Columnistas
20/05/2017

"El affaire Scioli", cierta moral cuáquera y lo que hoy se dice y mañana se olvida

Usar o no usar condón

Usar o no usar condón | VA CON FIRMA. Un plus sobre la información.

Una duda acuciante electriza los dedos que caminan como arañas por el teclado de la computadora en la que se está escribiendo este artículo: al momento de publicarse esta nota: el “affaire Scioli” seguirá siendo el tema sobre el cual cada argentino tiene algo para opinar? Quien lo sabe… los tiempos noticiosos no corren, vuelan. La cíclica invitación a la irritación y a la bipolaridad que proponen desde las pantallas es tan beneficiosa para el pequeño grupo que detenta el poder que hasta (¡caramba!) da un poco de irritación bipolar no prenderse en el juego.

Fernando Barraza

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“Como un átomo sin valencia, no hemos inventado ningún lazo social nuevo. La empresa generalizada de la sospecha, de la crítica y de la indignación contribuye más bien a destruirlos”,

Michel Serres

"Ha transcurrido mucha humanidad desde los días en que la crónica republicana intentaba consagrarse a la “verdad objetiva” en los libelos que circulaban por las calles de Europa en el siglo XVIII, hasta llegar a estos años, en los que mil tuits juraron que Nelson Mandela había muerto cuando todavía estaba respirando y compartiendo vida de la mano de su mujer.

La comparación expresada así pareciera calamitosa y decadente en sus valores, pero si prestamos atención minuciosa podemos detectar que quizás no hayan cambiado tanto nuestras maneras de entender la moral colectiva de una sociedad, ni tampoco los límites que puede o no puede cruzar un funcionario, un formador de opinión, un empresario (o todo eso y junto). Sin embargo “las cosas” sí han cambiado, y nadie puede negarlo. Si prestamos atención veremos que lo que cambió radicalmente es la manera en las que las masas se relacionan con la noticia.

Si esta nota comenzara, por ejemplo, asegurando que Daniel Scioli es condenado actualmente por medios y opinión pública por no reconocer al hijo que recientemente tuvo con la modelo y actriz Araceli González, a la que hace siete meses le pidió que se someta a un aborto, muy pocos repararían en la falta de veracidad de lo aseverado. ¿Cómo es posible que “la verdad” no importe? Bien, es que hoy (lunes 15/05/17) no interesa tanto si lo que “tenemos que analizar como sociedad” en torno al asunto Scioli tiene que ver estrictamente con Sofía Clérici, la chica Berger, o quien fuera que estuviera en medio de este problema sentimental íntimo. Lo que continúa siendo el eje y centro de atención propuesto en todas las pantallas es algo distinto, menos detallado y apegado a “la realidad” y a sus protagonistas. Hoy todos los medios que consumimos (escritos, digitales, radiales, televisivos) batallan sobre la idea simplificada de que Scioli es pro-abortista, se desentiende de los hijos que pueda haber tenido en la vida y es una persona infiel. Esos tres ejes son los principales y más repetidos para que “la noticia” sea esa y solo esa y circule de manera obsesiva por el transcurso de las horas que pueda aguantar con vida.

La noticia simplificada y masificada es, entonces, una suerte de flor en jarrón, su atractivo es efímero y decadente en el tiempo, pero mientras dura: reina. Posverdad le llaman a esto ahora. En nuestros barrios le decían lisa y llanamente: bolazo.

Así nace una posverdad

La academia está de acuerdo -en el planeta entero- y define a la posverdad como: “la acción por la que los hechos objetivos tienen menos influencia en definir la opinión pública que los que apelan a la emoción y a las creencias personales". Tómese dos segundos: relea la definición, es muy buena. Y si la definición le parece precisa, los estudios realizados sobre cómo se construye una posverdad lo son aún más.

Una posverdad (por ejemplo y para continuar la línea planteada hoy: “Scioli es ‘esto’ o ‘aquello’”, en términos totales) se construye socialmente en todos los medios a disposición de dos maneras: focal y lateralizante.

Focal, desde la repetición constante de un meollo mínimo y saliente (ejemplo: Scioli “mujeriego, proabortista y desaprensivo”). Lateralizante, en tanto búsqueda e imposición de “historias satélites” que puedan o no referir directamente al meollo principal (ejemplos: el cantante Silvestre, un mujeriego que la jugará en los medios de “bueno”, hablando sobre Scioli y su falta de valores; la Corte Suprema a punto de dictar un fallo sobre el aborto; los diferentes dossiers que los portales de noticias y entretenimiento más vistos del país han desarrollado en estos días en referencia a la infidelidad y la clase política, etcétera).

Todos estos “episodios” son encolumnados obsesivamente en un período de tiempo corto para lograr que el grueso del público consumidor -por lo general estamos hablando de sociedades enteras- crea que lo que se les está mostrando de manera compulsiva en ese momento es el tema a tratar excluyentemente. Así, la verdad como valor actuante poco protagonismo tiene en todo el desarrollo de este juego.

El filósofo inglés Anthony Clifford Grayling, uno de los referentes de la cultura británica anti-Brexit, asegura que el problema principal de nuestra cultura mediática y online es que es incapaz de distinguir entre realidad y ficción; no ya porque está mareada por el exceso de datos, sino porque básicamente eso no le importa.

Para Grayling la posverdad se construye con un primer impulso en el que una o varias empresas de medios imponen un tema con una intención, pero luego se expande exponencialmente arrastrada por la masa, con la fuerza de vendaval de un narcisismo que hoy se manifiesta cuando millones de individuos escriben sus opiniones tajantes en las redes sociales. Este fenómeno consigue que “la verdad” pase a ser una minucia y “la propia opinión” se convierta en la fuerza social que la reemplaza.

Este ejercicio individualista (“mi opinión vale más que los hechos”, como le llama Grayling) es una de las ideas tesis más fuertes en el análisis del británico. La realidad ya no pasa por cotejar la verdad de los hechos, sino más bien por el “cómo me siento respecto de algo", sea esto verdad o no.

La vida útil de una posverdad

En su libro “Pulgarcita”, de 2013, el nonagenario sociólogo francés Michel Serres advierte que hemos dejado que la cultura del entretenimiento nos forme acríticamente y nos “eduque”.

Serres sostiene que “hemos transformado nuestra sociedad del espectáculo en una sociedad pedagógica cuya competición aplastante, vanidosamente inculta, eclipsa la escuela y la universidad. Para el tiempo de escucha y de visión, la seducción y la importancia, los mass-media (y las redes sociales) se han apoderado desde hace tiempo de la función de la enseñanza”.

Y no solo eso, el francés también da cuenta de que la duración del mensaje medio ha bajado y su frecuente repetición a toda hora acorta la vida útil de un tema instalado en una sociedad: “Nuestros asuntos –dice- han sido formateados por los media, difundidos por adultos que meticulosamente han destruido su facultad de atención al reducir la duración de las imágenes a siete segundos y el tiempo de las respuestas a las preguntas a quince segundos, según las cifras oficiales; en los que la palabra más repetida es ‘muerto’ y la imagen más frecuente la de los cadáveres. Desde los doce años, los adultos están forzados a ver más de veinte mil asesinatos”. Esta violencia con la que se entrega la información logra que el poder de asombro y sensibilidad de la gente se llene de callos cada día más. Quienes convivan con adolescentes notarán como los chicos y chicas hoy en día procesan rápido las informaciones duras, que terminan creando para sí mismos un sistema de defensa y decantación muchas veces de apariencia inhumana y fría. El ejemplo de los veinte mil asesinatos de Serres es clarísimo en este sentido.

Si una posverdad instalada puede durar entre dos días y un mes en la opinión pública para luego desvanecerse casi por completo, ¿cómo es posible que –en definitiva- sea tan poderosa y capaz de derrocar un gobierno, hacer ganar un candidato o hasta blanquear moralmente un bombardeo a civiles inocentes? La respuesta más esencial ya la ensayó el ministro nazi Joseph Goebbels hace 75 años: “miente, miente, que algo quedará”. Los efectos residuales de una posverdad -o verdad manipulada- son muchísimo más perdurables que su propio tiempo de vida. Si volvemos a Scioli, habría que decir que es muy probable que la incidencia en las conversaciones argentinas que pueda tener su affaire personal es limitada, pero el efecto que provocará en las urnas no es tan mensurable , por más que las encuestas que se encargaron esta semana den solo un dos por ciento de caída en su imagen.

Hay que entender que una posverdad es solo un eslabón en una cadena que construye un relato mayor: muchas posverdades concatenadas hacia un objetivo. En este sentido, Serres toma nota de algo fundamental: podemos hablar de diferentes personas, todas ellas de distintas edades y quizás hasta distanciadas personalmente entre sí, pero hay un territorio que las va a unir, el nuevo espacio en el que vivimos: la realidad virtual.

Serres dice que, mediante nuestros teléfonos celulares, accedemos no solo a la información, sino a la idea de personas “por el GPS a todos los lugares -dice- por la red, a todo el saber; frecuentamos pues un espacio topológico de vecindarios virtuales, mientras que nosotros habitamos un espacio métrico y físico, referido por distancias. Ya no habitamos un solo espacio”.

Es claro que, más allá de pertenecer a distintas ciudades -algunos más urbanos que rurales, o viceversa- más allá de pertenecer a distintas franjas etáreas o clases sociales, el espacio virtual que compartimos millones de personas nos obliga a ser breves y compulsivamente expresivos, a decir lo que pensamos en párrafos cortos, soslayando así la cantidad de matices que –por fuera de la red- podrían existir sobre un mismo tema.

Si entendemos estos mecanismos de la comunicación actual sin miedo y sin exagerar, a poco estamos de comprender que pueden ser usados para manipular los pensamientos. Planteadas las cosas como están, manipulada la verdad como se manipula, queda cada día a punto caramelo para que los nuevos sacerdotes de la sociedad moderna (los periodistas de los mass-media) lleguen hasta nosotros invocando una grieta que habilita sólo dos maneras de ver las cosas.

Sobre esta concepción maniquea Anthony Grayling sostiene que la mejor inversión que han hecho desde el poder es hacer creer que si alguien discute una de tus ideas no está debatiendo con vos, sino que está atacándote personalmente. Esto genera tirria, te pone a la defensiva, anula toda posibilidad de revisar en beneficio de la comunidad que piensa uno realmente sobre nuestra sociedad. Como si todo esto fuera poco, entrar en este juego te coloca en posición de contra-ataque permanente. Si no estás irritado: tendrás que estarlo.

Sobre condones

Volviendo a Scioli, será difícil prever claramente que le sucederá como candidato, pues el tema ha entrado en una rueda de exaltación de emociones y sentimientos. Así como lo han expuesto, la sociedad –en su mayoría- no estaría dispuesta a discutir si la propuesta política del Scioli candidato es una opción válida; sólo se pregunta si el Scioli de las pantallas debería o no, haberse puesto un condón.

El ejemplo del “ex gobernador mujeriego” hoy parece el más importante de los temas que podemos hablar como sociedad, pero -recuerden- sólo fue tomado para este artículo como un ejemplo de lo que hoy se habla.

En algunas semanas será reemplazado por otro tema, y el país se podrá sobreponer a la presencia o ausencia de Scioli como candidato.

Lo que sí ha quedado como tema serio y a considerar es la imposición de otra posverdad dañina, una más que se concatena con todas las otras que persiguen un objetivo claro. Y vendrán más. Habrá que tener cuidado, porque desde que estamos “conectados” todo el día, el poder fáctico no descansa un solo minuto. Gente rentada tienen, sí, y también cuentan con el invaluable capital multitudinario de una masa acrítica, dispuesta a reproducir todo lo que ellos proponen.

29/07/2016

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