El gobierno de Macri tiene predilección por la humillación del prójimo. Es de los gobiernos que muestran su calaña como la mostraría algún mal nacido que, abusando que un hombre en copas, caído, le pega en el suelo, porque sabe que no podrá defenderse.

Como diría Néstor Kirchner, fuerte con los débiles y débil con los fuertes.

Han abundado los gestos humillantes  en esas situaciones y hacia esas personas. Ahora le toca al ex vicepresidente de la república Amado Boudou, que cometiera el grave delito de adulterar un formulario 08 de esa fábrica inútil de la burocracia que es el Registro de la Propiedad Automotor, y lo curioso es que si esa transgresión se produjo no hubo perjuicio para nadie.

No obstante, lo muestran al ex vicepresidente en el banquillo de los acusados como si fuese un delincuente serial, un criminal de lesa humanidad y su falta tuviese parangón con la autoría de torturas o el arrojar vivos al mar a detenidos - desaparecidos.

Lo de Boudou, como linchamiento mediático, culmina ahora con este escandaloso juicio pero comenzó cuando el ex vice le quitó a Clarín y a los bancos las AFJ que manejaban con voracidad e instrumentó nuevamente el régimen de reparto en las jubilaciones y retiros. No se lo perdonaron nunca.

Se le pide a la ex presidenta de la República que rinda cuentas por la decisión de ofrecer al sacrosanto mercado dólares a futuro. Una operación con lo que se beneficiaron integrantes del gabinete de Macri, que fueron los que fijaron el valor de cambio del dólar, estableciendo en la diferencia entre el valor de compra y el dado por la devaluación que produjeron, una ganancia escandalosa que pagaron todos los argentinos. Sin embargo la que debe sentarse en el banquillo de los acusados es la ex presidenta.

El pueblo argentino ha debido sufrir los embates dialécticos de distintos integrantes del gabinete de Macri y del propio presidente: “la grasa militante”, “caer en la escuela pública”. Señalaron con nombre y apellido a un luchador gremial como Baradel, en un clima de impunidad y amenazas de revancha creados por los mercenarios del gobierno. Reiterar hasta el cansancio que todo lo mal que estamos ahora es por la pesada herencia de cuando estábamos bien, decir que un empleado no puede tener celular ni equipo de aire acondicionado en su casa porque hay que aceptar los negociados de Aranguren y Shell en el ajuste tarifario.

Ahora se humilla a los testigos y familiares de las víctimas de la dictadura otorgando un indulto a quienes ya estaban condenados, igualando a semejantes criminales con los homicidas comunes, otorgando sin que corresponda los beneficios de la ley más benigna a crímenes imprescriptibles.

Tuvo que salir el pueblo a la calle para frenar la locura de permitir la amnistía encubierta de los genocidas.

Las humillaciones revelan el odio hacia el pueblo, a la gente de a pie que lucha a brazo partido cada día para sobrevivir a las devaluaciones y a la inflación galopante que supuestamente vinieron a combatir.

Humillar desde la impunidad de donde lo hace esta gente, revela una cobardía injustificable, encubrimiento de sus propios actos de corrupción y de conflictos de intereses, sin reparar en que están encendiendo la llama del escarmiento.