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Columnistas
21/04/2024

Las pequeñas grandes certezas de un limpiador de baños públicos

Las pequeñas grandes certezas de un limpiador de baños públicos | VA CON FIRMA. Un plus sobre la información.

En el último film del alemán Win Wenders acompañamos al laburo y de regreso a casa a Hirayama, un limpiador de baños públicos en Tokyo. Bajo esta simple premisa construye una película que revoluciona el espíritu de híper información y crispación reinante en todo el planeta.

Fernando Barraza

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La sociedad humana necesita una pausa para que cada persona pueda reconocerse en las pocas cosas que realmente se necesitan para existir y en los vínculos que son esenciales para vivir con plenitud una vida colectiva que se acontezca sin toda esta crispación social en la que estamos viviendo. Pero ese tiempo de reflexión no está -ni por asomo- en la famosa agenda global de las naciones, que pareciera que no se quieren bajar de esta inmensa locura del informarse mucho -pero superficialmente- para construir un híper estado de enojo y conflictividad individual como nunca antes habíamos vivido tan al unísono en todo el planeta.

Contra esa receta global, cuyos nutrientes principales de exaltación del ánimo nos entran a través de nuestros ex teléfonos móviles -hoy omnipresentes centros del entretenimiento y la información sesgada permanente- y rara vez nos dejan libres o desocupados, parece que ha encarado sin ningún tipo de dudas el maestro Win Wenders. Y contando una pequeña gran historia de paz interior, consiguió volver a estar en el sitio de aceptación masiva del público que no tenía desde hace décadas. Muchas décadas.

Aquí habría que sacar una primera conclusión: cada vez que Wenders fue masivo (llamémosle “notable”, porque masivo es un poco rimbombante) no fue porque se acomodó a las reglas del mercado cinematográfico, sino porque -disculpen la frase cursi y remanida- fue él mismo.

Los dos ejemplos más salientes en este sentido del “transar” fueron “Until the End Of The World” (1991) y “Faraway So Close” (1993), dos películas buenas -nadie se atreverá a decir que son malos films- que se suponían iban a gustarle al gran público mundial, porque incluían todos aquellos clichés técnicos y de producción del cine “comercial”: un guion más lineal, con una peripecia más definida; algunas figuras conocidas a nivel global en el reparto, campañas de promoción estándar, con banderitas y globos similares a los que podrían tener las películas con Tom Cruise, Pacino o Stallone; etcétera.

Las dos fueron bastante mal recibidas y bastante maltratadas por la crítica, y si bien el tiempo se ha encargado de “reacomodarlas” -corridos ya los ejes de lo que significa “ser comercial en el cine”- si las ves hoy, en ellas hoy asoman los chispazos de genialidad que Wenders les había impreso, más allá de los maquillajes del mainstream del cine industrial de los 90's del siglo pasado.

En perspectiva de toda su filmografía anterior o posterior, lo que vinieron a demostrar estas dos películas caras e híper promocionadas es que Wenders no “triunfa” cuando concede, sino cuando se toma el tiempo y la libertad para ofrecer lo suyo, su propia mirada del cine. Su famoso sello.

A veces sintoniza con los espíritus de época y llena los cines, como con “Paris Texas”, “Las Alas Del Deseo”, “Buena Vista Social Club” o “El Hotel Del Millón De Dólares”. A veces no consigue que la coyuntura de la taquilla le acompañe, pero hace films que van creciendo con los años hasta alcanzar el estatus de culto, como “El Amigo Americano”, “The End Of Violence” o “Tierra De Abundancia”.

Lo cierto es que en todas las películas de Wenders opera por sobre todas las cosas su propia visión del cine, un ojo único que -fuera de él- no aparece en otros directores. Pero guarda eh, que esto que decimos no tiene nada que ver con lo que suele llamarse “estilo”, algo que, por ejemplo, tienen otros grandes maestros del cine, como Tarantino, Almodovar, Coppola o Scorsese, tan perfectamente reconocibles con ver un solo fotograma de sus obras. Es más: en estilo (entiéndase como “la estética propia”) los directores mencionados le pasan el trapo a Wenders.

Pero es que aquí estamos hablando de otra cosa: hablamos de visión, ojo, punto de vista, manera única de registrar el aspecto esencial de las cosas. Y ese toque -podrán admitirlo con quien escribe esta nota, o no tanto- no lo tienen muchos cineastas.

Pongan en esta lista a Kurosawa, David Lynch, Jarmush, Truffaut, Hitoshi Matsumoto, Terry Gilliam, Kubrick, aquí en Argentina Leonardo Favio... y muy pocos más.

Estamos hablando de esto: de hacer un cine que ningún otro quiera copiar, o rendirle homenaje, o “mencionar” dentro de sus películas. Estamos hablando de los que poseen su propia mirada, en el amplio sentido del término. Wenders entra en este grupo. Y cada vez que se da el permiso de ser él -por sobre las asfixiantes demandas de la industria- lo logra. Aquí, en su reciente y fascinante “Días Perfectos”, lo logró.

“Días Perfectos” volvió a darle a Wenders las tres cosas que desde hace décadas se le venían dando por separado: en este siglo XXI había ocasiones en las que los festivales le celebraban un film, a veces el público le acompañaba un poco más en las salas, a veces la crítica lo trataba bien. En este caso -y es celebrable por donde se lo piense- sucedió todo eso junto.

“Días Perfectos” cuenta la historia de Hiramaya, un hombre que vive cada día su pasión por la música en cassettes, el disfrute de su rutina diaria en la ciudad y el introspectivo ejercicio de la lectura de los libros que compra en ferias.

Y ¿de qué trabaja? (dato preponderante para definir socialmente a las personas, desde hace varios siglos): es limpiador de los baños públicos de Tokyo, un tópico interesentísimo para desarrollar el personaje, sobre todo por la carga de pre conceptos sobre esta labor que cualquiera de los que nos henos sentado a ver la película tenemos. Si yo te digo: “vamos a ver una película de un limpiador de baños”, vos lo primero que pensás es que ésta es una historia de una persona que perdió en la vida, o que está traumada por algo en especial, porque... ¿de qué otra manera puede elegir un trabajo tal? No me digas que en el primer envión prejuicioso no lo pensás así, porque no te creo.

Pues bien: allí es donde Wenders te cambie el eje y entra a terciar aquello que mencionábamos sobre la manera en la que el alemán entiende a las cosas y las personas para mostrarte justo lo que -de manera lineal y convencional- no vas a esperar que te muestren.

Y en este caso no recurre al fácil ardid de la fantasía (ejemplo: Peter Parker, un pibe bulineado que se convierte en héroe gracias a la picadura de una araña radioactiva), ni al shock de la situación violenta para transformar al hombre normal en héroe (situación miles de veces plasmada en infinitos thrillers de acción). Lo que hace Wenders es muy suyo: poner el foco en donde solo él se atreve a ponerlo, porque ya lo ha hecho, eh; porque este es SU estilo de elaborar el cine: en la mayor intimidad posible de una persona.

Lo hace hoy con Hirayama, el “limpiador de baños”, pero ya lo ha hecho con el personaje de Travis en “París, Texas” y con el de Damiel en “Las Alas Del Deseo”, o con el de Mike en “El Fin De La Violencia”. Es una de las marcas más poderosas del cine de Wenders: entrar dentro del personaje central sin la necesidad de que todo el universo de la película “lo explique”.

En este caso puntual, el de “Días Perfectos” el desafío es enorme: ¿puede la simple historia de un limpiador de baños de la ciudad más tecnologizada y a la vez cargada de ancestralidad del planeta mostrarnos qué nos falta como seres humanos en días de sobreinformación e individualismos? Pues sí, sí; si la historia la toma Wenders y la cuenta en los parámetros de su manera de entender el cine, pareciera que sí se puede. De hecho ver este film es reconocer con el intelecto y la emocionalidad esto mismo que estamos detallando.

Que la crítica la haya amado, que Cannes la haya aplaudido de pie y que el público del planeta la elija bastante más que a muchos bodrios de acción o de súper héroes, es un acto de justicia poética.

La historia de Hirayama contada por Wenders devela con elegancia y una carga emotiva sin exageraciones -ni pianitos sonando de fondo- al ser humano que busca la conexión con las fuerzas naturales en una jungla de cemento, al que interpreta la humanidad de los otros sin recurrir al instantáneo prejuicio, a la persona que está dispuesta a asumir que para existir hay que abrirse con sinceridad y compromiso existencial a la propia esencia de las cosas que pasan cada día, y no porque estas vayan a ser espectaculares, notables desde la repercusión social, ni “exitosas” o “fracasadas”, ni trágicas, ni espectaculares; sino porque básicamente las cosas que suceden a tu alrededor SON, y te suceden en el concierto de algo llamado existencia, pequeño enorme detalle que transcurre -como dijo Lennon- mientras estás ocupado mirando para otro lado. ¿Puede un limpiador de baños públicos de Tokyo intentarlo? Sí, en el cine de Wenders, sí.

¿Vos decís que todo esto para una simple película de un limpiador de baños es demasiado? Bueno, vos vela y después... ¡decime si exagero!

29/07/2016

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