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En la Argentina, Álvaro es un nombre rápida y fácilmente asociable a una parte trágica de su historia. Todo porque un sujeto portador de esa designación y apellidado Alsogaray fue un político, militar y economista que impulsó las ideas del liberalismo económico a lo largo de gran parte del siglo 20.
Era un férreo antiperonista y tan sinuoso como para haber sido funcionario en dictaduras y en gobiernos surgidos de elecciones, pero en cada caso lo hizo reivindicando ideas ortodoxas, que ensalzaban las privatizaciones, el achicamiento del Estado y el fomento permanente a la iniciativa privada.
En nuestros días, otro Álvaro, pero de ideas sustancialmente distintas, ha venido a intentar acercar equilibrio en la significación histórica de un nombre.
Se trata de un intelectual boliviano que supo ser vicepresidente de su país durante más de una década y que obtuvo refugio en la Argentina cuando el gobierno que integraba sufrió una asonada destituyente en 2019.
Se llama Álvaro García Linera y ha sido uno de los arquitectos de las profundas transformaciones experimentadas por Bolivia durante el período en que la gobernó junto a Evo Morales.
A los 60 años ya ha aquilatado una vasta obra escrita, algunos de cuyos títulos son: “Sociología de los movimientos sociales en Bolivia”; “Las armas de la utopía”; “Socialismo comunitario: un horizonte de época”; “Forma valor y forma comunidad de los procesos de trabajo”; “Crítica de la nación y la nación crítica” y “De demonios escondidos y momentos de revolución”. Esas nomenclaturas nos acercan una idea de por dónde circulan sus convicciones.
En 2012 este Álvaro biempensante disfrutó de un privilegio al que pocos tienen acceso: su casamiento con una periodista e ingeniera comercial boliviana -celebrado con un rito aimara en el sitio arqueológico de Tiwanaku-, contó con la asistencia de dos Premios Nobel de la Paz: la guatemalteca Rigoberta Menchú y el argentino Adolfo Pérez Esquivel.
Hace algo más de una semana, García Linera concurrió a la Cámara de Diputados de la Nación donde participó de un acto conmemorativo al cumplirse 40 años de la recuperación de las instituciones argentinas. Allí sostuvo que "sólo una ampliación de la igualdad económica de nuestras sociedades permitirá defender la democracia como algo inherente al sentido común popular".
En la etapa que están atravesando las sociedades y el capitalismo global, el pensador considera que nos encontramos “ante las señales clarísimas de un crepúsculo del modelo de acumulación” que fue predominante durante las últimas cuatro décadas. El propio Fondo Monetario Internacional alerta de cómo las encuestas mundiales confirman la sistemática declinación del apoyo social a la globalización".
Esta es una época de "perplejidad cognitiva" en la que entran en crisis los horizontes predictivos. García Linera atribuye a esa razón que la sociedad en su conjunto, sus líderes políticos y sus intelectuales, no puedan trazar cursos de acción posibles con la suficiente credibilidad y comprobación como para despertar entusiasmos colectivos duraderos.
Ese diagnóstico que hace resaltar la escasez de rutas confiables, tal vez sirva también para comprender el atractivo que despiertan incluso algunas propuestas descabelladas.
¿Por qué sino habría personas entregándose a unos cantos de sirenas que no solo proponen volver a recetarios que han fracasado reiteradamente sino que ahora añaden dosis de irracionalidad y de absurdo?
Lo grave, siguiendo el hilo conceptual que propone García Linera, es que mientras este interrogante continúa aturdiendo nuestras neuronas, las formas de imaginar el porvenir colectivo se encuentren paralizadas.
En los últimos días, el exvicepresidente de Bolivia presentó su libro más reciente, “La comunidad ilusoria”, ocasión que sirvió como excusa para analizar la coyuntura global y llamar a la audacia de los partidos progresistas.
Según su criterio, este tipo de gobiernos "solamente puede avanzar si corre. Cuando se detiene para tomar descanso, retrocede”. La figura es terrible porque la carrera no es equitativa, sostiene García Linera. “Cuando la derecha corre y se detiene, todo el mundo le da agüita, le ventea con un abanico. Pero cuando el progresismo se detiene, le dan a la rodilla para romperle los huesos”, señala. Y enseguida reclama:
“No te detengas nunca. El detenerte es tu derrota inevitable. Sigue corriendo. Arrástrate. Pero que siempre haya correspondencia entre el discurso que emites como gobernante y la sensibilidad y el sentimiento de la gente".
Parecía ser una exhortación teledirigida al actual gobierno argentino, al que -como se recordará- la propia Cristina Kirchner caracterizó como cooptado por la “Agrupación Amague y Recule”.
Según la apreciación del autor cochabambino, el presente y el diseño del futuro únicamente pueden encararse con cuotas importantes de resolución, firmeza y determinación.
Si la propuesta de gobierno no se vitaminiza continuará cediendo terreno ante opciones de derecha que aparentan estar sintonizando necesidades populares. Es solo una figuración ilusoria, una conjugación imposible y que además no puede ser. Pero, a veces, las fantasmagorías alcanzan tal presencia en los imaginarios sociales que algunos distraídos pueden llegar a confundirse.
Ante una realidad apremiante la demanda no puede comenzar y acabar en quienes hoy ejercen la función pública (un funcionariado del cual se sospecha que posee piezas que “no funcionan”). Esta exigencia debe comprometer e involucrar a todas las voluntades del campo progresista para volver realidad aquello que se reclama pero que, como penoso antecedente, ya se salteó en 2019: la edificación de un plan integral de gobierno, condición insoslayable para que no volvamos a estar unidos apenas por el espanto.
La vicepresidenta se mostró a la cabeza de ese reclamo. Ahora que está en el llano, ¿podrá conservar influencia no solo para impulsar la discusión sino para determinar el norte que oriente las conversaciones en ese hormiguero despavorido en que podría convertirse el peronismo? ¿Cuál será el concepto que guíe las políticas públicas? ¿Desde qué actitud serán conducidas las negociaciones con el FMI? ¿Qué lineamientos se aplicarán en la definición de nuestra política exterior? ¿Dentro de ella, qué relaciones serán privilegiadas? ¿Qué se propondrá en materia de política económica, reestructuración de la matriz productiva y distribución del ingreso? ¿Qué posición sentará el actual oficialismo en relación con el extractivismo y la protección ambiental? ¿Cómo serán encaradas la política salarial y las negociaciones colectivas de trabajo? ¿Desde qué perspectiva serán abordadas la inseguridad y conflictividad social? ¿Qué papel será asignado a las políticas asistencialistas para sectores sociales vulnerables? ¿En dónde será puesto el acento: en el gasto público o en la inversión social? ¿Desde qué tipo de sensibilidad social se definirán las políticas educativas, habitacionales, sanitarias? ¿Será promovida una reforma impositiva basada en principios de equidad social? ¿Qué puede esperar la población adulta mayor en materia previsional? ¿Habrá modificaciones en las políticas de derechos humanos? ¿Cómo enfrentar de aquí en adelante a los sectores desbocados de un Poder Judicial progresivamente más impresentable a cada momento? ¿Existe conciencia de la necesidad de reponer la Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual? Y, antes de seguir enumerando asuntos esenciales: ¿alguien puede creer que cada uno de estos interrogantes cosechará las mismas respuestas, capacidades equivalentes y similar énfasis con cualquier integración del binomio escogido para defender el programa finalmente elaborado?
Sin la presencia de una líder del predicamento de Cristina actuando como cemento entre los grupos confluyentes, tampoco sería descabellado preguntarse por las seguridades de arribar a acuerdos firmes que garanticen la unidad en el tiempo, por encima de los egos, apetitos y matices (e incluso diferencias sustantivas y profundas) de los distintos comensales.
(Todavía permanece fresco el recuerdo del “fuego amigo” que, en 2015, sepultó las posibilidades de Aníbal Fernández en la provincia de Buenos Aires y resultó decisivo para que Macri llegara a la Casa Rosada).
Para que la tarea inconducente de mirar las musarañas no consuma nuestras energías y nos impida encontrar los caminos hacia el mejor porvenir es imprescindible perseverar en la vocación de ir más allá de lo aparente o ver bajo el agua.
En esa tarea siempre es valioso el acompañamiento de las personas esclarecidas que nos ayudan a pensar mejor, eso que tanto temen los defensores del statu quo, históricamente aferrados a sus privilegios. Voces como las de García Linera convocan a que lo instituido no cancele o postergue lo instituyente.
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