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Como si, de pronto, perdieran todas las inhibiciones, los referentes de la ultraderecha se radicalizan y asumen posiciones cada vez más atrevidas y explícitas.
No se trata de una situación aislada y no sucede solo en algún lugar remoto del planeta. Viene ocurriendo sincronizadamente en diversas sociedades en las que prende fácilmente el discurso del odio.
Las posturas protofascistas que reverdecen fueron anticipadas por dirigentes como Silvio Berlusconi, Donald Trump o Jair Bolsonaro; encarnaron en la figura de la usurpadora del gobierno boliviano, Jeanine Áñez (actualmente condenada a diez años de prisión por delitos de terrorismo, sedición y conspiración) y hoy se manifiestan vigorosamente en España, a través de la agrupación Vox; en Italia con Forza Nuova de Roberto Fiore, La Liga de Matteo Salvini y Hermanos Italianos, de Giorgia Meloni; o en Hungría, donde ya gobierna un régimen nacionalista, conservador y autoritario que reivindica el “estado liberal”, por citar algunos de los ejemplos más destacados.
Adherentes de Aurora Dorada, el grupo de extrema derecha griego, manifestándose en Atenas en octubre de 2014.
Incluso en Alemania, que por su pasado debería estar vacunada contra esta enfermedad de las instituciones, surge una fuerza ultraderechista en crecimiento que, para que no se diga que carece de representación por género, es liderada por una mujer y un hombre: la parlamentaria Alice Weidel y el abogado y publicista Alexander Gauland. Esta deriva hacia el extremismo de derecha, además, moduló en clave moderada hasta la imagen de la excanciller Ángela Merkel, quien tuvo una mirada más considerada con los inmigrantes que llegaron a su país en busca de mejores posibilidades de vida.
Agrupaciones y figuras como las que aquí anotamos, también están presentes en Francia, Suecia, Finlandia, Dinamarca, Holanda, Colombia y en donde uno elija mirar.
José Antonio Kast, ex candidato a presidente por la ultraderecha en Chile.
Cerca de nosotros, en la última elección presidencial chilena, la posición la reivindicó José Antonio Kast, un dirigente cuyo padre fue oficial del ejército nazi y a finales de la Segunda Guerra Mundial obtuvo cobijo en el país trasandino. Kast no solo confiesa abiertamente sus simpatías pinochetistas, sino que se presenta en sociedad como un encarnizado crítico de lo que denomina “la derecha light”. Para esta gente, las tibiezas son inaceptables.
Algunos puntos en común de todas estas estructuras políticas son su oposición frontal a los movimientos migratorios y a los grupos sociales que actúan contra la discriminación por opción sexual o identidad de género. En este sentido proclaman su apoyo a la estructura familiar tradicional y mantienen un férreo alineamiento con los postulados de la Iglesia Católica. Por consiguiente, también son feroces opositores al aborto y cuestionan las legislaciones que los han convalidado. Incluso en los Estados Unidos se verifica en la actualidad un avance notorio de grupos conservadores que obtuvieron un pronunciamiento de la Corte Suprema de Justicia contra la resolución histórica de 1973 que legalizó el derecho al aborto en todo el país.
Según la organización Amnistía Internacional (AI), la marea antiaborto en el país norteamericano ocurre a pesar de que la opinión pública es favorable al derecho de las mujeres a decidir sobre su maternidad. Los sondeos, de los que AI se hace eco, consignan que siete de cada diez estadounidenses están en contra de revocar la ley actual. Sin embargo, muchos Estados de la Unión promueven una legislación que ignora la voluntad ciudadana y restringe la libre determinación -sobre todo- de las mujeres.
La politóloga Mariana Gallo señala que este auge de la ultraderecha se alimenta de cierto desencanto de la política. El crecimiento de los grupos reaccionarios canaliza miedos, frustraciones e incertidumbres; los articula y devuelve en forma de discursos de odio hacia distintas identidades sociales.
Estas manifestaciones virulentas están conectadas con una retórica antiestatal y antipolíticos, lo cual genera un ambiente de intolerancia y debilita la convivencia democrática. Incluso habilitan la violencia social y política, que se expresa de una forma cada vez más ilimitada y sin tapujos.
Como consignamos al iniciar esta columna, los enunciados de la derecha extrema abandonaron toda sutileza y ya no ocultan que ese sector propone una agenda totalitaria en el interior de la democracia.
De esa forma explicitan su odio chauvinista a lo extranjero y a los inmigrantes, sobre todo cuando vienen de países pobres o subdesarrollados.
Los grupos de derecha radicalizada también aborrecen a los gobiernos progresistas y reaccionan con una violencia simbólica inaudita contra los derechos conquistados o la voluntad de adquirirlos.
Las personas que se identifican con estos discursos retrógrados, están acostumbradas a utilizar expresiones peyorativas u ofensivas contra quienes piensan distinto a ellas. De ese modo, no se les caen de la boca términos como ‘zurdos’, ‘bolches’, ‘feminazis’, ‘aborteras’, ‘planeros’, ‘bolitas’, ‘pibes chorros’, ‘mapuches terroristas’ o ‘parásitos que viven del Estado’, entre otros.
Si revisamos en nuestros contactos, en las charlas con conocidos o incluso con familiares, bien podríamos plantearnos: ¿cuántas veces hemos escuchado estas palabras saliendo de sus labios?
Estas personas son las que les dan entidad a personajes de ideas arcaicas y bestiales que, a su vez, les retroalimentan su violencia interior con una prédica agresiva, incendiaria y totalitaria, que los medios de comunicación alineados con esa estructura de pensamiento amplifican hasta límites escandalosos.
En los días inclementes de este invierno, la noticia que confortó el espíritu alicaído de quienes eligen caminar por la senda soleada del progresismo, la justicia social y las políticas estatales inclusivas, es que uno de los emergentes más grotescos de la sombría vereda de enfrente cayó estrepitosamente en las encuestas. Milei no solo vio disminuir de modo contundente los indicadores que medían su imagen positiva, sino que una convocatoria de su partido en territorio del conurbano bonaerense apenas congregó a 1500 personas. Demasiado poco para quien amagaba con “comerse a los chicos crudos”. Impermeable a los cuestionamientos que recogen sus propuestas desaforadas, su última invectiva es contra el concepto mismo de humanidad, que rebaja al de mercancía, cuando reconoce que eventualmente los niños podrían ser objetos de compra y venta.
Francia Márquez y Gustavo Petro, fórmula presidencial electa en Colombia.
Otro aliciente para quienes rechazan las sendas sombrías provino de Colombia. Rodolfo Hernández, ex alcalde de Bucaramanga y postulante a la jefatura del Estado de aquel país que alcanzó el ballotage en las elecciones presidenciales de hace unas semanas, es otro cocoliche impresentable que, en una entrevista, declaró públicamente su admiración por Hitler. Después, como pobre excusa, se disculpó señalando que, en realidad, había querido decir “Einstein”. Hernández, además, es uno de los dirigentes que suele criticar duramente a los inmigrantes, sobre todo si provienen de países vecinos. Acerca de las venezolanas -por ejemplo- dijo que eran "una fábrica de hacer chinitos (niños) pobres".
Este individuo, que realizó toda su campaña desde su refugio dorado en Miami, no ganó la segunda vuelta, pero eso no puede hacer olvidar que captó el voto de más del 47% de los electores colombianos.
¿Qué pasó para que entre la primera vuelta y la definitiva del ballotage casi duplicara los sufragios obtenidos, pasando de seis a diez millones y medio de votos? Pues -simplemente- que estas elecciones sucedieron después de 214 años de gobiernos antipopulares, más de setenta de guerra y treinta de neoliberalismo, como recordaba en estos días el periodista Gerardo Szalkowicz en Nodal, el portal de noticias de América Latina y el Caribe. Y, además, que las fuerzas de derecha y las energías del establishment y el capital concentrado convergieron en la causa por frenar al candidato progresista Gustavo Petro. Una vez más, el miedo de los sectores privilegiados los hizo aglutinarse en apoyo de una candidatura farsesca, que logró remontar una cuesta pronunciada y caer derrotado apenas por un 3%.
Entre nosotros, las personas biempensantes que transitan por la vereda del sol deberían dedicar esfuerzos a diseñar y poner en marcha políticas que les permitan ganar la adhesión de los confundidos por cantos de sirena, los desilusionados, los que perdieron la esperanza y los que todavía esperan una oportunidad para vivir mejor. Eso que, aunque se los prometan, las opciones de derecha jamás van a ofrecerles.
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