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“Don Jaime, primer pastor de esta Diócesis, defensor de la justicia, vivió con coherencia el evangelio sirviendo a los más pobres”. Es el texto que reza inscripto en el mármol blanco que recubre su ataúd, en el interior de la Catedral de la ciudad de Neuquén, sobre una pared lateral de ladrillos rugosos sin revoque. Esa pared que quedó detenida en el tiempo desde el mismo momento que fue nombrado obispo y llegó a las tierras neuquinas. En la primavera de 1961 la Catedral se estaba construyendo y Don Jaime dio la primer señal “Mientras haya pobres en Neuquén que no tienen ni donde vivir, no podemos seguir…la catedral no es para lucir... ".
El 19 de mayo de 1995, hace veintiún años, partió el Obispo Jaime Francisco de Nevares, primer obispo de la Diócesis de Neuquén. Hasta hoy todas las paredes de la Catedral de Neuquén, las de afuera y las de adentro, son de ladrillos sin revoque; aún hay pobres…
Don Jaime, como lo llamaba y llama cariñosamente el pueblo de Neuquén, nació en Buenos Aires el 29 de enero de 1915. En su infancia vivió en pleno barrio Norte de Buenos Aires. Su familia pertenecía a la clase alta porteña con institutriz, mucamos y chofer. “En mi casa se hablaba en inglés” me dijo una vez. Su padre, un destacado abogado, murió cuando él era aún un niño.
Su madre, profundamente religiosa, era muy solidaria con la Congregación Salesiana de Don Bosco en las lejanas tierras patagónicas; los Vicentinos de la Sociedad de San Vicente de Paul, en su adolescencia, le hicieron conocer los conventillos de Buenos Aires, las villas y “tomas” de ahora; y le enseñaron que es deber de un cristiano ayudar a los más humildes. “Vivía en una burbuja” me dijo una vez Don Jaime. Estos dos hechos marcaron su vida para siempre.
Recibido con medalla de oro por mejor promedio, hizo la escuela primaria y secundaria en el colegio Champagnat de Buenos Aires de los hermanos Maristas. Estudió Derecho en la Universidad de Buenos Aires donde se recibió de abogado a los 25 años. Las ideas de la igualdad ante la ley, los derechos y obligaciones como ciudadano, la Justicia, el valor de las instituciones y la República -como siempre expresaba- fueron conceptos que lo marcaron para siempre.
A los 28 años ingresó al seminario de la Congregación Salesiana de Don Bosco en Fortín Mercedes, provincia de Buenos Aires. Se ordenó sacerdote en el año 1951. En 1961 el Papa Juan XXIII creó la Diócesis de Neuquén y lo nombró su primer Obispo. A los tres años de llegado a Neuquén viaja a Roma para participar del Concilio Vaticano II, esa impresionante renovación de la iglesia. Y esto termina de marcar su opción de vida. Don Jaime comienza a caminar con el pueblo neuquino y patagónico y el pueblo lo transforma definitivamente hasta su partida.
“He regresado acongojado, con el corazón conmovido y el alma llena de indignación ante tanta injusticia, maldad, explotación del humilde e insensibilidad…El Concilio Vaticano, las conclusiones del Episcopado Latinoamericano de Medellín, y la de los argentinos de San Miguel, nos comprometen y urgen al aporte de una denuncia firme de las situaciones de injusticia” dice Don Jaime en estas reflexiones escritas al regreso de una gira misionera por el norte de la provincia de Neuquén en noviembre de 1969. Y denuncia públicamente lo que viven las comunidades mapuches y los crianceros: falta de agua y de ayuda del gobierno, corridas de los alambrados por parte de los estancieros, desnutrición, expulsión de sus tierras, ausencia de planes oficiales serios; y toda esta denuncia está acompañada con citas del Martín Fierro. Una de ellas decía “Pero se ha de recordar; para hacer bien el trabajo; que el fuego pa´calentar; debe ir siempre por abajo”.
Con este mensaje el obispo afirmaba toda una línea de trabajo pastoral. “Es el mensaje de Cristo, que siendo Dios se hizo de abajo, se hizo humano, se hizo pobre, se hizo trabajador, y desde esa realidad comenzó la evangelización. He venido a evangelizar a los pobres” era una de sus frases preferidas; así afirma con claridad su amigo y secretario privado el Padre Juan San Sebastián en el libro “Don Jaime de Nevares. Del Barrio Norte a la Patagonia”.
“En algo vamos a estar de acuerdo Monseñor; lo fundamental es que la obra de la represa de El Chocón se haga” le dijo el general enviado por el presidente de facto Juan Carlos Onganía. “Para mí lo fundamental son los obreros por los cuales Él murió en la cruz” le contestó Don Jaime señalando un crucifijo y la reunión finalizó. Eran los finales de 1969 y los miles de trabajadores de El Chocón –la obra del siglo la llamaban- habían decidido realizar una huelga y tomar la obra en reclamo de mejores salarios y de seguridad. Don Jaime la apoyó, se reunió con los trabajadores, con los delegados, entre los cuales estaba el cura obrero Pascual Rodríguez y reclamó ante las autoridades militares. Ahí su nombre tomó trascendencia nacional. El tomar partido del lado de los trabajadores se repetiría muchas veces: la huelga de la represa de Piedra del Águila en 1986, la huelga de los trabajadores de la construcción de Neuquén en 1984, la formación del gremio de los trabajadores de la educación de Neuquén (ATEN) a partir de una convocatoria de la iglesia durante la dictadura, su manifestación pública contra el pago de la deuda externa y las privatizaciones de las empresas del estado….
“Lo hemos nombrado “Peñi” hermano porque siempre estuvo con nosotros, nos acompañó, nos defendió, recordemos que antes de la venida de monseñor había mucha injusticia….” así le dijo Juan Huayquillán, con lágrimas en los ojos, Lonco (jefe) de la comunidad mapuche de Colipilli –pegada a la cordillera- a Don Jaime. El también con los ojos enrojecidos le dio un abrazo y agradeció. El mejor homenaje a ese hombre que, verano a verano durante 30 años recorrió cada una de las más de cincuenta comunidades mapuches: escuchando, denunciando las injusticias, pidiendo perdón por ser parte de esa iglesia que había sido cómplice de la opresión y el genocidio, reclamando por las tierras del pueblo mapuche…..
En agosto de 1971 decidió junto a su presbiterio no asistir a ningún acto oficial para diferenciar la función de la Iglesia de la del Estado. Eran tiempos de la dictadura militar que comenzó en 1966. ”Reafirmamos nuestra decisión de mantenernos independientes en nuestra tarea de hombres de la Iglesia…por eso estaremos ausentes de los lugares de privilegio…por ejemplo de los palcos en los actos oficiales.” expresa el documento de la diócesis firmado por el Obispo y los sacerdotes y publicado en el libro “La Verdad nos hará libres” que recopila los documentos de la iglesia neuquina.
“Una a una, de su puño y letra, contestaba cada una de las cartas que le mandaban las madres y familiares de quienes eran secuestrados, dándoles consuelo y apoyo. Al principio eran unas pocas, luego comenzaron a llegar por cientos” contaba Juan San Sebastián. Don Jaime se jugó desde el principio del golpe de estado del 24 de marzo de 1976 por los perseguidos y desaparecidos. Fue miembro fundador de la APDH (Asamblea por los Derechos Humanos) a nivel nacional. En Neuquén, ya en diciembre de 1975, meses antes del golpe militar de 1976, formó la primera delegación de la APDH en el interior del país. Acompañó a los familiares de los desaparecidos, reclamó por las víctimas, escondió a los perseguidos, encabezó las marchas por los Derechos Humanos; en el obispado se reunía la APDH y las Madres de Plaza de Mayo de Neuquén. Junto con Esteban Hesayne, Obispo de Río Negro; Jorge Novak Obispo de Quilmes, Carlos Ponce de León, Obispo de San Nicolás –que se está investigando su posible asesinato- y Enrique Angelelli, Obispo de La Rioja -asesinado por la dictadura militar-, fue de los pocos obispos que enfrentaron el genocidio. Cuando volvió la democracia no dudó en integrar la CONADEP (Comisión Nacional sobre la Desaparición de Personas). Se opuso férreamente a las leyes de punto final y obediencia debida, al indulto. Reclamó en el púlpito y en la calle Juicio y Castigo a los responsables del terrorismo de estado. ”Todo lo que tenga que ver con la defensa del hombre me corresponde” afirmaba.
“Sí acepto” contestó rápidamente a la propuesta que le hizo el Frente Grande para ser candidato extrapartidario a Convencional Constituyente para la reforma de la Constitución Nacional en 1994. Con el convencimiento que el más alto honor que puede tener un ciudadano en un país es ser parte de la redacción de su Constitución. Y porque rechazaba el pacto de Olivos. Siendo Obispo emérito, sin recursos, con su salud debilitada a los 79 años, se embarcó en lo que llamó “mi última Patriada”. Allí estaban participando en la campaña por Don Jaime los mayores y los jóvenes; el mapuche y el maestro; la monja y el militante político; el obrero y el cura; el profesional y el criancero; el creyente y el ateo. Era su pueblo que durante 30 años caminó “con un oído en el evangelio y el otro en el pueblo”. Y ganó las elecciones….Unos días antes del triunfo había dicho “Si no se rompe el pacto de Olivos –que decía que lo acordado se votaba a libro cerrado- y se hace un debate punto por punto, renuncio”. El pacto no se abrió y así lo hizo “No quiero asistir a los funerales de la República” expresó en su alocución de renuncia frente al pleno de la Convención Constituyente.
Durante sus años como obispo creó la Pastoral de los Trabajadores, hoy Pastoral Social, impulsó los grupos juveniles y la participación de los jóvenes en la vida política y social, creó la Pastoral de Migraciones, que comenzó defendiendo a los migrantes chilenos que huían perseguidos por la dictadura de Pinochet, creó la Pastoral Carcelaria para acompañar a los presos, el Club del Soldado para quienes estaban haciendo la conscripción, la Pastoral de Medios de Comunicación, puso en marchas las Asambleas Diocesanas para debatir el camino de la iglesia neuquina. El Concejo Deliberante de la ciudad de Neuquén lo nombró “Vecino Ilustre”, la provincia de Neuquén le otorgó el “Pehuén de Plata” que entrega a personas destacadas, la Universidad Nacional del Comahue lo nombró Doctor “Honoris Causa” por su incansable trabajo por los derechos humanos, el gobierno de Chile lo distinguió con la medalla de Bernardo O´Higgins que es la más alta condecoración que otorga.
Se jugó una y otra vez. Dio testimonio no solo con la palabra sino con hechos y acciones. Vivió austeramente en la vida cotidiana. Tenía un fino y “chispeante” humor. Dialogaba y recibía a todos “Nunca rechazando a nadie, pero siempre dejando claro que el pobre tenía preferencia. Jamás evitaba la vereda de nadie, pero si había que cruzar la calle para estar del lado del pobre, del explotado, del excluido, nunca dudaba en hacerlo de inmediato” como expresa certeramente el sacerdote y amigo de Don Jaime, el padre Rubén Capitanio en su libro “Hombre Fiel. El andar de Don Jaime de Nevares”.
Trascendió los límites de la Iglesia y de la provincia de Neuquén. El 19 de mayo de 1995, hace veintiún años, partió Don Jaime. Con profundo dolor el pueblo que acompañaba sus exequias cantaba “Jaime querido el pueblo está contigo” y “se siente, se siente, Don Jaime está presente”. Era el mejor homenaje. El dejaba su último mensaje, grabado antes de la partida; comenzaba diciendo ”Me piden una palabrita y la bendición. Tata Dios nos pide coraje, que no nos achiquemos….”
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