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El poder político en manos del macrismo es algo serio. Así lo revelan seis meses de puro activismo decisionista. A pesar de la liviandad de sus discursos. Igual que frente a promesas infinitas e improbables que el mismo presidente y sus dirigentes realizan noche y día. Con todo hay pretensiones fundacionales. El conjunto de medidas ya está tocando todos los arreglos institucionales, económicos y sociales, hasta identitarios del tiempo kirchnerista.
No cabe duda que en su extraordinaria intensidad Mauricio Macri se parece mucho al primer Kirchner. El mismo Néstor Kirchner fue tan frenético en ese semestre inicial que -de mayo a noviembre del 2013- muchos auguraron un vertiginoso desgaste y, consecuentemente la salida repentina de la presidencia. Ocurrió todo lo contrario. El grado de aprobación de aquella gestión fue en sentido inverso al magro caudal de votos obtenido en las elecciones de abril de ese año. Lo cierto es que su candidatura fue tan inesperada como intensísima la presidencia. En cuanto a esa legitimidad electoral, igual que con Kirchner, el candidato presidencial del Pro fue segundo en el primer round electoral del año pasado. El ballotage marcó la diferencia. Mientras Kirchner tuvo que contentarse con llegar a la Casa Rosada sabiendo que Carlos Menem y muchos de los suyos no quisieron someterse a una segura derrota, el candidato del FpV fue leal al sistema político. De allí que la legitimidad electoral estuviera de parte de Macri.
Asimismo hubo un derrotero contrario en cuanto a aquello que se llama legitimidad de ejercicio. Es que las preferencias ciudadanas hacia el actual gobierno van cayendo. Siguiendo la metáfora empresarial que tanto gusta a los hombres del Pro, estos parecen querer derrochar una bolsa llena de recursos, mientras Kirchner fue incrementando un inmenso capital casi desde la nada. En esto cierto misterio toca a ambas experiencias, ya que uno sumo muchísimo en poco tiempo mientras el macrismo pierde no mucho en similar período. Ningún manual tiene una respuesta definitiva frente a lo que parece ser un proceso demorado de pérdida de capital político considerando las medidas impopulares y regresivas puestas en marcha en estos seis meses.
Macri no ofrece el mismo esfuerzo corpóreo que fue evidente en Kirchner, aunque sí mucho de su personalidad, estilo familiar y modo empresarial. En sus dichos prefiere pensar en clave de “equipo” y desde allí lanzar una suerte de liderazgo colectivo. En todo esto hay algo muy diferente entre el primer tramo del kichnerismo y el actual de la coalición Cambiemos. Macri y el macrismo contaron desde sus primeros días con una considerable ventaja: arribaron a la presidencia cuando ambos pudieron demostrar una trayectoria de enorme visibilidad. En cambio Kirchner tuvo que inventarse primero él como figura nacional para luego imaginar el mismo kirchnerismo dentro del peronismo y más allá de sus propias fronteras.
Es claro que el decisionismo seismesino del primer Kirchner se distingue del actual. Aquel se propuso apagar incendios, dándole continuidad a la política del bombero ensayada por Eduardo Duhalde. En cambio, el macrismo parece comportarse como un piromaniaco consciente y no siempre controlado. Hace doce años ser bombero era el primer paso hacia la reparación de un tejido social y una trama económica destruida. Ello llevo a dar los pasos hacia un Estado de la redistribución progresiva. Macri y los suyos también se proponen la redistribución pero en un sentido regresivo. Para ello pusieron a las corporaciones empresariales y sus hombres en el Estado. Y este se coloco de su lado. La distancia es considerable si observamos que la construcción del liderazgo de Kirchner se monto cuestionando a esas corporaciones. Con ello recuérdese, adquirió suficiente capacidad para limitar las pretensiones económicas de un empresariado desorientado pero decidido a sostener su influencia política. En el viejo lenguaje marxista el Estado adquirió relativa autonomía.
Otra diferencia resulta del grado de integración o si se prefiere de orientación planteado para la sociedad. La crisis de los partidos y el derrumbe del gobierno de la Alianza habían generado una sociedad mulipolarizada. Kirchner fue un producto de esa dispersión. Recuérdese que el peronismo ofreció tres candidaturas. Igual número de ofertas vino de la mano de hombres y mujeres pertenecientes a la familia radical. De allí ese extraordinario esfuerzo por tener una relación directa con una ciudadanía desconfiada pero dispuesta a ser interpelada por un político de nuevo cuño o al menos desconocido. No cabe duda que ese Kirchner logro su propósito, aunque esta relación revistiera un signo virtual o imaginario. Hubo una suerte de unidad en la acción entre un líder y su sociedad. Algo sólo posible en tiempos críticos y exigentes. Es curioso que con Macri la situación pareciera brindarse como reverso de aquel capítulo de nuestra historia reciente. No sólo porque careció de un piso crítico desde donde imaginar la emergencia y su propuesta de desmontar todo un pasado. Arranca desde una posición de polaridad social y política. Pasado un semestre la situación no parece haber cambiado.
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