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El optimismo es un sentimiento que puede estar fundamentado en objetivas razones o en el voluntarismo más fanático. El asunto es que en uno u otro caso, se siente que se lo porta como una certeza perdurable pese a que está expuesto al devenir de acontecimientos inesperados o presuntos que pueden terminar por voltear el castillo de naipes con que con ellos mismos suele construirse.
Pero no deja de ser un consuelo,dejar la puerta abierta a la esperanza de que si las cosas van mal, pueden dar un vuelco a favor.
Argentina vive un acoso político intenso. Alguien que no se sabe muy bien cómo llegó a los puestos ejecutivos de la Nación, tiene decidido, porque alguna vez leyó en un libro que esa receta era virtuosa, terminar con el Estado donde están encofrados uno a uno los derechos sociales que la sociedad ha ganado a lo largo de los últimos 70 años. Esos derechos que hicieron que la vida fuera poco a poco más llevadera en especial para aquellos menos favorecidos por la fortuna. Ese merecimiento histórico es el que aquel señor quiere borrar de un plumazo y dejar al desnudo al cuerpo social de los que se asumen como clase menos favorecida. Alguien dijo que era como en el juego de la Oca, se volvía al lugar de salida, un atraso de la historia en plena evolución hacia adelante. Sin tiempo contemporáneo ya para enmendar la plana de la situación, la cosa está como vuelta hacia 1880, cuando se comenzaba con los pininos de la organización nacional. ¿Volver al siglo XIX por el capricho de un outsider, un advenedizo y caprichoso mandamás? Otros fundamentos para ello no se consiguen.
Así frente a toda impotencia señalada por el contexto, lo que surge es el optimismo.
Esto que ocurre en la Argentina y en otras partes del mundo es un retroceso y la Historia no permite esas marchas atrás, no por mucho tiempo máxime si traen consigo violencia y discrecionalidad. O las permite transitoriamente porque la marcha de la Humanidad tiende a ir siempre hacia la utopía. En algún momento las piernas o el móvil adquirirán la fuerza suficiente para despegarse del lodo donde están empantanados para seguir su rumbo hacia ese lugar que siempre está, como diría Galeano, más allá en el horizonte, ese lugar que sirve para caminar tratando de alcanzarlo.
Tengo la sensación que si no soy optimista me quedo afuera de lo que fatalmente sé que vendrá, aunque llegue después que yo muera. Quedarme rendido ante la impotencia de la imaginación no es tampoco, por más que los años vayan pasando, una posición que se pueda tolerar por mucho tiempo. Cuando las evidencias lo indiquen, los fantasmas saldrán de la pesadilla, se esfumarán y estaremos otra vez juntos con muchos otros yendo hacia el horizonte, con nuestros muertos, nuestras deudas y nuestras falencias. Pero también con nuestras ilusiones y nuestros sueños.
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