-?
La ley pública posee inconsistencias internas porque procede de un crimen, en nuestro caso, del terrorismo de Estado y del endeudamiento externo. Este crimen, fundante pero no perfecto, subyace a la legislación vigente como código secreto cuyos operadores permanecen invisibles o disimulados en el papel de Edgar Hoover o en el de Héctor Magnetto.
Esta otra ley aunque secreta no está totalmente oculta o forcluída como sostienen los lacanianos, sino que se expresa en la parte dogmática de la ley fundamental de la Nación. Sale a la luz no para castigar los crímenes comunes, sino para hacer cumplir en caso de transgresión esas cláusulas pre-políticas de interpretación (la propiedad privada irrestricta y la libre contratación, entre otras) que traducidas en la propia letra de la Constitución resumen “el espíritu de la ley” que une a la “comunidad nacional”. Por eso su carácter secreto no equivale exactamente a un carácter no escrito, porque un movimiento político puede poner al descubierto su obscenidad y hacerla salir de las sombras, como lo hizo el kirchnerismo a través del juicio a los genocidas o la investigación sobre Papel Prensa.
Los padres fundadores de ese código y sus custodios actuales permanecerán siempre al acecho y, apenas una fuerza política cumpla a rajatabla la ley pública haciendo visibles las inconsistencias institucionales para avanzar en un proceso de democratización, cuestionará la sublime espiritualidad de la Constitución y desatará la furia y el “periodismo de guerra”. La voluntad política puede llevarlos a la cárcel, desendeudar al país y estatizar los fondos de pensión. Por esto el kirchnerismo desorganizó por completo la armónica relación que los poderes fácticos habían establecido con los poderes fundados en derechos; contra todas las políticas denegatorias de lo político puso su confianza en rebeldías que habían interferido en la marcha del sistema. No fue o no se redujo a una negociación entre jefes partidarios. Desarticuló la complicidad con el hiperterrorismo, el hiperendeudamiento, el hiperdesempleo, las hiperprivatizaciones, y como esta confrontación es imposible de simbolizar en términos de aquel código, sus operadores tienen que valerse de fantasías que llenan el vacío argumentativo y estigmatizan a los líderes de esa lucha hasta el punto de que el fantaseo adquiere vuelo propio a lo largo y ancho del sentido común (“se robaron todo”).
Una vez que los agentes fácticos de la ley pública pueden derrotar al movimiento nacional-popular que impugnaba su espíritu, y se hacen cargo directamente (aunque siempre a través de un impostor, como Macri) del ejercicio del “Estado de derecho”, se invierte la lógica transgresora: se restaura el espíritu de “la ley” aunque haya que violentar impunemente una y otra vez su literalidad. Véase al respecto el reciente decreto de blanqueo favorable a los familiares del presidente. Así, una vez en el ejercicio del poder formal, quienes eran la vanguardia del republicanismo se muestran desde la primera decisión (una devaluación negada que beneficiará sólo a los propios devaluadores) como lo que siempre fueron: una sustancia excrementicia que lo contamina todo apenas sale a la superficie.
Responsables ahora del poder simbólico, están involucrados en la tarea de restablecer el régimen liberal extorsivo, suspendido entre 2003 y 2015, haciendo visible su despotismo de empresa. Acaso los Ceos ¿reúnen las condiciones de exposición que exige la administración del Estado adiestrados como están para hacer negocios en la niebla cerrada del capital transnacional? Para ser efectivo, ¿el poder fáctico no tenía que permanecer inconfesable, encubierto, sin mostrarse nunca como lo que es, genocida, buitre, delincuencial, para no decaer en la autoderrota?
Cuando Zaffaroni le dice a Milagro que resista, que ahora es más que ella misma, está diciendo: eres ahora lo político, y da en el clavo. Pero olvida algo cuando añade que no tendrán más remedio que liberarla, al menos en la instancia de la Corte, si esta quiere salvar mínimamente el pellejo republicano. Olvida que no es la Corte (dudosa de por sí) la que está al mando. El problema real para los detentadores de la legalidad no es lo político, sea que este se manifieste a través de Milagro, Hebe o cualquier otra personalidad o suceso. Quienes resisten siempre pueden ser muertos o encarcelados, o disuadidos, o cooptados u olvidados. El problema para el sistema no son las rebeliones, sino que una parte del mismo sistema les reconozca el carácter de contraparte legítima. Que alguien como CFK, expresión de una política transformadora dentro y contra las relaciones de poder, obtenga su fuerza política por fuera de ellas, y que la sustente en lo político como acto universalista e inapropiable, que todas las políticas sistémicas intentan bloquear o desacreditar o suprimir.
No se trata de un régimen en el que el poder fáctico suspende la ley en nombre de su futura restauración como el liberal-autoritario, ni tampoco de un régimen en que el poder secreto simplemente subyace como guardián nocturno de la ley como el liberal-hegemónico. Es un poder secreto que ejerce sin mediaciones la ley diurna, y que se ha impuesto reestructurar un sistema liberal-extorsivo por el que la soberanía popular vuelva a ser la soberanía de las elites negociadoras, que los derechos humanos sean los derechos de los propietarios y la libre circulación de capitales; y que la autonomía nacional sea autonomía de las corporaciones respecto de las necesidades populares.
Este orden soñado de un capitalismo sin desafíos, se basará en las cláusulas pre-políticas mencionadas, pero requiere de un período de transición para lo cual no tiene una práctica discursiva. Depende exclusivamente de una fantasiosa demonización del kirchnerismo, más exactamente del antagonismo que este encarna y que debe alimentarse constantemente de un odio que nunca encontrará plena satisfacción. En otras palabras, la definitiva desactivación estructural de los sectores populares y medios, para recrear las bases de un consentimiento pasivo y sin reproducción material, es la estrategia liberal extorsiva de la Alianza entre la ley pública y la ley privada (de razón), pero su in-argumentabilidad inherente le demanda apoyarse en la persecución infinita del kirchnerismo como condición necesaria. El odio engendrado a partir de las fantasías en torno a un hipotético populismo corrupto y autoritario, una vez encaramado en la lógica institucional sin mediaciones, se convierte en el sadismo que debe asegurar a la sociedad que el “culpable” sea castigado y a la vez que nunca deje de ser culpable. El sadismo anti-K es inconmensurable porque el objeto de odio tiene que ser indestructible, ya que necesita tanto extirpar la “parte enferma de la sociedad” como simultáneamente conservarla si desea convertir a la Argentina en un capitalismo despolitizado, en el que cada parte tenga su porción desigual.
Su problema es cómo hacer del exceso que define al capitalismo un orden equilibrado, por medio de una persecución fallida que debe renovarse constantemente. La violencia anti-K, más repetitiva cuanto más estúpida, tiene su fuente en aquel código privado de la ley pública, y no responde ni a un fundamentalismo ideológico (que deje de lado las consecuencias) ni al cálculo oportunista (que deje de lado los principios), sino más bien a la compulsión perversa. El orden pos-político buscado ya no liberará el desenfreno o el exceso del capitalismo en el terreno de la productividad sino en el de la renta financiera a extraer políticamente del conjunto de la sociedad a través del endeudamiento. Como dirían los lacanianos, el objeto-causa del deseo ha reemplazado al objeto del deseo, el plusvalor a la acumulación material. No casualmente, Macri llegara a confesar en su campaña electoral que el mayor error estratégico del kirchnerismo había sido su política de desendeudamiento. Es obvio que un Estado fuerte y autónomo tiene “fricciones” con el capitalismo pero estas son ante todo con una burguesía sobre-asalariada y rentística cuya desmesura es la generación de plusvalor y no la reinversión productiva.
La extorsión liberal no es una política que pueda asimilarse fácilmente a las normalizadas hasta principios de la década de los 70`. No es la arqueopolítica de la comunidad cerrada y jerárquica; no es la parapolítica de la construcción hegemónica; no es la metapolítica que politiza lo económico y lleva la lucha de clases a su desenlace; no es la ultrapolítica que declara abiertamente la guerra a su enemigo eligiendo el campo de batalla. Tiene algo de todas ellas en tanto denegatoria de lo político como tal, así como la ansiedad por integrarse al mundo pos-político en el que están permitidas todas las alternativas siempre que se elija la única opción tolerada por el código secreto (que en nuestro caso se ha intentado por medio del fraude electrónico). Tiene su especificidad, es la de desplegarse como subpolítica, malthusiana, cualitativamente inferior a las anteriores, a la que no le preocupa la reproducción material del consenso y que es indiferente a la muerte social de masas.
La transición exige a la Alianza lidiar con sus contradicciones. Por un lado, tiene la misión de liquidar al kirchnerismo de la forma que sea con tal de que no reaparezca el antagonismo popular. Por otro, tiene que mantenerlo presente como autor de todos los males públicos, porque carece de los medios discursivos para justificar la delegación del futuro de nuestra sociedad al imperio y a un mercado global recesivo. No puede hacer otra cosa que buscar el exterminio del kirchnerismo culpándolo de la “crisis” y de las medidas crueles que hay que adoptar en consecuencia; ni puede dejar de preservarlo como objeto de denigración si quiere extorsionar exitosamente a la sociedad con su vuelta. Esta oscilación entre la necesidad de matar a alguien y la necesidad de mantenerlo activo profundiza un vacío que es el del nihilismo típico del suicida que cae en el abismo de su propia vida. Lo que no deja de ser peligroso porque puede arrastrar a una sociedad susceptible a la histeria, y cuyo cuerpo parece haberse vuelto autoinmune a los sacrificios gratuitos que le imponen. Cambiemoses, en este sentido, el pacto obsceno entre la exigencia de perseguir incesantemente al culpable y la demanda violenta de servirse del mismo. ¿Puede ser este el camino hacia su desarticulación? Por ahora es la metástasis del anti-kirchnerismo, en relación a la cual debe mantenerse una mirada fría.
Va con firma | 2016 | Todos los derechos reservados
Director: Héctor Mauriño |
Neuquén, Argentina |Propiedad Intelectual: En trámite