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05/03/2017

Qué saben los que no saben

Qué saben los que no saben | VA CON FIRMA. Un plus sobre la información.

La buena o mala educación no se mide por días de clases, sino por las condiciones de quienes enseñan y de quienes aprenden. Será mejor ocuparse de tener docentes capacitados y justamente remunerados, escuelas confortables, bibliotecas y herramientas de trabajo adecuadas, y niñas, niños y adolescentes bien alimentados y amorosamente cuidados.

María Beatriz Gentile *

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Cuando se habla genéricamente de “los docentes”, suele hablarse mal. La cantidad de días de huelga o el número de licencias percibidas son los únicos datos que circulan en la opinión pública acerca del trabajo de maestros y profesores. Será por eso que cualquiera se siente autorizado a evaluar su desempeño, o peor aún se siente en condiciones de reemplazarlos en las aulas. Pero raramente se conozca cómo se llega a esa profesión, que tiene mucho menos de llamado místico sarmientino que de estudio y compromiso como tantas otras.

Un estudiante para llegar a ser profesor de Historia, Letras, Geografía o Filosofía en la escuela secundaria tiene que pasar por alrededor de 224 instancias de evaluación. En una carrera de 5 años, como las que se dictan en la Facultad de Humanidades de la Universidad Nacional del Comahue, eso significa casi 45 evaluaciones al año. ¿De dónde salen estos números? Tomemos el plan de estudio del profesorado en Historia que tiene 28 asignaturas. Cada una de ellas para acreditar el conocimiento específico, exige al menos la elaboración de 5 trabajos prácticos, 2 exámenes parciales y 1 examen final. Esto podrá variar de acuerdo a la modalidad de cada cátedra, pero casi todas incluyen entre 8 o más evaluaciones.

Para que ese “profe” pueda explicar la Guerra del Peloponeso, la Revolución de Mayo o la Crisis de 1929, además de saber de qué se trata, deberá contar con el conocimiento pedagógico y didáctico adecuado a la enseñanza de nivel medio. Para todo ello quien cursa la carrera no leerá menos de 50 textos por asignatura entre libros, capítulos de libros, documentos y artículos de revistas científicas, lo que da un total de 1400 textos aproximadamente a lo largo de toda su formación. Y no elaborará menos de 300 páginas en concepto de informes, ensayos y monografías.

Si expusimos esta síntesis no es porque creamos posible “medir” el conocimiento a partir de estos datos u otros indicadores que tanto le gustan al Banco Mundial y a las calificadoras de riesgos, sino como forma de visibilizar el esfuerzo en el trayecto formativo de un docente; algo que nunca muestran los números del gobierno ni el comentario malintencionado de algunos comunicadores.

Decir que la educación es una herramienta fundamental para la democratización de la sociedad, remite a vacío conceptual estilo Durán Barba. Pero aún así, vale la pena reafirmarlo porque en América Latina el acceso de los sectores subalternos a la educación y la demanda por la instalación de escuelas, ocupó gran parte de las disputas políticas de del siglo XIX y del XX.

Combatir el analfabetismo fue una forma de negar ladesigualdad social basada en el privilegio por el lugar de nacimiento. La educación posibilitó a quienes no pertenecían a la elite, ponerse en pie de igualdad. Se entendió que con ella las personas adquirían el status social necesario -la llamada “ciudadanía moral”- para exigir al Estado el cumplimiento de sus deberes. Así por ejemplo, en pleno avance del latifundio agrícola-ganadero, la defensa de la tierra campesina en los tribunales exigió saber leer y escribir para tomar conocimiento de las leyes y volcarlas a su favor. Es por eso que en muchas regiones de América, la demanda por el derecho a la educación precedió al reclamo por la generalización del sufragio. La defensa de la educación pública de hoy se reconoce heredera de esta larga tradición democrática.

La buena o mala educación no se mide por días de clases, sino por las condiciones de quienes enseñan y de quienes aprenden. Será mejor ocuparse de tener docentes capacitados y justamente remunerados, escuelas confortables, bibliotecas y herramientas de trabajo adecuadas, y niñas, niños y adolescentes bien alimentados y amorosamente cuidados. Y por eso será más provechoso que los voluntarios se encarguen de ayudar al Estado a cumplir con todo lo que le falta hacer; ya que de enseñar nos encargamos los docentes que para eso nos hemos formado.



(*) Historiadora, decana de la facultad de Humanidades de la Universidad Nacional del Comahue.
29/07/2016

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