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La periodista y escritora Sibila Camps presenta hoy en Neuquén su libro Tucumantes, donde hilvana historias que narran la persistencia del terrorismo de Estado en Tucumán. "El abroquelamiento, el silencio, la negación son muy grandes. Es algo que no se puede procesar ", afirmó la mujer, que conoce al dedillo esa provincia del norte, y además expresó que “Tucumán siempre me dio la sensación de ser una provincia irredenta”.
Antes de la presentación que se realizará hoy a las 19 en el salón Azul de la biblioteca de la Universidad Nacional del Comahue, la autora habló con y destacó que el texto sirve como elemento "catártico" para los sobrevivientes de la última dictadura cívico militar, que por primera vez se atreven a contar lo vivido.
Explicó que uno de los personajes que atraviesan el libro es el ex oficial de Montoneros Juan Carlos Clemente, quien fue secuestrado y torturado, y luego obligado por los represores a trabajar para la Policía. En 2010, Clemente entregó a la justicia un listado oficial con 293 nombres de personas víctimas de la dictadura y con información de los genocidas, que había guardado en su casa durante 33 años.
Camps destacó la persistencia del terrorismo de Estado en la sociedad tucumana, que se advierte por ejemplo en el lenguaje que emplean las personas para referirse a lo sucedido en la dictadura, así como en aquello que callan. Señaló que "la iglesia católica sigue teniendo una función terriblemente importante” en la provincia, y destacó que los juicios por delitos de lesa humanidad permiten que las personas puedan denunciar, a veces por primera vez luego de 40 años de ocurridos los hechos, la desaparición de un familiar.
-¿Cómo tomó contacto con las historias que se cuentan en el libro?
-En julio de 2010, en el primer mega-juicio por delitos de lesa humanidad que se hace en Tucumán con una importante cantidad de víctimas del centro clandestino que funcionó en la Jefatura de Policía, un testigo entrega una documentación sumamente importante. Este hombre, Juan Carlos Clemente, había sido un oficial Montonero, de mucho predicamento en la zona, que fue secuestrado, pasado por varios centros clandestinos -Tucumán tuvo 55 centros clandestinos- donde fue torturado y después de un tiempo lo "quebraron" y fue incorporado a la policía forzadamente como administrativo en el Servicio de Informaciones Confidenciales de la policía. Después se le da una libertad vigilada y cuando desmantelan el centro clandestino se empieza a llevar papeles a la casa y los entrega 33 años después. Esa historia salió en la gran parte de los diarios, porque era la primera documentación oficial de todo el país con listados de personas que habían estado en su inmensa mayoría secuestrada en el centro clandestino. Había también listados de personas a ser secuestradas e información de los represores. Cuando leí eso dije "¿cómo hizo este tipo para dormir 33 años sobre los cadáveres?". Cuando pedí la declaración testimonial de él (en el juicio) y la empecé a desgrabar me encontré con que literalmente estuvo durmiendo sobre las listas, porque tenía una cama de mampostería y tenía escondido un paquete bajo un cerámico. Poco tiempo después, una amiga mía de Tucumán que tiene familiares desaparecidos, me cuenta otra historia más que incorporé al libro. Esa noche me desperté de golpe como con una epifanía. Me empecé a acordar de cómo me impactaba a mí las primeras veces que iba a Tucumán para hacer notas, la sensación de que era como estar en Buenos Aires en la pos dictadura. Me dí cuenta de que el tema era la persistencia del terrorismo de Estado en Tucumán.
-¿Qué cosas le daban la sensación de estar en la Buenos Aires de 1984?
-Era una percepción. La única cosa que me llamó mucho la atención fueron las estatuas del Parque 9 de Julio, que fue proyectado por Carlos Tahys, porque eran muy chapuceras, muy feas. Eran dos milicos, un cura; dos milicos, un cura. Y yo digo, "esto se tiene que haber hecho en la época de la dictadura". Y pensé que esa podía ser una de las historias y la cuento en un capítulo del libro. Antes, recuerdo estar en el diario y haberme puesto a mirar en la cablera (N. de la R.: máquina que recibía textos informativos denominados “cables” porque originalmente su trasmisión era por vía cablegráfica) una nota que me llamó la atención donde la justicia federal de Tucumán había ordenado restituir a los dueños una casa que había sido usurpada por una mujer policía. En esa casa habían vivido como inquilinos, Diana Oesterheld, una de las hijas de Héctor, con su marido y su hijito. Tanto Diana como su marido fueron desaparecidos. Entonces leí la historia, que no la conocía, la imprimí y la guardé. Cuando empecé con este proyecto me acordé de eso y empecé a buscar los datos y dije “puedo contar la historia a partir de la casa”. Después me entero de que la mujer policía era la amante de (Roberto) "el Tuerto" Albornoz, que era el jefe del Servicio de Investigaciones Confidenciales de la Policía, que fue una especie de (Miguel) Etchecolatz de allá. Albornoz es uno de los personajes que se van cruzando en algunas de las historias. Al mismo tiempo empecé a ver cómo podía hacer para hablar con Clemente. Yo no quería que me cuente si marcó o no marcó. Yo quería que me cuente cómo fue el después: cómo hizo para sobrevivir 33 años con este secreto. Empecé a reconstruir a Clemente a partir de personas que lo han tratado, que han sido sobrevivientes o secuestrados después blanqueados etc. Clemente es un gran hilván en el libro.
-¿Pudo finalmente entrevistar a Clemente?
-Sí. Él aceptó que lo entrevistara pero no que lo grabara. Fue un encuentro que duró cinco horas, donde tomé nota de algunas cosas. Una de las entrevistas más difíciles de mi vida.
-¿Qué particularidades tuvo el terrorismo de Estado en Tucumán y qué continuidades encuentra en el presente?
-En primer lugar, Tucumán que una provincia con alta movilización social y gremial que ha venido desde la época en que estaba el monocultivo de la caña de azúcar y los talleres ferroviarios de Tafí Viejo. Entre el año ‘66 y el ‘68 Onganía cierra 11 de los 27 ingenios. Eso despierta una alta conflictividad social. El gremialismo de base era muy fuerte, la Universidad Nacional de Tucumán tenía un nivel extraordinario que no volvió a adquirir nunca más, el estudiantado era muy fuerte y había un movimiento de sacerdotes del Tercer Mundo muy importante. Había un estado revolucionario. El ERP (Ejército Revolucionario del Pueblo) arma una guerrilla muy chica, de unas sesenta personas. Cuando se arma el Operativo Independencia, el 9 de febrero del ‘75, los militares, que evidentemente ya venían pensando en otras cosas, atacan a ese foco, lo exterminan en muy pocos meses. Pero además el general Adel Vilas, jefe del Operativo Independencia, tiene muy en claro que era una guerra cultural, entonces para él todos eran marxistas y apunta al gremialismo, a docentes, universitarios, a toda persona que de alguna manera quisiera mejorar la vida de sus conciudadanos. La represión fue atroz. En segundo término, apuntó sobre todo a las zonas rurales que era donde estaban los trabajadores del azúcar. En cualquier otra parte del país la represión fue en zonas urbanas, pero allá se hizo en pueblos rurales muy chicos. Se llevaban a tu papá, a tu vecino, a tu hermana y no sabías por qué. En muchos lugares les dicen "los llevados". O "de acá se llevaron mucha gente", te dicen.
Clemente de alguna manera ha sido un paradigma de la complejidad de lo ocurrido en Tucumán porque las huellas las encontrás en la cantidad de votos que obtuvo Ricardo Bussi(N. de la R: candidato a diputado por Fuerza Republicana, partido que lidera Juan José Gómez Centurión), que reivindica por completo la figura del padre y que piensa que hay que poner el ejército en las calles para dar seguridad a la gente. Aparte tenés gente de derecha que vota a Cambiemos en su versión local que es el radicalismo más recalcitrante, y el peronismo que tiene Tucumán, los dos sectores, tanto el de (Juan) Manzur como el de (José) Alperovich, tampoco son muy progresistas.
-Pareciera que en Tucumán no hubo un trabajo de construcción de la memoria de esos años.
-El abroquelamiento, el silencio, la negación son muy grandes. Es algo que no se puede procesar. Han exterminado la mayor parte de la masa crítica de Tucumán y los pocos que pudieron sobrevivir se fueron del país. Pocos volvieron al país pero no a Tucumán. Cuando empecé con las presentaciones del libro en Tucumán, eran catárticas. Algunos relatos eran "mi tío se fue y no pudo volver". O gente que no puede hablar. Les cuesta reconocer. Hay historias de negación. Una de las historias que cuento es la de un muchacho que a los 16 años descubre que tenía tres documentos de identidad con tres apellidos distintos y nunca le llamó la atención. Recién a los veintipico, cuando empieza los trámites para casarse, termina descubriendo que es hijo de una desaparecida.
-Tucumantes, esta palabra que usted inventa para titular el libro, ¿está relacionada con esos silencios que se siguen sosteniendo?
-Inventé un participio presente de un verbo. Tucumán siempre me dio la sensación de ser una provincia irredenta. En mis oídos sonaba a penitente, estar andando y no avanzar nunca, no poder dejar cosas atrás. Está en un presente perpetuo, no logran cuajar esto y dejarlo atrás.
-¿Cree que los juicios de lesa humanidad contribuyen a la elaboración de la memoria?
-Muchísimo. Aun cuando fue el juicio por el Operativo Independencia, que fue muy largo y terminó el año pasado, volvieron a acercarse familias que por primera vez denuncian la desaparición de un familiar. Se sabe, sobre todo en zonas rurales, que hay personas que nunca denunciaron la desaparición.
-En el caso de Clemente, en lugar de preguntar por qué durmió 33 años sobre esos documentos, nos podemos preguntar por qué un día decidió dejar de ocultarlos y presentarlos en la justicia.
-Justamente. Él dice "¿a quién le iba a dar esto?". Él en algún momento sacó una fotocopia y la mandó por fax de manera anónima creo que a Buenos Aires y no tenía mayor destino. El tipo estaba muy aterrado y al día de hoy sigue con miedo porque se la han jurado. Están todos los represores muy viejitos, a muchos les ha llegado el punto final biológico. Pero los juicios de lesa humanidad han servido a muchos para entender qué es lo que les había pasado. Sintieron que su palabra valía, que se podían identificar con otros familiares o con otros sobrevivientes. Eso ha servido para que otras familias se animaran a contar o a denunciar. Todavía en los pueblos las cosas son duras. El relato oficial está consolidado en el lenguaje. Dicen "en la época de la subversión", cuando fue la época de la represión. El relato quedó así por parte de los militares. Decir “la guerra contra la subversión” cuajó de tal modo que es muy difícil hoy en día decir "esto fue diferente". En la enseñanza en los colegios aún hoy te encontrás con docentes que te cuentan otra historia. El diario La Gaceta también perpetúa este tipo de relatos. Es muy difícil desarticular todo eso.
-¿Cómo aparecen esas huellas del terrorismo de Estado en el lenguaje actual?
-Me dé cuenta de eso desgrabando. Escuchaba el lenguaje de Clemente y el de las abogados defensores y veía que tenían palabras en común, que la víctima hablaba en algunos términos como victimario. Ponen en primera persona "voy" o "entro", cuando es "me llevan" o "me meten". Otra cosa es el uso del presente. La persistencia es tan fuente que cuando narran, los episodios más duros te los cuentan en presente: "ahí me torturan" o "ahí me largan". Y ocurrió hace 40 años. También en el vocabulario: “la guerra de la represión”. El común de la gente no dice “el terrorismo de Estado”. Se pone a la guerrilla en un lugar de poder que nunca tuvo, en el hecho de que mucha gente todavía siga pensando que eso fue una guerra cuando no lo fue. O los términos con los cuales se designan a las personas desaparecidas. Te dicen "acá se perdió mucha gente". "Los llevados", te dicen. En Santa Lucía, a los que podían estar cerca de la guerrilla le decían los "fuleros". Ahora los designan así a quienes pretenden hacer un acto el 24 de marzo en homenaje a los desaparecidos. Pasan a transmitir el odio. Asumen como propia esa manera de hablar y no se dan cuenta.
-¿Cómo fue la injerencia de la iglesia católica en esa provincia?
-Tengo un capítulo dedicado a eso. Se llama "Tucumán atravesada por los cruzados". Empieza con el héroe de Tucumán, Manuel Belgrano, antes de la batalla de Tucumán, cuando se hinca frente la Virgen Nuestra señora de la Merced y la consagra generala del Ejército del norte. De ahí en adelante la religiosidad sigue pero es exacerbada durante la "Revolución Libertadora" y continúa. Durante todo el terrorismo de Estado Iglesia y Ejército estuvieron inmensamente unidos. El Obispado colaboró mucho con todo esto. Monseñor (Victorio) Bonamín distribuyó capellanes en todos los lugares donde había bases del Operativo Independencia y queda muy claro que la función que tenían los capellanes no era la de confortar a los secuestrados, sino la de aliviar los problemas de conciencia de los represores que tenían que torturar o asesinar. La iglesia sigue teniendo una función terriblemente importante en Tucumán. Hay educación religiosa en escuelas primarias. Hoy en día, quienes han tenido una militancia, le resulta mucho más fácil hablar. En Tucumán eso es muy difícil y es necesario. Yo les digo, lo que ustedes no cuentan, ese espacio de silencio, es usurpado después por quienes cuentan la versión oficial o negadora de esto. A partir de ahí van a poder sanar.
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