquellas banderas poéticas que Borges quiso trazar en sus versos iniciáticos.

A medida que nos acercamos al inminente horizonte electoral es imprescindible discernir desde qué lugar y con cuáles intenciones cada quien enarbola la consigna patriótica.



(*) Docente e investigador del Instituto Universitario Patagónico de las Artes.
29/07/2016

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