Columnistas
03/01/2017

Consecuencias de no contar con Ciencia y Tecnología nacional

Consecuencias de no contar con Ciencia y Tecnología nacional | VA CON FIRMA. Un plus sobre la información.

Nuestra población no tiene destino sin Ciencia y Tecnología, no se crearán nuevos puestos de trabajo y forzaremos una dependencia del imperio muy cara en términos económicos y difícil de sostener.

Osvaldo Pellin

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Gregorio Klimovsky, célebre epistemólogo argentino, decía por los años ‘90: “El actual gobierno piensa que el desarrollo de la ciencia y la tecnología es un lujo que no se corresponde con nuestro papel tradicional de país productor de vacas y trigo”.

Estas palabras pueden hoy aplicarse sin desmedro alguno de su significación a la restauración conservadora macrista. Esta empieza a ser responsable primordial de la crisis por la que atraviesa el sector del conocimiento en la Argentina. Sin embargo debemos reconocer que el conflicto no es nuevo y recordar que la ciencia argentina ha sido víctima de los más diversos ataques ideológicos a lo largo de su historia. Para no ir muy lejos en el tiempo, volviendo a los ‘90, con Raúl Matera en la conducción, la derecha se enseñoreó y aplicó su más fuerte revanchismo y persecución con los científicos que no eran de su palo.

Fue también víctima de la corrupción mediante el otorgamiento de fondos para la investigación que se reciclaban en el circuito financiero, desde entes privados creados al efecto durante la dictadura, y fue víctima sobre todo de la manipulación de los distintos gobiernos que mostraron una ignorancia imperdonable y también espurios intereses en el desarrollo de la ciencia y la tecnología en el país.

La excepción fue la gestión de los Kirchner, que incrementaron el presupuesto de ciencia y tecnología, repatriaron a cientos de investigadores y crearon también cientos de cargos de becarios e investigadores juniors y seniors, que justamente son los que hoy luchan en la vía pública para que se retomen esas políticas de estímulo a la creación del conocimiento y para que se rompa con acomodos y tráfico de influencias, así como con mecanismos de corrupción para el otorgamiento de subsidios para la investigación científica.

Atacar mediante recortes presupuestarios, el desarrollo científico y tecnológico del país, muestra las intenciones políticas del gobierno, que son, obedecer fielmente las condicionalidades del imperio estadounidense para seguir avalando con sus organismos multilaterales de crédito el endeudamiento argentino. Al igual que sus intenciones ya ampliamente demostradas de desindustrializar al país, en coherente acatamiento con la Doctrina Bush u otras similares, que hacen a la defensa de los EEUU, según los manuales de la paranoia institucional norteamericana.

La Ciencia y la Técnica se vinculan a la capacidad de innovación que el sector pueda aportar al desarrollo industrial. Esa es la razón por la que hay que frenarla. Sin ciencia ni industria, la Argentina seguirá penando por la carencia de puestos de trabajo, viviremos una gran desocupación y por el pobre aporte a la producción de calidad de la industria en general. De ese modo se agravara nuestra dependencia y quedaremos limitados a nuestra capacidad de ofrecer al mundo productos primarios.

Muchos países de Latinoamérica ostentan el mismo anacrónico esquema que no ha podido invertirse desde el tiempo de la emancipación a comienzos del siglo XIX, salvo en muy pequeños pero significativos periodos: intercambio comercial desigual: importar manufacturas del Primer Mundo y exportar productos primarios sin valor agregado.

Argentina y Brasil hace muchos años que emprendieron con retraso y mucho esfuerzo su industrialización coincidiendo con la finalización de la segunda guerra mundial y aún antes de ella, mediante el sistema de sustitución de importaciones. Esas políticas permitieron crear millones de empleos en la industria y compensar los cambios demográficos de ambos países, producidos por el traslado del campo a las ciudades de vastos contingentes humanos. Brasil llego a ser una potencia industrial colocada en los primeros puestos del mundo industrializado y Argentina demostrando en algunos campos de la actividad su vanguardia: la industria del átomo, la biotecnología y la metalurgia, por ejemplo.

Tanto uno como otro país tendrán que desindustrializarse porque esa es la orden del Imperio, que es quien proveerá aquellos bienes de la industria que no produzcamos. El comercio norteamericano será en definitiva el que encuentre el campo expedito para que clientes, como los países latinoamericanos, que iban prescindiendo de ese vínculo, retornen a él y se conviertan en fuertes compradores de sus productos.

Y si hay algo que el imperio quiere y necesita es tener donde ubicar espacialmente su producción, porque ya se sabe que las crisis del sistema capitalista son originadas entre otras razones, por acumulación de stocks, o sea crisis de superproducción. Ocurrió en 1929 seguida por una crónica recesión.

Ante ellas le queda claro al imperio que esas crisis las debe pagar entre muchos otros su patio trasero, los latinoamericanos, siguiendo el mandato de la Doctrina Monroe de “América para los (norte)americanos”.

A lo largo de la historia no han dejado de incidir negativamente en nuestros países de mil maneras: directamente mediante la invasión armada, derrocando o contribuyendo a la caída de los gobiernos populares que se oponen a sus intereses, como en el caso de Chile con Salvador Allende, o en el caso de Guatemala con Jacobo Arbenz, bloqueando salvajemente en el comercio y las finanzas a aquellos países que se han animado a aplicar otro sistema que no sea el capitalismo, como la Cuba de Fidel.

Nuestra población no tiene destino sin Ciencia y Tecnología, no se crearán nuevos puestos de trabajo y forzaremos una dependencia del imperio muy cara en términos económicos y difícil de sostener. La consecuencia será el endeudamiento para paliar el déficit fiscal que generan las importaciones de insumos y manufacturas, pagando la deuda que generan los mismos, contrayendo más deuda. Esto en un círculo vicioso nos hará perder autonomía y gravitación en las decisiones soberanas de lo que se considera un país independiente.

Para evitar el triste papel en el mundo de nuestra poca incidencia en el progreso científico y tecnológico, nada mejor que ahogar la vida de los científicos locales no prestándoles el apoyo que todo Estado debe prestar a esta actividad. No es Argentina la única en la que el Estado debe financiar la Ciencia y la Tecnología. Lo hacen todos los países del mundo y serán estos los que liderarán la calidad del trabajo de sus ciudadanos.

A nosotros nos quedarán los bienes primarios como fuente de ingresos, pero la gente de la ciudad ya no volverá a ocuparse de tareas agrícola ganaderas. Permanecerá en las ciudades ocupando favelas, chabolas y villas miseria que florecerán como hongos en las periferias.

Las Universidades irán degradándose poco a poco como creadoras del conocimiento, quedando reducidas a una minoría de elite que quizás le sirva al Primer Mundo como mano de obra barata porque acá no tendrá nada que hacer.

La situación de los científicos argentinos hay que ponerla en contexto para poder visualizar las nefastas consecuencias de perderlos. Sin inteligencia, la Argentina acentuara su dependencia como ya está dicho, pero sobre todo será un país que no competirá desde el talento en la producción del mundo.

El 24 de diciembre de 2016 los diarios anunciaron que el gobierno y la comunidad de becarios del Conicet habían llegado a un acuerdo hasta diciembre de 2017.

Creo aún en el cuento del pastorcito mentiroso o en la exclamación de Santo Tomás: “Ver para creer”. No hay que desmovilizarse por completo para que esta concesión, que le sale barata al gobierno con miras a las elecciones del año que viene, no sea un nuevo engaño. No se puede creer en quienes desde el poder han dado muestras acabadas de manejarlo con discrecionalidad oligárquica, que cumplan con lo prometido y lo conviertan en una política de Estado.

29/07/2016

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