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Hay precisiones y números que pueden ayudar a clarificar de qué se tratan las elecciones que se realizarán en Argentina en el año que acaba de comenzar.
Muchas veces llamadas “de medio término”, que es una especie de traducción copiada del lenguaje político de Estados Unidos, más correcta y claramente pueden ser denominadas elecciones “de mitad de mandato”. Es decir que durante un mandato presidencial que según la Constitución Nacional es de cuatro años, exactamente en la mitad del mismo -a los dos años-, corresponde realizar votaciones para renovar parcialmente el Congreso de la Nación.
Aparte de eso, hay plazos y normas similares en cada una de las provincias para renovar las legislaturas locales, así como los concejos deliberantes y otros órganos de gobierno municipal. Pero esta nota se concentrará en analizar solamente la elección para cargos en el Congreso de la Nación: senadores nacionales y diputados nacionales.
Y una de las puntualizaciones importantes de realizar, sobre todo para quienes no están familiarizados con el funcionamiento de las principales instituciones políticas del país, es de dónde surgen las normas que establecen cuáles cargos se eligen cada cierto tiempo y cuánto duran los mandatos de quienes son elegidos.
Para el caso de los senadores, el artículo 54 de la Constitución establece lo siguiente:“El Senado se compondrá de tres senadores por cada provincia y tres por la ciudad de Buenos Aires, elegidos en forma directa y conjunta, correspondiendo dos bancas al partido político que obtenga el mayor número de votos, y la restante al partido político que le siga en número de votos. (...)”.
Ello significa que quienes acceden a una banca en la llamada “Cámara alta”, son los/las candidatos/as de solamente dos fuerzas políticas. Quien ocupe el tercer lugar, y por supuesto los siguientes, quedan afuera de los cargos en disputa. Se quedarán “sin nada”.
A su vez, artículo 56 indica cuánto duran los mandatos en el Senado y con qué periodicidad se eligen sus integrantes: “Los senadores duran seis años en el ejercicio de su mandato, y son reelegibles indefinidamente; pero el Senado se renovará a razón de una tercera parte de los distritos electorales cada dos años”.
Esta última cláusula es decisiva para entender el voto a senadores. No en todas las provincias se elegirán en este 2017, sino únicamente en ocho de ellas: “una tercera parte”, ya que en total son 24 distritos, entre las 23 provincias más la ciudad autónoma de Buenos Aires.
En otro grupo de ocho provincias dicha elección corresponderá en 2019 (eso es para quienes asumieron en 2013), y en un tercer grupo de ocho, tal renovación ocurrirá en 2021 (es el caso de los/las que asumieron en 2015).
Este agrupamiento triple de ocho provincias cada vez, para renovar “una tercera parte de los distritos electorales cada dos años” como fija el texto constitucional, fue establecido apenas comenzó la actual etapa democrática en 1983, y se mantiene hasta hoy.
Entonces, según el ordenamiento vigente, las provincias donde este año se elegirán senadores nacionales son las siguientes ocho: Buenos Aires, Formosa, Jujuy, La Rioja, Misiones, San Juan, San Luis y Santa Cruz.
Y hay un dato importante más: las provincias que renuevan senadores en este 2017 son aquellas donde dichos representantes accedieron a sus bancas en 2011. Es decir la misma elección en la que Cristina Kirchner resultó reelegida con el 54% de los votos, lo cual favoreció el “arrastre” electoral de las listas legislativas del Frente para la Victoria u otras fuerzas que respaldaban el proceso kirchnerista.
Por otro lado, para el caso de los diputados de la Nación las reglas son más sencillas. Así lo determina el artículo 50 de la Constitución: “Los diputados durarán en su representación por cuatro años, y son reelegibles; pero la Sala se renovará por mitad cada bienio; (...)”.
Por ejemplo, el distrito más poblado, que es la provincia de Buenos Aires y tiene 70 representantes en la denominada “Cámara baja”, elige 35 diputados cada dos años -esa “mitad en cada bienio”- y obviamente así será en la presente ocasión.
Las provincias menos pobladas tienen cinco diputadas/os que las representan, y algunas elegirán esta vez a dos de ellas/os, o a tres según el caso, tratándose siempre de quienes asumieron en 2013 y están completando sus cuatro años en el cargo legislativo.
Por Neuquén, terminan su mandato Adrián San Martín y María Inés Villar Molina (ambos del Movimiento Popular Neuquino), y Darío Martínez (del Frente para la Victoria-PJ, quien fue elegido en el '13 aunque recién asumió hace un año, en reemplazo de Nanci Parrilli).
Por Río Negro, quienes llegan en el 2017 al fin de su período en la Cámara son María Emilia Soria y Luis María Bardeggia (los dos del bloque Frente para la Victoria-PJ).
Ninguna de las dos provincias nor-patagónicas eligen senadores nacionales este año, sino que lo harán en 2019. En esa oportunidad, terminarán sus mandatos los neuquinos Guillermo Pereyra y Lucila Crexell (los dos del MPN) y Marcelo Fuentes (PJ-FpV), así como los rionegrinos Miguel Pichetto y Silvina García Larraburu (ambos del PJ-FpV) y Magdalena Odarda (Frente Progresista, CC-ARI). Todos/as ellos/as fueron elegidos/as en 2013.
En resumen: este año, en la totalidad de las provincias se realizará una elección para que de allí surjan representantes a la Cámara de Diputados de la Nación, mientras que en ocho de esas provincias, además, se elegirán representantes a la Cámara de Senadores.
Elecciones provinciales, pero...
No se trata, en consecuencia, de una elección “nacional”, en el sentido de que todos los argentinos y argentinas van a votar por un mismo cargo. Son elecciones “provinciales”, porque en cada provincia se votará por los candidatos de ese distrito solamente. Sin embargo, lo que sí será “nacional” es su significación política.
No solo porque de allí derivará la futura composición del Parlamento para los dos últimos años de la presidencia de Mauricio Macri, sino porque la voluntad ciudadana expresada a través del voto será una forma de traducir el estado de ánimo de la sociedad, políticamente hablando, tanto respecto del gobierno nacional como de todas las fuerzas que intervienen en la contienda electoral, y en especial de sus principales candidatos/as y de sus líderes o figuras más representativas.
Por decirlo comparativamente, las interpretaciones que se harán apenas haya concluido el recuento de votos serán diferentes de cuando en 2015 se eligió presidente y vice de la Nación, particularmente en el balotaje. Allí hubo un ganador y un perdedor, aún cuando la diferencia haya sido mínima (El 2,8 por ciento fue la ventaja que obtuvo la fórmula Macri-Michetti por sobre la de Scioli-Zannini).
En las elecciones legislativas, al no ser “nacionales”, las interpretaciones son múltiples y son motivo de disputa. Desde la noche misma del domingo de votación, y con mayor intensidad desde el día siguiente, los más variados enunciadores -los legisladores que resulten electos, los candidatos que no llegaron a ser elegidos por no lograr los votos suficientes, los periodistas de todas las posiciones políticas, el poder mediático dominante y el infinito mundo de la comunicación plural y democrática, etc.- harán múltiples evaluaciones y sacarán sus propias conclusiones.
Sin embargo, hay tendencias de la estructura política argentina que surgen de su composición demográfica y del centralismo del poder, y ambas condiciones se constituyen en factores híper-determinantes en la “disputa por la interpretación del resultado”.
Esto significa que por tener la provincia de Buenos Aires el 38 por ciento del total de las y los votantes del país -o, para ser más precisos, el 38 por ciento del padrón electoral nacional, más allá de cuántas/os voten o no-, y además de eso por estar concentrados en la Capital Federal los medios de comunicación que más influyen en la conformación de la opinión pública en todo el territorio nacional, el centro de la disputa estará en ambos lugares: en cuál sea el resultado en la provincia de Buenos Aires, y cuál será la interpretación que traten de imponer los medios dominantes porteños (que lo son, al mismo tiempo, de toda la Argentina).
En definitiva, los cargos de mayor volumen político serán los de provincia de Buenos Aires. Tres senadores/as, de los/las cuáles corresponderán dos al partido o alianza política que obtenga el primer lugar, y uno/una para quien consiga el segundo puesto.
Por más que se vote en todo el país, la tensión simbólica para la construcción de los diferentes relatos sobre el resultado electoral se concentrará allí: quiénes obtuvieron esas tres bancas. Y la importancia de este dato aumenta exponencialmente si se tiene en cuenta que el resultado solo beneficiará a dos de los contendientes -al primero más que al segundo, obviamente-, y un tercero quedará excluido.
Sólo obtendrán una banca en el Senado nacional quienes obtengan el primer y segundo lugar en número de votos en provincia de Buenos Aires. Al tercero, aún cuando (supongamos) la diferencia con el segundo haya sido mínima, le cabrá todo el peso de la derrota. Como se dijo en esta misma nota, se quedará “sin nada”.
El cuadro de situación se entiende mejor si se parte de considerar que las alternativas políticas con más virtualidad electoral serán al menos tres: macrismo, massismo y peronismo/kirchnerismo (denominaciones que intentan ser claras y toman como referencia identidades políticas actualmente vigentes, surgidas del nombre de sus referentes o líderes, ya sean de raigambre histórica o de constitución reciente).
Esos espacios existen más allá de los nombres formales que adopte cada cual en el momento del comicio, ya fuera Cambiemos u otro, Frente Renovador u otro, y en un tercer ejemplo Partido Justicialista o Frente para la Victoria, etc., o cualquier otro nombre. Los nombres son imprevisibles y solo se conocerán a mediados de junio próximo, cuando venza el plazo de presentación de listas. Pero los espacios políticos de mayor significación serán al menos esos tres.
Aún más: el peronismo/kirchnerismo puede dividirse y presentar más de una opción electoral. Si tal situación ocurriera, las alternativas políticas más relevantes que competirán en la provincia de Buenos Aires -para ceñirnos solo al distrito donde se concentra la tensión política de la elección- serán al menos tres, pero también pueden ser cuatro. Más “dramatismo” político se agrega al potencial resultado.
De tales alternativas, la que obtenga mayor cantidad de votos será “ganadora”, la que salga segunda exhibirá un capital político importante, pero la/las restante/s será/n “perdedora/s”. ¿Quién ocupará cada uno de esos casilleros? Cuando ese enigma quede develado, estará más claro todavía qué era lo que se jugaba en las elecciones de 2017.
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