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Para entender el esqueleto de la macroeconomía de un país es necesario partir, por un lado, por la producción de bienes y servicios, un flujo continuo que se mide en determinado lapso, por ejemplo, un año, y que simbolizaremos con una Y, que, sumados a los bienes importados en ese período (que llamaremos M) conforman los bienes y servicios disponibles por la población del país. Por otro lado, interesa saber el destino que tienen esos bienes y servicios, que pueden ser el consumo privado, C, la inversión, I, que son los bienes destinados a producir más bienes y servicios en el futuro, como las máquinas, herramientas, edificios, etc., el gasto del estado (consumo público, como el papel que se usa en los trámites, o inversión pública, como una ruta o un edificio), que nombraremos G, o, finalmente, los bienes y servicios que exportamos, X.
Sé perfectamente que hay lectores que todo lo que huela a matemáticas les produce rechazo “alérgico”. Por eso, en esta columna que vengo escribiendo semanalmente desde hace 14 años, primero en el diario “La mañana de Neuquén” y luego en este portal, he evitado cuidadosamente el uso de la herramienta matemática. Hoy voy a hacer una excepción, pero en una expresión tan simple que espero que nadie se desanime y siga la lectura.
Lo dicho en el primer párrafo se puede sintetizar de la siguiente forma:
Y + M = C + I + G + X
(los bienes y servicios producidos más los importados son iguales al consumo más la inversión, más el gasto del estado más la exportación).
Si restamos M de ambos miembros, nos queda:
Y = C + I + G + (X – M) donde (X – M) es el resultado del sector externo, que podemos llamar SE, y que puede ser superávit (si es positivo) o déficit (si es negativo).
Si ahora restamos de ambos miembros (C + I + G) resulta:
Y – (C + I + G) = SE
La relación anterior es fundamental y se refiere al problema básico de las economías con industrialización tardía, como la Argentina, donde el saldo del comercio internacional, generalmente negativo, es el que condiciona el crecimiento económico, lo que se conoce como “la restricción externa”. Frente a ella se presenta la opción entre dos programas de política económica opuestos: el ortodoxo-liberal y el heterodoxo o productivo. Trataremos, en forma muy sintética y sólo en sus rasgos generales, de ver y comparar ambos modelos.
El modelo ortodoxo-liberal: deducen, de la fórmula anterior, que la restricción externa se debe a que la sociedad gasta demasiado: que las erogaciones en consumo (C), inversión (I) y gasto público (G) superan en demasía a lo producido (Y). Y esto se debe a que el mercado no pudo actuar con libertad.
Mientras se desmantelan controles y reglamentaciones, a corto plazo la primera opción de los gobiernos neoliberales, ya sea la dictadura en los ’70, Menem (y De la Rúa) en los ’90 o Macri, después del 2015, fue la apertura a los mercados financieros y la toma de deuda, con lo que se solucionaba los efectos de esta restricción a corto plazo (Milei no puede hacerlo porque no consigue quien le preste). Pero esta política tiene dos limitaciones: 1) agrava el problema a mediano y largo plazo, porque hay que pagar intereses e ir amortizando el capital, lo que reduce el eventual saldo positivo del sector externo y 2) el endeudamiento está limitado por la capacidad de pago del país.
Cuando estalla la crisis de la deuda externa (por ejemplo en los años 1880, 2001, 2024) el liberalismo económico propone 1) Achicar al estado, reduciendo el gasto (G), (al bajar el gasto, G, baja en mayor proporción el producto, por efecto del multiplicador del gasto); por otro lado, se sabe que las importaciones son una proporción estadísticamente estable del monto del producto: lo conforman las máquinas y tecnología nueva, los insumos de la producción y los bienes de consumo de lujo, como automotores importados; la estabilidad de las importaciones (M) respecto al producto (Y) se puede escribir como: M = m. Y, donde “m” es un número estable menor a 1, por ejemplo, 0,15); 2) retirar al estado de la regulación e intervención económica y dejar que el mercado por sí mismo logre el equilibrio que permita superar la situación. Como la manifestación de la restricción externa es la falta de moneda extranjera, la respuesta del mercado es el encarecimiento de la misma, o sea, la devaluación del peso; con ello se espera una disminución (por encarecimiento) de las importaciones y una mejora en las exportaciones; en los dos casos mejora el saldo del sector externo.
Este último razonamiento, que se encuentra en cualquier manual de economía, tiene, en nuestro país, dos limitaciones: 1) Nuestro grueso de exportaciones es independiente del valor del peso: son producciones anuales que, dentro de determinados límites, se exportan con independencia del precio (técnicamente, somos tomadores de precio) y 2) Gran parte de las exportaciones corresponden a bienes que integran la canasta básica de consumo, por lo que la devaluación afecta directamente al precio interno y, por lo tanto, al consumo popular y al costo del nivel de vida de la población.
Ese ajuste neoliberal se basa en la caída del producto (Y), es decir, produce recesión, con aumento de la desocupación y de la pobreza e indigencia; el daño social que genera es de difícil reparación. Es lo que está ocurriendo actualmente: devaluación de 118,5% en diciembre, que se tradujo en una inflación que afectó todos los bolsillos, paralización de la obra púbica, pérdida del 26% en el valor real de las jubilaciones y entre el 10% y 25% en el poder adquisitivo de los sueldos, aumento de la desocupación y pobreza del 52,9% de la población…
Modelo productivo. Felizmente, la aplicación de un programa económico neoliberal no es inexorable. Puede pensarse en un programa productivo, planificado, basado en la intervención estatal y en la distribución más equitativa del ingreso que, en lugar de achicar las erogaciones (C + I + G), piense en aumentar el producto (Y). Para ello es necesario basar el crecimiento en el mercado interno, mejorando el ingreso popular (como hicieron, en los gobiernos de Néstor y Cristina Kirchner, creando la Asignación Universal por Hijo, universalizando las jubilaciones, etc.) e inyectando fondos a través aumentos del monto de la obra pública y de la inversión productiva, inclusive reemplazando al empresario privado si es necesario.
Un aspecto central se encuentra en la reducción de las importaciones: permitiendo solo las imprescindibles (insumos para la producción nacional y productos necesarias que no se fabriquen internamente), excluyendo los artículos de consumo de lujo, sustituyendo importaciones por producción interna y reduciendo al máximo el gasto en el exterior. En la relación anterior “M = m.Y” implica reducir “m”, permitiendo el crecimiento de “Y”, el producto, sin afectar al saldo positivo del sector externo.
Para evitar que el alto precio de la divisa, necesario para fomentar las exportaciones, afecte al consumo y a la inversión internas, es preciso aislar, en lo posible, los precios internos de los externos. Lo ideal puede ser la nacionalización del comercio exterior (como ocurrió con el IAPI durante el primer gobierno de Perón), pero, ante las dificultades político-prácticas para instalarlo, es posible recurrir a las retenciones a la exportación
El punto crucial sigue siendo la deuda externa, que se convirtió en el mayor obstáculo para el crecimiento del país. Lo esencial es evitar su crecimiento, de forma tal que el aumento del producto va a mejorar en el tiempo la relación “Deuda sobre Producto” (D/Y).
Los anteriores son sólo unos lineamientos sujetos a discusión para un programa económico. Hay varios antecedentes en el país (y muchos en América Latina), como el de Gelbard en 1973, y el aplicado entre el 2003 al 2015. Y también suficiente producción intelectual que puede servir de base para un programa de este tipo, adecuado a la realidad que vivimos, como es el “Plan Fénix”, programa de extensión universitaria de la Universidad de Buenos Aires, surgido a partir del año 2000, y que sigue en continua actualización.
Como dijo Alberto Muller, del “Plan Fénix”: “La Argentina no es pobre. Se empobreció material e intelectualmente por pésimas opciones elegidas”.
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