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David Ricardo (1772-1823) fue el primer economista que trató en profundidad el tema de la renta de la tierra. Supongamos que las granjas que rodean a una población le venden canastas de verduras a razón de $ 10 cada una, importe que cubre los costos y una ganancia normal; si la población crece y, por lo tanto, también la demanda de verduras, es necesario incorporar otras tierras a la producción, que están más lejos (tienen mayor costo de traslado) o son tierras de menor calidad, por lo que su productividad es inferior; pero como en las nuevas tierras el costo es mayor, para entrar en producción van a exigir un precio más alto; supongamos que en este caso el costo más la utilidad normal sea de $ 12. Entonces, como en el mercado no se distingue cual viene de las tierras anteriores y cual de las nuevas tierras (y a los consumidores tampoco les importa) toda canasta de verduras va a tener un solo precio, $ 12. Los antiguos productores van a cubrir su costo y ganancia normal con $ 10 y van a recibir $2 adicionales sin haber hecho nada para lograrlo: es la renta de la tierra. Si el productor es propietario este adicional se lo queda él; de lo contrario, esos $ 2 será el alquiler que el terrateniente va a exigir al campesino que la pone en producción.
En Ricardo hay una crítica ética y económica a la renta: es un ingreso que no corresponde a ningún mérito ni esfuerzo, que se logra por el simple hecho de ser propietario de una tierra, que en su época correspondía a la nobleza. Que era hereditaria, como la propiedad actual.
A principios del siglo XIX en Inglaterra la renta fue el tema de un fuerte debate político del que Ricardo tomó parte. En la Argentina contemporánea se dio una situación similar, que culminó en el conflicto del año 2008. Las condiciones naturales del suelo pampeano dan ventajas para el cultivos de productos exportables, como la soja, maíz, trigo, que en esos años se vio favorecido por: 1) una fuerte devaluación del peso; 2) importante aumento de la demanda internacional que se tradujo en incremento de su precio en dólares; 3) los bajos costos, en gran parte subsidiados por el estado (caso del gasoil); 4) la tecnología desarrollada por el INTA y que llega prácticamente en forma gratuita al campo. Obsérvese que ninguno de ellos puede ser considerado como mérito o esfuerzo de los dueños de los campos. Esos factores, particularmente los dos primeros, generaron un importante monto en concepto de renta de la tierra. En el año 2002 el estado fijó una retención, que en el caso de la soja, era del 13.5%, rápidamente elevada al 23,5% sobre los montos exportados (20% para el aceite de soja y otros derivados); en 2007 la retención se elevó al 35% y al año siguiente se la convirtió en tasa móvil, según el precio internacional, que desencadenó el conflicto político y que culminó con su derogación por el Congreso, quedando fija la tasa en el 35%.
En ese conflicto hay dos facetas. Una teórica: ¿Es justo que esa renta extraordinaria, generada por hechos ajenos a los propietarios, quede en sus manos o debe ser redistribuida en beneficio de toda la sociedad? Para que beneficie a la sociedad se requiere la apropiación por parte del Estado, ya sea total (por ejemplo, nacionalizando el comercio exterior) o parcial (mediante retenciones); sobre esto giró el debate entre los ciudadanos y en el parlamento, con gran participación de los medios de comunicación. El segundo aspecto es más práctico ¿Quién se quedaba con los pesos? El gobierno los requería para financiar su política redistributiva y para acumular reservas que le permitieran independencia económica y desendeudamiento externo. Los dueños del campo lo querían para sí: es bien sabido que el bolsillo es el más sensible de los órganos humanos. De este segundo aspecto nos ocuparemos hoy.
En forma más precisa: en el año 2008, cuando se desató el conflicto ¿De qué montos estábamos hablando? En otras palabras ¿Cuánto suma la ganancia normal por el capital invertido en la producción y cuanto es la renta de la tierra? Por otro lado, las retenciones ¿No estarán afectando esa ganancia y, por lo tanto, poniendo en peligro el futuro de la producción, como sostenían los medios de prensa hegemónicos en aquel tiempo? Joaquín Farina es un economista argentino que hizo la cuantificación por encargo de las Naciones Unidas (ONU-Unctad) y publicó un artículo con sus resultados en la revista “Realidad Económica” (Nº 265 correspondiente a enero-febrero del 2012). El “ingreso del campo” promedio, a pesar de las retenciones, superaba holgadamente lo que puede considerarse una ganancia normal para una empresa industrial: la primera representaba el 240% en el 2007 y 180% en el 2008 de esa ganancia normal. La diferencia coincide, aproximadamente, con lo que se pagó por alquiler de la tierra en el caso en que terceros capitalistas la explotaron, cosa bastante común en los últimos tiempos.
El valor de la tierra productiva en Argentina subió sideralmente, como consecuencia lógica de la capitalización de la renta extraordinaria.
Claro está que los promedios estadísticos esconden diferencias: los ingresos son desiguales según se trate de las grandes extensiones en la pampa húmeda o de los productores de las zonas marginales y también según el tamaño de las explotaciones. Pero, de todas formas, los promedios son indicativos de una realidad y dan una idea de la enorme masa de dinero embolsada por los terratenientes tradicionales que conforman la Sociedad Rural.
En los últimos años el precio internacional de los productos agropecuarios ha disminuido bajando la renta agraria, aunque el precio de la tierra apta para la producción pampeana medido en dólares no ha disminuido, señal que la renta sigue siendo importante. De todas formas, el nuevo gobierno ha compensado la merma de la renta eliminado las retenciones excepto en la soja, y reduciéndolo para este último caso, generado un aumento general de precios que hace que los consumidores internos compensen la baja en el precio internacional; es un claro ejemplo de la lógica: “las ganancias son privadas, las pérdidas se socializan”.
Esta política se entiende, utilizando las palabras de Farina, “solamente en un marco fuertemente ideológico y por la habitual ambición capitalista.”
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