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22/01/2017

La crisis y sus consecuencias

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La salida del Reino Unido de la Unión Europea, el triunfo de Donald Trump en Estados Unidos, la ilegítima destitución de Dilma Rousseff en Brasil y el primer año del gobierno conservador en Argentina son síntomas que hacen recordar lo ocurrido hace 80 años atrás.

Humberto Zambon

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Existe un viejo libro (la edición en castellano de Americalee, creo que la única existente, es de 1946) del historiador francés Henri Claude titulado “De la crisis económica a la guerra mundial”, que lamentablemente no tuvo la trascendencia que, en mi opinión, merece. En ese libro Claude desarrolla en forma exhaustiva y convincente la ligazón causal existente entre la crisis de 1929 y la guerra mundial iniciada 10 años después.

Es que la crisis entre 1931 y 1932 generó en Estados Unidos 2.652 quiebras mensuales, 1.133 en Alemania, 1.170 en Francia y así sucesivamente en todos los países. Al promediar la década los desocupados en Estados Unidos sumaban 10.870.000 y más de dos millones en Alemania, Reino Unido o Francia.

La economía ortodoxa, la única aceptada en occidente, no tenían respuesta ante ese problema y, desde el punto de vista de la teoría, hubo que esperar hasta 1936 en que Keynes dio una buena explicación que fundamentó una política anti-cíclica con resultados positivos.

Los distintos gobiernos nacionales no esperaron hasta entonces. Luego de los fracasos iniciales (que incluyeron la destrucción intencionada de gran parte del que aparecía como excedente productivo porque no tenía compradores, mientras masas crecientes de población comía en las “ollas populares” y vivían en la marginación total) se decidieron por el gasto en obra pública. Fueron keynesianos antes que Keynes.

De todas formas la obra pública tiene sus límites, en particular frente a los sectores que debían financiarla con impuestos. Pero los gobiernos encontraron un rubro en principio inagotable donde gastar para inyectar fondos a la sociedad civil: los armamentos. Solamente hace falta convencer a la opinión pública de la existencia de un enemigo de quien hay que defenderse y, en última instancia, aniquilar. Inclusive, como casi todos los países recurrieron a ese método, el simple gasto en armamento del potencial enemigo sirve de excusa para incrementar el gasto propio, generando un círculo vicioso auto sostenido.

Ese proceso, clave en la cadena causal que lleva de la crisis a la guerra, implicó el cierre de los países y la desconfianza que devino en odio hacia el inmigrante, lo distinto, el “otro”, ya sea por razones étnicas, religiosas o de nacionalidad. Implicó el crecimiento del nacionalismo conservador en todos los países centrales como Francia o con las dictaduras de Francisco Franco en España y Oliveira Salazar en Portugal, la consolidación del nacismo en Alemania, Hungría y otros países, mientras que el fascismo fue ideología de moda en el mundo, inclusive en países alejados del centro, como Brasil y Argentina (el general Uriburu, autor del golpe de estado contra Yrigoyen, era un declarado simpatizante fascista y llegó a proponer para nuestro país un sistema de representación corporativo).

Usted podrá cuestionar que el fascismo italiano es anterior a la crisis de los años ’30. Es cierto, pero surgió en una situación económico-social muy similar: la guerra de 1914-18 generó una profunda frustración en el pueblo italiano y la paz implicó crisis económica y una enorme cantidad de desocupados; el fuerte crecimiento de la izquierda maximalista y de las organizaciones obreras crearon temor en la clases acomodadas a los que se sumó el miedo a la proletarización de los sectores medios; con la financiación de los primeros los sectores medios protagonizaron la “Marcha sobre Roma” de octubre de 1922, la llegada al poder de Benito Mussolini y la instauración de la primera experiencia fascista.

En el año 2008 estalló una nueva crisis, la peor desde 1929, que sumió a los países centrales en una profunda recesión que afectó a todo el mundo. Están apareciendo síntomas que hacen recordar lo ocurrido hace más de 80 años atrás. Por un lado, el crecimiento de la derecha política en Europa y también en América. El año pasado se produjo la salida del Reino Unido de la Unión Europea, clara manifestación de una tendencia al aislamiento, y el triunfo de Donald Trump en Estados Unidos, expresión del descontento visceral de grandes capas de la población norteamericana. La ilegítima destitución de Dilma Rousseff en Brasil y el primer año del gobierno conservador en Argentina.

En todo el mundo parece resurgir la xenofobia, la desconfianza al diferente y el temor al inmigrante, eterno sujeto de las frustraciones e ignorancias de los pueblos. Inclusive en nuestro país, que tiene una de las legislaciones más progresistas respecto a la inmigración, hay voces y movimientos en favor de un endurecimiento de esas normas y del rechazo al inmigrante latinoamericano.

Hay que estar alerta y defender los derechos logrados. Como dice el ensayista polaco Zygmur Bauman (citado en la revista “Radar”) “La política de separación mutua y mantenimiento de las distancia, de construcción de muros en lugar de puentes, no conduce a ninguna parte más que al erial de la desconfianza, distanciamiento y bronca mutuos … La humanidad está en crisis y no hay otra manera de salir de esa crisis que mediante la solidaridad entre los seres humanos”.

29/07/2016

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