Con la liviandad que lo caracteriza, Mauricio Macri poco menos que adjudicó a Poseidón la responsabilidad de haber desatado unas tormentas que perjudicaron su presunto plan económico. Más tarde, titánico, anunció que estaba embistiendo contra 70 años de historia argentina: a pesar de su necedad, ofreció una punta para datar un empate hegemónico que se empeña en persistir entre nosotros. Se trata de una prolongada paridad antagónica cuyo contraste –a pesar de que en algunos períodos amainó en su intensidad– parece incurable. Se trata de la vieja antinomia peronismo-antiperonismo que, con morfologías políticas diversas de un lado y del otro, cunde y se reitera.
Con la intención de terminar con esa rutina histórica y proponer una alternativa al descalabro que dejará el rotundo fracaso de Cambiemos, hizo su aparición una tercera fuerza todavía en formación, dispuesta a terciar en la próxima disputa electoral: obviamente me refiero a la que encabeza Roberto Lavagna.
En su célebre Notas sobre Maquiavelo, sobre Política y sobre el Estado Moderno, Antonio Gramsci le prestó especial atención al estudio de las relaciones de fuerza –a las que llamaba situaciones- que se establecen y desenvuelven en el seno de una sociedad, en los planos internacional, socio-económico y político, y también al cesarismo. Resulta provechoso atender a sus reflexiones de cara a la actual coyuntura política argentina. “Se puede decir –expone Gramsci– que el cesarismo expresa una situación en la cual las fuerzas en lucha se equilibran de una manera catastrófica… Cuando la fuerza progresiva A lucha con la fuerza regresiva B, no solo puede ocurrir que A venza a B o viceversa, puede ocurrir también que no venza ninguna de las dos, que se debiliten recíprocamente y que una tercera fuerza C intervenga desde el exterior dominando a lo que resta de A y de B”. (“Desde el exterior” no necesariamente quiere decir que proviene de otro país, sino que es ajena a la relación de confrontación establecida entre A y B, como se desprende de los casos que coloca a como ejemplos de cesarismo a continuación de lo anterior: Julio César, Napoleón I, Napoleón III y Bismark). Agrega Gramsci que la variante cesarista expresa una solución de arbitraje habitualmente conferida “a una gran personalidad, de una situación histórico-política caracterizada por un equilibrio de fuerzas de perspectiva catastrófica”.
El parecido de familia que guarda la Argentina hoy con este esquema interpretativo es evidente. Hay una pugna electoral en ciernes entre las entidades políticas que encabezan Macri y Cristina Kirchner levemente volcada a favorecer a esta última, según sondeos publicados por el diario Clarín el reciente 15 de abril. Es este el escenario en el que está procurando ubicarse Lavagna con una intención cesarista.
Macri, que desde el mero comienzo de su gestión apuntó a cobijarse bajo el ala del águila americana, se beneficia del apoyo de la gran potencia del norte, que le ha proveído avales y sostenes. Es decir, prevalece en el plano de las relaciones de fuerza internacionales. Y declina en el de las relaciones de fuerza sociales: su pésima gestión económica está engendrando descontentos y rechazos de distintos sectores de la población. Cristina –la principal referente del campo peronista– a pesar de la intensa ofensiva mediático-judicial que padece, permanece y actúa discreta pero activamente en la escena política. Y se beneficia con los numerosos traspiés de Macri. Además, está también el candidato surgente –es difícil caracterizar a Lavagna como emergente– dispuesto a convertirse en un tercero en discordia capaz de alzarse con el pozo. Cuenta a su favor con su pasado de haber navegado como ministro de Economía la crisis de 2001 junto a Eduardo Duhalde primero y a Néstor Kirchner después, y con los conocidos niveles de rechazo de Cristina y de Macri, que desde hace algún tiempo vienen mostrando encuestadores y consultores.
Este “podio” da cuenta de la existencia de un potencial escenario cesarista. Con el obvio riesgo que habitualmente implica prestarles atención a las encuestas electorales, las utilizaré en procura de atisbar esta coyuntura en curso.
Según la encuesta de Synopsis, Cristina, Macri y Lavagna obtendrían en la primera vuelta, respectivamente, 35.9%, 28,8 y 16,5% de los votos (con 10,5% de otros candidatos y 8,2% de indecisos). En segunda vuelta, con proyección de indecisos, Cristina obtendría 50,9% y Macri 49,1%.
Conforme al sondeo de Rouvier, en primera vuelta Cristina alcanzaría un 33.4% de los votos, Macri un 24,9%, Lavagna un 12%, otros candidatos 12,6%, en blanco, impugnados y no concurrentes 9,3% de indecisos 11,7%. En el ballotage los guarismos serían: Cristina 41,1; Macri 37,1%; no votaría a ninguno de los dos 15,2%; y no sabe 6,6%.
Por otra parte, la encuesta de Aragón da también primera a Cristina y segundo a Macri, pero coloca tercero a Massa, que relega a Lavagna al cuarto puesto. En segunda vuelta Cristina vencería a Macri por 41,3% contra 33,6%. Un resultado destacable de este sondeo es que, si Lavagna llegara al ballotage, derrotaría tanto a Macri como a Cristina. Por 41,2% a 35,9% (con 16,6% que no votaría y 6,3% que no sabe) a la primera; y por 46,5 a 25,6 (con 18,8% que no votaría y 9,1% que no sabe) al segundo.
En los tres estudios presentados el resultado es más o menos semejante en lo referido a la primera y a la segunda vueltas: a) Cristina le ganaría a Macri en ambas instancias; b) Lavagna quedaría tercero en primera vuelta (según Synopsis y Rouvier), y cuarto conforme a los datos de Aragón; y c) si Lavagna alcanzara a entrar a la segunda vuelta vencería tanto a Macri como a Cristina, también según Aragón exclusivamente (esa es la discrepancia mayor entre los tres sondeos).
¿Qué puede inferirse de esto?
En fin, aún queda mucho por ver, por hacer y por comprender. Y se mantiene alta la poética y práctica pregunta del maestro Gelman, a la que vale la pena servir aun a costa de la pifia o del error:
“¿Quién cava el horizonte, sus preguntas?”
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