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El haber odiado cerrilmente al kirchnerismo tiene sus costos. Mejor dicho: lo que tiene sus costos es el haber hecho de ese odio el alfa y el omega de la política, o el haberlo erigido en la referencia a partir de la cual una retórica violenta atribuye la exclusividad de los vicios a los opositores, al tiempo que también se entregan, esos partidarios del odio, a ponderar negativamente la vocación republicana de los contrarios y a proferir sapos y culebras contra la calidad institucional del sistema político.
Así, a partir del segundo fracaso de la "ley ómnibus" (que ahora vino embutida en los harapos de un "dnu"), es posible advertir una actitud errátil protagonizada por un novaterío funcionarial guiado sólo por el encono remanente que todavía los nutre y les confiere una identidad ilusoria. Pues carecen de identidad: quien sólo está seguro de lo que detesta es más bien un nadie que un alguien, y un inseguro sin otra inclinación que no sea seguir consumiéndose en sus rencores sin atinar a ofrecer a nadie nada más.
Grave es, porque para conducir un país hace falta inteligencia y reflexión y el odio sólo debería tener sentido contra los enemigos de la Nación. Sólo de este modo puede entenderse que una minimalista como la actual presidenta del Senado alegue, contra sus propios que la critican, que ella convocó al cuerpo para no parecerse a CFK. Eso la pinta de cuerpo entero no sólo a ella sino al conjunto de disminuidos que integran ese tren fantasma que el periodismo llama "LLA". Diferenciarse del "kirchnerismo" a como dé lugar no debería ser un insumo estratégico de gobierno y de gestión. A propósito: aplausos para Martín Lousteau, aquí. De "K", no tiene nada, pero eso no lo obnubila y tiene los huevos necesarios para convertir la convicción en hechos. Como radical es una rara avis. Identidad lábil, la deLousteau, en todo caso.
Por su parte, Milei está marchando, sin prisa y sin pausa, hacia su constitucional juicio político. Sus escandalosas expresiones y actitudes sólo ceden en necedad ante otro escándalo que sería todavía un escándalo mayor: omitir el remedio institucional que establece aquel Texto para los funcionarios que, por inhabilidad moral, entre otras causales, no puedan seguir desempeñando las funciones para las que fueron elegidos.
Y no sólo "desde afuera" viene la prevención contra un "presidente" que, día a día, evidencia una insania emocional que lo desequilibra frecuentemente ante propios y extraños. También "adentro" del gobierno se viven consternaciones preocupantes. Hace pocos días, el matutino Página 12 nos obsequiaba con una nota en la que brilla la perspicacia con que su autor, Ernesto Tieffenberg, ilumina una costura muy escondida en la coyuntura política argentina: Villarruel -dice- se atuvo escrupulosamente al reglamento de la cámara para, con la vista puesta en el futuro, no dejar resquicio alguno que, eventualmente, se la lleve puesta a ella, algún infausto día, junto a "su" presidente cuando quizás éste tenga que partir a refocilarse junto a su perros vivos o muertos. Ha querido la Vice -sugiere el fino editorialista- no dejar ningún hilo suelto de modo que, llegado el caso, pueda eludir una destitución que ve venir con ella incluida y a la que gambetea como puede y le parece.
Sin embargo, aquí se halla un peligro mayor que, en notas pasadas, ya intuíamos. En efecto, una vez dijimos: "Lo peor que podría pasar en la Argentina no es que gane Milei, sino que la derecha de este país decantara y pudiera contar con un liderazgo de buena calidad". Ver enlace
Y lo que ocurrió fue que ganó el clavel del aire sin aptitudes ni estructura para gobernar y ello se está notando ahora cuando se lo ve -a él y auxiliares- moverse en la gestión en modo pato de chacra.
Empero, ahora lo mejor o lo menos peor que podría pasar, sería que Milei termine su probablemente fracasado mandato. Si lo reemplazara Villarroel entraríamos en un escenario complicado, con esa mujer blindada por unas fuerzas armadas y de seguridad reivindicadoras de los crímenes de lesa humanidad y con la sólida apoyatura civil de unos "repúblicos" extraídos de las cloacas del Pro, y de los viciados andariveles neoliberales de la UCR y del Peronismo.
Nada más erróneo, en estos casos, que adoptar el modo wait and see.Cuando el enemigo se está equivocando, no lo interrumpas, dice un axioma de la política. Pero hay otos, por caso, cuando ese enemigo empieza a tropezar y su futuro se vuelve vidrioso, lo que corresponde es que “los mejores” se junten a deliberar. Kicillof es el ancho de espadas que nos va quedando, del know howde Massa no se puede prescindir, y lo mejor que podrían hacer con Juan Grabois, es olvidar agravios y ponerse a pensar en el futuro que tal vez esté más cerca de lo que parece.
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