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Hace unas décadas discutir al populismo o, aun más, vivir en su “laboratorio” social, político y cultural era cosa de los países del “sur”. Se consideraba entonces que las elites bienintencionadas de ese sur de la periferia subdesarrollada y bajo democracias inacabadas debían mirar hacia el norte y sus democracias avanzadas si se proponían alguna vez romper con su atraso. Ese norte también era académico, con sus Universidades de Pittsburgh, de Notre Dame o Paris III y sus bien financiados programas de investigación sobre el desempeño democrático, que atraían a intelectuales y jóvenes profesionales del sur para que expliquen la rareza de los populismos latinoamericanos. Esa división entre norte y sur ya no convence a tantos como antes frente a la expansión mundial del fenómeno populista. Este se ha potenciado frente a las sucesivas crisis de las democracias “realmente existentes” o sea de aquellas que insisten en que deben ser solo liberales si quieren ser eficaces y duraderas.
Ciertamente, el populismo está presente en la vieja Europa democrática de la misma manera que en los EEUU. Igual que en el sobrio Canadá. Allí cuentan partidos nuevos o desprendimientos de los viejos junto a lideres que buscan capitalizar las desilusiones, los desencantos y la creciente desconfianza hacia sus propias experiencias democráticas. La polémica sobre el uso del término y su relación con la democracia, el desarrollo y el bienestar está en boca de los mismos jefes de Estado. Hace unos meses en Montreal, Barak Obama destacó el componente popular, de justicia social y democrático del populismo frente a un Enrique Peña Nieto que hizo uso del vocablo para adjudicarle todas las catástrofes de la civilización del siglo XX. Lo vulgata ahistórica del presidente mexicano es la misma que por estos día comparte Mauricio Macri.
¿El populismo es democracia? ¿Sus líderes y partidos viven de una democracia en la que no creen y por ende debilitan? ¿Si los populistas ejercen la democracia están guiados por una versión más cristalina? Si bien esas preguntas tienen su parecido, son de orden diferente. Aun así tienen en común que trabajan sobre “las democracias”, y no en una plataforma singular, aquella que remite a un régimen de partidos o cosa parecida donde colgar candidatos, elecciones periódicas y libertades contextuales.
Sin duda los populistas de antes y de ahora abordan el vocablo “democracia” desde su sentido plural. Sus defensores parecen entender mejor que otros de las dimensiones complejas y variadas de la democracia. Ellos pueden sostener, con fundamentos que solo las experiencias populistas pasadas o en marcha parecen saber más de democracias como regímenes políticos siempre en construcción basados en las pretensiones y necesidades de igualdad social.
Pierre Rosanvallon dice que el populismo es inherente a la democracia. Que esta es una entidad indeterminada, no acabada, de la misma manera que toda experiencia populista. En una expresión mas precisa Ernesto Laclau afirma: “cuando las masas populares que habían estado excluidas se incorporan a la arena política, aparecen formas de liderazgo que no son ortodoxas desde el punto de vista liberal democrático, como el populismo. Pero el populismo, lejos de ser un obstáculo, garantiza la democracia, evitando que ésta se convierta en mera administración". La democracia política como administración es común a un tipo de democracia pensada y practicada por elites que intentan alejar los pueblos o a “los de abajo”, de la crítica, la confrontación, la interpelación a toda forma de poder.
Siempre cuenta la sociología del populismo de la misma manera que la sociología de las democracias como regimenes que se inventan permanente. Rosanvallon tiene una línea adecuada: El populismo merece ser comprendido como fenómeno sociológico, y no ser simplemente rechazado en aras del statu quo de la democracia. Es el punto de encuentro entre un desencanto político, debido a la representación fallida, a las disfunciones del régimen democrático y a la no-resolución de la cuestión social de hoy en día.
Sin duda estas precisiones ponen en entredicho a las academias liberales-conservadoras y los políticos de igual sesgo. Esos que insisten en un populismo como forma política “mala” que a su vez es producido por una sociedad que no sabe o no quiere madurar. Las democracias son construida por los populismos de la misma manera que toda democracia es populista.
Hablemos de populismo (parte I)
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