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Juan José Aranguren, ministro de Energía del gobierno nacional alega ser solo un técnico. Que él no hace política. Que si se quiere discutir política hay que caminar hacia la Casa Rosada y ver al presidente Mauricio Macri. Que su misión para con la sociedad es sincerar los precios de electricidad, gas y agua. Se escuda en una fundada razón técnica para el tarifazo en marcha. Es el juicio de un funcionario que viene del campo técnico profesional de la ingeniería además del empresario como ex ceo de una gran empresa que produce y vende combustibles en todo el mundo. En esos pergaminos esta el sentido de una ética de la imparcialidad. Hablamos de un ser técnico como igual a imparcialidad, que por si fuera poco incluye lo mejor que puede ofrecernos toda neutralidad.
De allí que las acciones del ex ejecutivo de Shell parecen atender a una demanda cada vez más creciente en las modernas sociedades democráticas. Aquella que nos habla de constituir el verdadero poder de la administración ejecutora del principio de imparcialidad. El que lleva a un Estado fuerte y necesariamente mejor organizado. Un Estado como dice Pierre Rosanvallon “interesado en el desinterés”. En definitiva, lo que resulte de ese ejercicio técnico constituirá una nueva legitimidad para las democracias. ¿Será tan pretencioso el ministro del tarifazo?
El mundo del Pro gobernante imagina un tipo distinto de servidor público. Aquel que propone una nueva moralidad, distante de la que supo tener el kirchnerismo. Este tiñó toda la administración de parcialidad e interés, orientado siempre a establecer “precios políticos”. Con Aranguren está pariendo una novedosa categoría de funcionarios que tienen una común mirada crítica sobre los bienes y servicios públicos del tiempo kirchnerista. En ese entonces el cuadro tarifario que llegaba a los consumidores residenciales y productivos estaba corrompido desde su origen: era rehén de una dirigencia corrupta. La idea entonces es superar ese velo impuesto, marcado por la trampa y la mentira que proponían aquellas tarifas generosas por su escasísimo precio. Por lo tanto, se impone sincerar, superar el engaño. Y para eso no hay otro modo que ser drástico. El engaño no se supera con placebos ni con gradualismos. El tarifazo por su brutalidad es igual al sinceramiento de quien dice que ya no ama más.
Hablar de sincerar es muy preciso para la mirada técnica del ministro Pro, ya que economiza todo sentido moral, lo mismo que económico y sobre todo, sociológico de los propósitos políticos del gobierno. Es que junto al vocablo “libertad”, repetido en tantas ocasiones donde se puede escuchar la palabra magra presidencial, por momentos parecieran llevarnos a la recorrer la gran biblioteca filosófica del liberalismo. Sin embargo, todo se reduce a un aspecto muy primario de un tipo de liberalismo mas como práctica del negociante que como rampante filosofía. El objetivo es extraer a la sociedad en tanto consumidora el máximo de recursos que fortalezca al campo empresario. O sea, sólo egoísmo.
Dicho lo anterior el ministro de esta nueva dirigencia gobernante insiste en una fría acción tecno burocrática. Sin embargo, no es necesario irse al final de la Plaza de Mayo para “hacer política”. El solo hecho de abrir su ventanilla a los reclamos de gobernadores e intendentes quejosos porque sus comunidades no saben qué hacer frente a las abultadas boletas. También habla de política cuando le exige al consumidor que si no tiene dinero deje de comprar combustibles. De allí que posiblemente Aramguren sea el miembro más político del gabinete macrista. Aún atendiendo a esa visión pluralista de la política que nos dice que política es saber canalizar problemas y tomar decisiones. Más cargado de política es el ministro si consideramos otra mirada sobre lo que entendemos por política, aquella que nos habla del conjunto de decisiones respaldadas por elecciones en valores –lo justo frente a lo injusto, el bien sobre el mal, etc.- que inevitablemente generan conflictos.
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