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En un país futbolero como el nuestro, no se puede prescindir de un hecho tan convocante: está en pleno desarrollo el Mundial de Fútbol de Qatar. El tema es si podemos utilizar este acontecimiento para ir más allá de lo estrictamente deportivo.
Hay jugadores, técnicos y simpatizantes que -en la medida de sus posibilidades- hicieron conocer sus cuestionamientos por la situación social de sometimiento que viven algunas minorías en esa región del mundo. Es una estimable iniciativa que choca de frente con la actitud de una poderosa empresa transnacional como la FIFA, que limita hasta niveles exasperantes las posibilidades de manifestarse de las personas.
La autoridad mundial del fútbol les negó a los capitanes de algunas selecciones la utilización de un brazalete con el que querían expresar su apoyo a la inclusión y la diversidad.
Sin embargo, en las tribunas de los prodigiosos estadios qataríes el mandamás de la FIFA, el ítalo-suizo Gianni Infantino, no tuvo más remedio que fotografiarse junto a un par de ministras de Bélgica y Alemania que lucían esa cinta conflictiva.
El mismo equipo de Alemania encontró una manera elocuente de mostrar su disgusto con las restricciones al posar en el campo de juego con una mano tapándose la boca. El cuestionamiento a la censura se volvió viral, aunque la transmisión televisiva global prefirió no mostrarlo.
Estas Aguafuertes no quieren conformarse con los cuestionamientos realizados a sociedades que se rigen con pautas culturales determinadas por una fe religiosa en particular.
En algunas iglesias católicas de los Estados Unidos se está regresando al hábito de impartir la misa en latín. Y ya que hablamos de hábitos, las mujeres que concurren a los oficios religiosos vuelven a cubrirse con mantillas, como "símbolo de humildad y femineidad".
Pensar en “El cuento de la criada” quizás resulte una exageración producto de las imaginaciones más desenfrenadas, pero la novela de Margaret Atwood que llegó a la televisión hace un lustro nos interpela cual alegoría desafiante.
En esa distopía la degradación ambiental corre pareja con la que exhibe la humanidad, que intenta formatear la comunidad sobre la base del fundamentalismo religioso. La consecuencia es una configuración social presidida por la violencia, la discriminación y la hipocresía.
Conviene reiterarlo: solo se trata de una ficción, pero las salidas autoritarias que denuncia no están demasiado alejadas de las que plantean muchas opciones electorales recostadas sobre la extrema derecha del arco ideológico.
Es ese flanco el que promueve el oscurantismo, el que estratifica a los seres humanos en virtud de privilegios de cuna a los que intenta disfrazar de “méritos”. No somos virtuosos por nacer con un género específico o con una tonalidad de piel en particular. Nuestras virtudes son las que llegamos a desarrollar a través de la crianza en hogares sin necesidades básicas insatisfechas. Nuestras capacidades son las que potencia una educación que es mucho más enriquecedora cuando es universal, porque nos nutre desde la diversidad. Las posibilidades de ser mejores nos las brindan las sociedades inclusivas y contenedoras. Crecemos y hacemos prósperas a nuestras comunidades cuando tenemos acceso al trabajo, a la salud, a la alimentación y a la vivienda digna.
Todo eso está en riesgo cuando las sociedades giran a la derecha y erigen cárceles de prejuicios morales y religiosos. Esos comportamientos no son patrimonio de una región del mundo en especial. Se manifiestan en cada lugar del planeta en que a alguien se le niegan derechos. Y es mucho más siniestro cuando esas conductas son avaladas por decisiones electorales masivas o mayoritarias que inconscientemente comprometen su propio destino.
Nosotros, los electores, los que distribuimos responsabilidades dirigenciales, los que decidimos -en definitiva- tenemos que ser criteriosos para no encumbrar a los talibanes que amenazan sin tapujos con hacernos retroceder en el tiempo.
Porque ya no fingen ni disimulan: prometen eliminar conquistas sociales históricas, como el aguinaldo o las vacaciones pagas, y quitar cualquier restricción a los despidos injustificados de trabajadores, pero también anuncian medidas disolventes del Estado, como suprimir la educación o la salud pública y cuanta pesadilla por el estilo podamos imaginar.
Si no demostramos sensatez al elegir, después será demasiado tarde para lamentos.
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