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La lucha de los trabajadores y trabajadoras de salud se inscribe, sin duda, en las grandes gestas de la historia de Neuquén. Hacía tiempo que no se veía una protesta con tantas y variadas adhesiones. Si bien esa magnitud no se aprecia en las marchas y movilizaciones, el apoyo es claro.
Es el reconocimiento a quienes estuvieron en la primera línea de la pandemia. El agradecimiento a médicas, enfermeros, personal de servicios, que a pesar de las limitaciones y escasez de recursos, dejaron todo.
Los aplausos que se oyeron a las 9 de la noche durante la pandemia en gratitud a esa labor, se amplificó y multiplicó en las asambleas, piquetes y caravanas.
La fuerza enorme que tiene este reclamo no es casual. Es un legítimo pedido de aumento salarial pero, al mismo tiempo, la denuncia pública de un sistema de salud en decadencia del que sólo queda el esfuerzo y dedicación de los hombres y mujeres que lo encarnan y sostienen.
Quienes quieren ver en este conflicto sólo una interna gremial, se equivocan. También los que lo reducen a la manifestación de la antipolítica. No advierten que es la expresión genuina de un pueblo que puso bien alto el derecho a la salud y a un salario digno.
El planteo sobre la injusta distribución de la riqueza en la provincia pasó a un primer plano. ¿Cómo es posible que en la tierra de Vaca Muerta haya monotributistas que cobren 12 mil pesos, funcionarios que no pagan impuesto a las Ganancias y que se jubilan con sueldos de privilegio y enfermeras que perciben salarios que están por debajo de la línea de pobreza?
El principal responsable de que esta situación haya llegado tan lejos es el gobernador Omar Gutiérrez, que jugó todo el tiempo al desgaste y que se manejó con una soberbia rayana en la irresponsabilidad y el abuso de poder.
La maniobra del gobierno de acordar con sus socios sindicales un aumento a la baja para aislar al gremio docente, esta vez le salió mal. No sólo porque la respuesta fue la unión de los trabajadores y trabajadoras en las rutas y en las calles, sino porque el famélico ‘reconocimiento Covid’ fue una dura cachetada a quienes se pusieron al hombro la atención sanitaria.
Fue sugestivo que la única reacción de las autoridades haya sido mandar a los arquitectos ganadores del concurso del proyecto del Hospital Norpatagónico a que difundan, con un video, cómo va a quedar la obra terminada. Una construcción muchas veces anunciada que suele desempolvarse en las campañas políticas o cuando aprieta el zapato.
La Legislatura tampoco estuvo a la altura de las circunstancias. Fue bochornoso que en medio de la lucha del personal de salud se diera a conocer un aumento en las dietas de los diputados provinciales. Esto le quitó credibilidad a un actor clave a la hora de mediar y gestionar soluciones para destrabar una petición indiscutible.
Por su parte, los directores de hospitales y jefes de las zonas sanitarias cerraron filas con el gobernador. Se esperaba de ellos un apoyo más explícito a la demanda de sus colegas. Y mucho más de quienes tienen que lidiar todos los días con la falta de insumos, el deterioro de las prestaciones y la carencia de recursos humanos capacitados.
La muestra más evidente del divorcio que existe entre representantes y representados la describió muy bien un médico clínico del hospital de Chos Malal cuando en una conferencia de prensa dijo:
“No saben la impotencia que significa ver al señor gobernador pasar en helicóptero por arriba de nuestras cabezas para ir a Varvarco a inaugurar una cancha de futbol y hacer política, en el mismo momento que nosotros salíamos del hospital en una ambulancia rumbo a Neuquén con un paciente con neumonía severa por Covid, y no saber si íbamos a llegar a tiempo”.
La solución de este conflicto la tiene en sus manos el gobernador Gutiérrez. De él depende que, de aquí en más, el corte de ruta y el pueblo en las calles no sea la única alternativa para defender los derechos de los trabajadores y cuidar la salud de la población.
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