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Aún hoy me sorprendo. Fue en los primeros días de abril de 1984 cuando recién habían pasado cuatro meses de la vuelta a la democracia. El terror de la dictadura cívico-militar estaba allí, demasiado cerca. No se sabía con certeza donde estaba el lugar en el cual habíamos estado detenidos ilegalmente los secuestrados de la región. No estaba identificado. Nada se sabía públicamente, tampoco la justicia había actuado. El ejército negaba todo, ellos no tenían nada que ver con los secuestros y torturas, y con las personas de la región que seguían desaparecidas. “La Escuelita” seguía siendo clandestina.
En esos pocos meses de democracia, se habían formado en la provincia de Neuquén la “Comisión Legislativa de Derechos Humanos” y en Río Negro la “Comisión de Derechos Humanos”. Noemí Labrune integraba esta última. Ella, sin perder tiempo, habló con los integrantes de una y otra comisión y con algunos de los que habíamos declarado nuestra detención ante la APDH; esta vez para testimoniar ante las comisiones. Un puñado -siete en total- venciendo temores, pensando en los compañeros que aún estaban desaparecidos y en que la verdad debía saberse, aceptamos y declaramos lo que nos había sucedido.
Cada uno de nosotros teníamos indicios, presunciones; atábamos cabos de sonidos, sensaciones, hechos, voces, palabras; siempre habíamos estado vendados salvo en el baño; sospechábamos de esa pequeña construcción en los fondos del Batallón 161 del ejército en Neuquén, pero nada más… Pero Noemí si sabía con mayor certeza. En 1976, con Don Jaime de Nevares y un puñado de militantes, habían formado la delegación local de la Asamblea Permanente por los Derechos Humanos. Se reunían con los familiares y las Madres de Plaza de Mayo. Durante toda la dictadura, en medio del terror, Noemí había escuchado testimonios y se había solidarizado con cada una de la víctimas, con sus familiares e incluso los había buscado he ido a ver. Había reclamado ante el poder cívico-militar y había anotado minuciosamente datos, hechos, lugares, fechas, metodologías, nombres, responsables… Con enorme valentía y sagacidad Noemí había armado el siniestro rompecabezas del terrorismo de Estado en la región.
“Si nos paran los soldados les decimos que yo soy una señora medio loca que ando buscando patos en la laguna que está al fondo y te llevo a vos para que los agarres”, me dijo aquella mañana, días antes del reconocimiento, cuando íbamos en la rural rumbo al Batallón por la ruta 22. Entramos por el costado, por la calle Bejarano, por una huella que estaba abierta en los fondos del regimiento, e hicimos el mismo recorrido que unos días después haríamos con las comisiones. “¿Te parece que es el lugar?”, me peguntó mirando desde lejos -para no despertar sospechas- esa pequeña construcción de cemento que estaba por fuera del alambrado del batallón. Varios hechos me dieron la sensación que podía ser. Y los soldados que estaban de guardia junto al alambrado, dentro del batallón, no vinieron a sacar…
El 9 de abril de 1984, por la tarde, nos juntamos en la vieja Legislatura de Neuquén. Día de otoño con mucho sol. Allí estábamos quienes habíamos testimoniado; los integrantes de las comisiones de Neuquén y Río Negro; el diputado nacional por Río Negro Hugo Piucill, que integraba la Conadep y algunos medios de comunicación. Nos había convocado Noemí, rápido y reservadamente. Ese día íbamos a reconocer si esa construcción en los fondos del batallón era “La Escuelita”, el centro clandestino en donde habían estado secuestrados y torturados las víctimas del terrorismo de Estado de la región. Noemí había organizado todo. Había hablado con los integrantes de las comisiones y preparado el reconocimiento. Era sin pedir permiso, ‘de prepo’, sin avisar; y ella sabía cómo hacerlo.
La caravana de autos partió camino al batallón por la ruta 22. A la cabeza iba Noemí en su rural; me pidió que la acompañara. Como habíamos hecho antes, nos metimos por la huella en los fondos del batallón y caminamos-corrimos a campo traviesa, entre yuyos, barro y mosquitos. Una orden a los soldados del otro lado del alambrado “Párenlos”. Seguimos corriendo hasta llegar a esa construcción. La entrada no tenía puerta y habían simulado que estaba abandonada desde hacía mucho tiempo. Nos metimos. Habían arrancado los caños del baño pero se notaba claramente donde había estado el lavatorio y el inodoro, y el techo, aunque no estaba, era bajo, todo tal como habíamos testimoniado; habían tapado burdamente con cemento el agujero en el techo que llevaba a la torreta de vigilancia, que habíamos descripto; la construcción y el tamaño eran como suponíamos que era; afuera, signos evidentes en la tierra donde había estado el galpón de chapa el que nos torturaban y allí estaban los álamos donde nos golpeaban la cabeza, como un ritual macabro, cuando nos llevaban al galpón.
En un momento la diputada Vázquez, de la comisión, con lágrimas en los ojos, nos dice: “esto es lo que yo me imaginé cuando ustedes nos contaron donde habían estado…”. El acta del reconocimiento que se hizo con posterioridad afirma: “Tanto los miembros de las comisiones, como los hombres de prensa manifiestan coincidencia en señalar que los testigos, a lo largo de toda la inspección, van reconociendo sin ninguna clase de dudas el lugar donde habían sufrido cautiverio…”.
Todo fue muy rápido. Minutos después llegó personal militar al lugar. Un capitán ordenó que nos retiráramos. “¿Esta construcción pertenece al batallón?”, le preguntaba insistentemente Noemí, a lo que el militar no contestaba. “Es o no es del ejército, porque si no es del ejército porqué nos tenemos que ir”, insistía Noemí. Quería que reconociera que pertenecía al ejército. Después, con el jefe del batallón, permitieron recorrer el lugar solo al diputado Piucill. Hay cuatro fotos de ese día que publicó el diario “Río Negro”. Una de ellas es la reunión en la Legislatura. Otra es cuando estamos entrando a “La Escuelita”. Otra es cuando señalamos el agujero tapado en el techo.
La última foto es en el momento en que los militares nos ordenan retirarnos. Muchas veces observé detenidamente a Noemí en esa foto. Allí va caminando adelante de los demás, con paso seguro, su rostro y su mirada es de reflexión. ¿Qué estará pensando?, me he preguntado, ¿misión cumplida?, ¿salió todo bien? Sí y no. Está conforme, se dio un paso importante, pero estoy convencido que ya está pensando el próximo paso, qué hacer para que se haga Justicia; organizando la próxima acción para lograr llevar a juicio y condenar a los genocidas, para que haya Memoria, Verdad y Justicia, para que Nunca Más…
Desde ese día de sol, “La Escuelita” dejó de ser clandestina. Gracias a Noemí, esa pequeña gran mujer, el pueblo de Neuquén y Río Negro supo que aquí, en los fondos del Batallón de Neuquén, en terrenos del ejército, había funcionado un centro clandestino de detención. En todas las citaciones de la justicia, desde esos días hasta hoy, el personal militar ha negado su existencia. Algunos meses después de esta identificación, la justicia hizo una pericia y tiempo después el ejército ordenó la destrucción de la construcción, a pesar de una orden judicial en contra. Ya era tarde.
El 24 de marzo del año 2014 se señalizó el lugar con las tres columnas que dicen Memoria, Verdad y Justicia y la frase “Aquí funcionó el centro clandestino de detención “La Escuelita”. Ese mismo año por orden de la justicia, y con un gran número de jóvenes militantes que nos acompañaron, se inspeccionó el lugar; están las bases y los álamos ya viejos, algunos caídos. Han pasado 40 años en los cuales Noemí nunca bajó los brazos...
Luego de la lucha incansable de los organismos de derechos humanos por derogación de las leyes de punto final y obediencia debida que impulsó el presidente Néstor Kirchner, a partir del 2008, en los cuatro juicios por el terrorismo de Estado que se realizaron en la región, han sido condenados más de 30 represores. Noemí fue la pieza clave para que se llevaran adelante estos juicios y se condenara a la mayoría de ellos. Hoy va de un lado para otro empujando el próximo juicio. Hace pocos días, me pidió que le diera una mano para organizar una muestra fotográfica para el 24 de marzo del próximo año, para que las nuevas generaciones sepan lo que pasó…
Comparto esta historia como un aporte más al merecido reconocimiento a Noemí que le hará la Universidad Nacional del Comahue otorgándole el doctorado Honoris Causa, para el cual me han honrado como jurado.
También, compartiendo esta historia, quiero expresar el reconocimiento a quienes participaron de la identificación del centro clandestino de detención “La Escuelita”: por la “Comisión Legislativa de Derechos Humanos de Neuquén”. los diputados provinciales José Sifuentes, Susana Vázquez y Oscar Montórfano; por la “Comisión de Derechos Humanos de Río Negro”, Noemí Labrune, Julio Rajneri, el diputado provincial Edgardo Fernández y el diputado nacional Hugo Piucill, quien también era miembro de la Conadep; y los testigos denunciantes Benedicto Bravo, Rubén Ríos, Oscar Paillalef, Norberto Blanco, José Giménez, Raúl Radonich y quien suscribe (Acta realizada en la Legislatura de la provincia de Neuquén el 9 de abril de 1984).
Neuquén, 27 de noviembre de 2016
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