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Columnistas
13/02/2017

Intensidades democráticas y derechas modernizadas

Intensidades democráticas y derechas modernizadas | VA CON FIRMA. Un plus sobre la información.

Es sabido que las derechas latinoamericanas han asimilado sus intereses a la democracia electoral. A esa adaptación se le reconoce como “modernización”, calificación que no nos dice todo pero sí identifica una trayectoria que tendría apenas un cuarto de siglo.

Gabriel Rafart *

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Modernizar pareciera significar que habrían dejado atrás sus modos golpistas para tolerar la derrota o el triunfo electoral. Un tipo de actualización que coloca a las derechas a tono con las izquierdas revolucionarias, al menos en aquellas que habían dejado atrás los fusiles y se vestían con el ropaje de los partidos electorales. En todo caso esas derechas hacían suyo un reclamo dirigido siempre a las izquierdas y que no siempre fueron correspondidos. Colaboraban en ello ciertas miradas de intelectuales liberales-democráticos cuando decían que  derechas e izquierdas se anulaban por la radicalidad golpista de unas y por la violencia de las otras. Aún así las izquierdas que competían en elecciones nunca pudieron hacer una demostración de su “fe” democrática, porque esas derechas se encargaron de desalojarlas por modos violentos sin esperar el recambio electoral. El Chile de la llegada de Pinochet era el ejemplo dilecto de este suceder. Las cosas cambiaron con un “descubrimiento”: el camino golpista de las derechas contaba solo por la represión, corrupción, mayor dependencia y empobrecimiento de los sectores populares. Las transiciones democráticas de los ‘80 presentaron otro panorama para esas derechas.

A modo de historia podríamos decir que tanto Chile como Nicaragua encabezaron ese proceso que llevo primero a las izquierdas y simultáneamente a las derechas a esa modernización. En un caso con la izquierda del Frente Sandinista al aceptar unas elecciones que la llevó a la derrota del primer Ortega en 1990 a manos de Violeta Chamorro, y en el otro caso cuando la alianza de fuerzas de derechas encabezada por el ex ministro de Pinochet Hernán Büchi, quedó segunda en las elecciones presidenciales de diciembre 1989. Triunfo y derrota fueron parte del mismo menú: las derechas aceptaban el aprendizaje de las elecciones.

La Argentina ofreció otro caso con el menemismo, ya que las fuerzas de derecha fueron convocadas a cogobernar aún sin contar con votos suficientes para establecer una coalición. Hubo continuidad de esa forma de acceder al poder en la última fase del bienio de Fernando De la Rúa. Completaron ese panorama los líderes locales de derechas que supieron alquilar partidos o inventar nuevos para competir en las elecciones. La trayectoria de Cavallo, López Murphy y el actual Pro de Macri demuestra esa versatilidad. Esas experiencias marcaron la década de neoliberalismos y democracias que aceptaban el camino electoral pero dejaron atrás la búsqueda de intensidades, fundamentalmente en el avance de los derechos sociales y la producción de una sociedad más justa.

Durante la última década del siglo XX, las democracias poco intensas comandadas o bajo el giro de derechas de varios movimientos “populistas” resultaron paradójicas: destruían trabajo y expandían las bases de la pobreza mientras ampliaban el listado de libertades y derechos civiles “liberales”, mejorando inclusive los estándares de derechos políticos. De allí que ciertas reformas políticas del momento hicieron que la democracia electoral fuera más intensa que antes, curiosamente en un proceso en que la vida política partidaria vivía un tiempo de cartelización inédito.  Reflejo de ello fue un nuevo constitucionalismo latinoamericano, cuyo mejor ejemplo es la Constitución argentina reformada en 1994, lo mismo que sus homologas provinciales. Todo daba cuenta de la presencia de mas derechos en el papel “de tercera generación” junto a la emergencia de institutos que las derechas siempre vetaron y que podían adecuarse a un tipo de democracia directa, como el plebiscito y el referéndum. Aún así, ese constitucionalismo se parecía bastante al impulsado por liberales y conservadores de la segunda mitad del siglo XIX, que tanto en la Argentina como el resto del continente, solo fueron capaces de producir la legalidad de sus repúblicas de elites. Esas  repúblicas “verdaderas” contaban con el sello de época, de unas derechas que también se las llamo “modernizadoras”.

En resumen estas derechas parecen haber descubierto el valor de la lealtad hacia la legitimidad electoral. Más si la suerte de los comicios corre a su favor. Cuando se presenta situaciones que no siempre pueden manejar con los votos ni los partidos, recurren a formulas de dudosa legitimidad pero con visos constitucionales. La llegada de Temer en Brasil es un buen ejemplo.

El apego relativo a la democracia electoral sería la única señal de modernización de las derechas. Cuando observamos su desempeño en el gobierno notamos que busca destruir principios fundamentales de la construcción de la libertad civil, baluarte siempre defendido por todas las derechas liberales. La derecha argentina siempre marco esa diferencia. De allí que el recorte de libertades para dirigentes de la oposición al macrismo gobernante, señala los limites de esa modernización, esa que nos lleva a una democracia menos intensa. El listado es largo, desde el derecho a la defensa en juicio, al respeto de la intimidad, el principio de inocencia, la igualdad ante la ley, en definitiva un mismo estándar de procedimientos legales, entre tantos. La detención de Milagro Sala y la actual campaña judicial contra ex funcionarios kirchnerista marcan la naturaleza y el grado de modernización de la derecha argentina. Y con ello una democracia de baja intensidad, como señalaba hace un cuarto de siglo Guillermo O´Donnell.  



(*) Historiador, autor del Libro “El MPN y los otros”
29/07/2016

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