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Los sentidos de ruptura que propone el macrismo en el poder ya cuentan con su propio programa cultural y político. Se lo ve en la pluma de un tipo de intelectual que opera como ideólogo, aunque a muchos de sus exponentes no les guste considerarse como tal.
Aun así, son pretensiosos y proponen producir una auténtica revolución. Les asiste una historia larga. Otra más reciente cuya bisagra puede encontrarse en la enorme crisis política que hubo en el país apenas iniciada primera administración de Cristina Fernández.
Fueron ellos quienes hicieron del populismo y el autoritarismo sus principales herramientas de ataque a un kirchnerismo que para aquel año del 2008 parecía, sin quererlo, pegar un salto cualitativo. Fue en aquel momento que sus oponentes intelectuales levantaron en alto la bandera del antipopulismo. De hecho, presentaron una versión dicotómica de la historia pasada y presente donde todo se reducía al combate entre antipopulismo y populismo. Era la versión aclimatada a nuestras tierras de la antinomia religiosa-política, muy norteamericana, por cierto, entre el bien y el mal.
Esta fórmula binaria sigue vigente sin más a pesar que de tanto en tanto escuchamos voces impensadas en defensa del populismo. Como la de estos días cuando el presidente de los EEUU Barack Obama sorprendió al mundo diciéndole que él era populista. Ocurrió en la reciente Cumbre de Líderes de América del Norte. Se plantó frente al mandatario mexicano Enrique Peña Nieto y al Primer Ministro y anfitrión canadiense, el liberal Justin Trudeau. Uno de los intelectuales mexicanos, Carlos Ímaz Gispert, elaboró algo más que la crónica de aquella crucial reunión señalando lo dicho por el jefe de la Casa Blanca frente a un Peña Nieto muy sobrado “que la emprendió contra líderes populistas y demagogos”. “El presidente Obama fue implacable. Comenzó por recomendar recurrir a un diccionario para acceder a una definición de populismo; enlistó sus preocupaciones por la desigualdad, la injusticia y la impunidad y remató con una demoledora afirmación: supongo que eso me hace ser un populista. Por si fuera poco, avanzó aún más al advertir que el calificativo de populista se lo gana quien ha luchado por defender a los trabajadores y ampliar oportunidades para más personas, y de paso reivindicó a Bernie Sanders, quien se merece ese título, pues él sí ha luchado genuinamente por ello, y yo comparto esos valores y objetivos”.
Hablar del intelectualismo argentino antipopulista es hacer una visita al Club Político Argentino fundado en 2008 como contracara del colectivo también de intelectuales Carta Abierta. Esa visita puede complementarse siguiendo de cerca la ultraliberal Fundación Libertad. Usina reaccionaria que en estos días está en cruzada frente al cierre dispuesto para los domingos de las grandes cadenas de hipermercados propuesto por la administración de la ciudad de Rosario. Su consigna de batalla es que “el descanso dominical siempre fue inconstitucional”. Solo consultar los argumentos para ver sus bases reaccionarias. Lo cierto es que ambas entidades comparten muchos intelectuales de academia y otros de opinión, cuando no voces de empresarios con verbo suficiente para ofrecer su propia versión del antipopulismo. Muchos son integrantes de la primera plana del gobierno Pro, aunque la primera de las entidades pareciera convocar figuras que han hecho currículum en tradiciones más abiertas que el liberalismo de mercado y el antipopulismo. De allí que al exclusivo Club estén afiliados desde su primera hora Claudio Avruj, Pablo Avelluto, Jaime Duran Barba, Graciela Fernández Meijide, Alejandro Katz, José Luis Romero, Eduardo Amadeo, Manuel Mora y Araujo y Vicente Palermo, entre otros.
Por fuera de esos colectivos ideológicos hay otros intelectuales que comparten su programa antipopulista. Por ejemplo, quien sostiene que la gratuidad es una ideología, por supuesto mala e irresponsable propia del populismo destronado el 10 de diciembre pasado. Es que “todo tiene su precio”. Lo gratis es la contracara de la meritocracia del mercado. Todo a propósito de uno de los “legados” de la era kirchneristas. Ese que sentenció que la Sinfónica Nacional con sede en el Centro Cultural Kirchner debe ofrecer conciertos gratuitos. La voz que destacamos pertenece a Federico Monjeau, quién alguna vez fue parte del lote de intelectuales de izquierda de la revista Punto de Vista. Monjeau hoy es crítico de “alta cultura” y escribe para Clarín. La cita merece reproducirse: “La ideología de la gratuidad absoluta, a la que la Sinfónica en principio queda sometida al integrar la estructura del CCK, no es una ideología democrática y progresista, sino una ideología básicamente irresponsable y demagógica.”
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