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En «Eclipse de mar», Sabina y Luis Eduardo Aute dicen que “aprobó el parlamento europeo una ley a favor de abolir el deseo”. Don Julián, jubilado que pasa las horas junto a la radio, mira el aparato y sonríe con aire condescendiente. En sus años mozos, él también construía parábolas algo alocadas para las historietas que publicaba semanalmente.
La interpretación que siempre le ha gustado más de ese tema musical, es la de Juan Carlos Baglietto. Ahora mismo el rosarino canta eso de que “un golpe de estado ha triunfado en la luna y movidas así”.
La pava del mate está a punto y el viejo se sirve uno mientras piensa que la audacia metafórica de los españoles se ha ido quedando corta, porque la realidad viene sumando expresiones que dejan chiquitas sus alegorías.
No hay más que ver y escuchar a ese político desaforado que propone crear un mercado de órganos. En la canción que ahora termina de sonar en la radio, un anuncio como ese hubiese quedado como el anticipo de un futuro anti-utópico y perverso; una ocurrencia surgida de algún grupo de adherentes a las ideas del darwinismo social.
¡Qué cosa tan paradójica!, piensa don Julián. Concebir un porvenir distópico con una teoría que tiene 150 años…
Pero, claro -se corrige enseguida- no es la imaginación desbocada de alguien que sueña futuros apocalípticos. Es la propuesta de un dirigente de nuestros días. Uno de esos individuos que propone retroceder en el tiempo. Que quiere llevarnos de nuevo al 1870 de las series norteamericanas de vaqueros que Julián miraba de chico. Era la época en que todo el mundo andaba armado y gobernaba la ley del revólver. Justamente, es lo mismo que ahora propone el personaje mamarrachesco que en el último informativo de la radio clamaba por el derecho a la libre portación de armas.
Las dos cosas son congruentes: sobrevivirán los más fuertes, los más poderosos, los que en el mercado puedan pagar por lo que quieran conseguir, ya sea la pistola más letal o el corazón más apto.
De estas corrientes de pensamiento o de líneas consustanciadas con ellas el mundo recibió presentes griegos como el Ku Klux Klan, los grupos supremacistas, las ideas de superioridad de las razas o la línea que reivindica la selección artificial de las especies. La eugenesia propone formas de regulación en la propagación de la sociedad que suelen justificar la ejecución de crímenes y la negación de derechos.
¿Qué otra cosa fue la declaración oprobiosa de un miembro del máximo tribunal del país cuando negó que las necesidades deban ser atendidas mediante la generación de derechos?
Casi soldado a su mate, el viejo considera las desgracias que ese salvajismo conceptual trajo a la humanidad, y se conmueve al pensar que toda esa runfla criolla tiene posibilidades de llegar al gobierno en un futuro próximo y acechante.
Elvira está en cama. Hoy amaneció con dolores intensos en esa cadera que sigue esperando la prótesis necesaria. El viejo sabe que si los que hoy ya tienen gran parte del poder alcanzaran también el gobierno, todas las Elviras y Julianes del país reducirían sus expectativas y su calidad de vida.
Todavía siente en la piel la burla humillante de ese empresario que, a las risas, reconocía que su actividad principal en estos días es la remarcación de precios. Toda la claque que rodeaba a ese sujeto insensible, incapaz de cualquier empatía, le acompañó la guasa.
¡Qué pobres que estamos en humanidad!, piensa el veterano. Y mientras considera que el mate ya está menos caliente, como le gusta a Elvira, y se dispone a llevárselo a su compañera, advierte que en la radio ahora suena otra canción.
Asiente complacido, Julián. Definitivamente, Serrat tiene razón: entre esos tipos y yo, hay algo personal.
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