Columnistas
29/06/2016

La sociedad de la indiferencia

La sociedad de la indiferencia | VA CON FIRMA. Un plus sobre la información.

Muchas perras y gatas sin hogar, viven en las calles y terminan pariendo sus cachorros en las peores circunstancias imaginables.

Miria Baschini *

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Con sus panzas llenas de vidas inquietas, abandonadas a su suerte, muchas veces en pleno invierno y condiciones nutricionales ya deficientes, perras y gatas sin hogares y en las calles terminan pariendo hijos en las peores circunstancias imaginables.

Buscan u organizan refugios naturales o entre escombros, sitios en los cuales sientan algo de protección y en donde las condiciones climáticas resulten aceptables para que la nueva vida no llegue en medio del más absoluto desamparo.

Partos solitarios, sin ninguna clase de cuidados, y la ausencia de toda certeza respecto de la alimentación, la necesidad de agua e incluso, la presencia del afecto tranquilizante para abordar la tarea tan demandante de la crianza de cachorros. Cuando pasa el tiempo suficiente para sobreponerse al estrés del parto comienza la aventura de salir a buscar comida, casi siempre durante la noche, revisando bolsas de basura, restos de cualquier cosa que esté tirada por las calles, y regresando lo más pronto posible al improvisado refugio para asegurarse que las indefensas crías sigan a salvo… a salvo, en un mundo que los ha destinado a la marginación y el abandono.

Algunas perras y gatas, aún sin hogar, se encuentran con alguna persona compasiva que se anticipa y resuelve en parte su problemática mediante la correspondiente castración. Esto al menos les evitará la angustia de hacerse cargo de una situación casi trágica: ser responsable de varias, a veces muchas nuevas vidas, que dependen absolutamente de sus cuidados, sin más recursos que el persistente instinto de supervivencia de la especie y el amor por esos indefensos seres que dependen plena y absolutamente de lo que su madre pueda hacer por ellos.

Del mismo modo que sucede entre los humanos, su futuro no depende de cuan duro trabajen y del merecimiento, sino del punto inicial de partida que les ha tocado en la ruleta de la vida, organizada siempre o casi siempre a partir de las decisiones de la especie humana. Por esa simple razón algunos gatos y perros nacen y viven vidas holgadas y confortables, mientras que a otros les tocan vidas dolorosas y marginales, simplemente porque no son lo suficientemente lindos, graciosos, esbeltos, agradables, encantadores, ante los ojos de quienes toman las decisiones que los condenan.

Una experiencia llevada a cabo por Unicef muestra a una niña de seis años bien vestida y peinada, pero sola en la calle o en un centro de compras. Ante este suceso una enorme cantidad de personas se detienen tratando de ayudarla. El paso siguiente consiste en probar que sucede si, la misma niña, vestida pobremente y con su cara sucia, suscita la misma clase de comportamiento… y al fin detienen el experimento por la tristeza que causa a la pequeña el rechazo de las personas que, incluso, intentan alejarla de sus alrededores.

También para con nuestros compañeros animales aplicamos la categorización del nivel de vida acorde a lo que “merecen”. Y así podemos luego marchar con la conciencia tranquila, despreocupados de tanto daño que como especie somos capaces de producir, a pesar de andar propiciando a diestra y siniestra el maltrato o la indiferencia.



(*) Profesora de la UNC, doctora en Química
29/07/2016

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