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No es cómodo asomarse a estos relatos. Engañan: la narración discurre mansa, los personajes y las situaciones no aparentan más que lo que muestran. Sin embargo, el conflicto está allí, debajo o arriba, en los costados. Siempre aparece por algún lado, el menos pensado. Y justamente esta sensación que los textos de Marcelo Justo despiertan es el terror escondido bajo una pátina de normalidad.
En su prólogo, Guillermo Saccomanno expresa que ésta es una “escritura política que se define por estar del lado de las víctimas”. Bien: la política es uno de los ejes de este libro; otros son el exilio de la generación que padeció el terrorismo de Estado y, el tercero, la época de la restauración democrática. Alrededor de estos ejes se vertebran las luchas que lograron el regreso de Perón, las persecuciones a los militantes de las organizaciones populares, la solapada (y no tanto) acción de los servicios de inteligencia de la dictadura y sus herederos en la etapa posterior, y la ominosa normalidad, esa pantalla que permite establecer relaciones con los demás sin demasiadas preguntas y con escasísimas respuestas.
Lo cierto es que el autor plantea, como si fuera algo que lo obsesiona, que nada, finalmente, queda pendiente: todo se resuelve, más tarde o más temprano en algún pliegue de la historia o en esa engañosa espiral que a veces hace pensar en un perro que se muerde la cola. En definitiva, las máscaras caen -Charly García hablará de “esa careta idiota que tira y tira para atrás”y no es más que “la cara de los demás”. ¿Quiénes son los demás para Marcelo Justo?
Aquí, los exiliados y los perseguidos no abandonan Buenos Aires como escenario, sea por nostalgia o por arraigo. O acaso por considerar que ese escenario conocido es el único abrigo que perdura. Pequeños detalles integran el universo subconsciente del autor. Por ejemplo, en el relato titulado “El vals de la huida” se describe un juego infantil que deja de serlo cuando un salto por terrazas se convierte en el único modo de salvar la vida cuando la patota sitia con sirenas, patrulleros y “coches Falcon seis pisos abajo”. En ese texto hay una imagen que sólo puede recordar quien ha mirado una azotea de noche en Buenos Aires: la “oscuridad plateada”. Leamos este fragmento:
Los monstruos no habían vuelto. Volví a la terraza, le hice una seña, era el último paso, salir de su escondite, buscarse otro. En un momento de puro silencio, en esa oscuridad plateada, me pareció que, agarrado a la reja, empezaba a hamacarse, a desafiar otra vez al mundo; si había sobrevivido tres veces ¿por qué no ahora? Elevé una plegaria muda no a Dios porque no creo, quizás al azar, al destino, a quien decidiera esos momentos únicos. Cuando el viejo lo vio aparecer, le dijo que tenía más vidas que un gato y dio gracias al cielo, él sí creía en la intervención divina.
Esa misma noche Julito se escondió en casa de la prima Gloria para empezar el largo vals de la huida. Le tocó otra vez surfear con agilidad gatuna esa boca negra que venía buscándolo para hundirlo por el agujero del tiempo y que no regresara más. Gloria tenía contactos, se había separado, con paciencia apareció un pasaporte falso y pasajes. (pág. 72)
Nunca un personaje es lo que es, siempre es otra cosa. Veamos: el ex compañero del colegio secundario que se mimetiza y disuelve en las nubes de la memoria, reaparece como quien conoce los detalles más nimios de la vida del protagonista y se desenmascara como un integrante de la mano de obra desocupada de comienzos de la restauración democrática. Como dice Mick Jagger en la canción que vertebra el cuento,“please to meet you, hope you guess my name”, (encantado de conocerte, espero que adivines mi nombre) un verso que se complementa con otro que Justo no cita: “but what's puzzlin' you is the nature of my game” (pero lo que te desconcierta es la naturaleza de mi juego).
Quizá, forzando la interpretación, pueda afirmarse que el Méndez simulador, ése que disfraza el compañero del colegio (Kinnock, el colorado) no sea un apellido elegido al azar. ¿Acaso no se mencionaba así a un presidente neoliberal-dizque peronista para conjurar alguna presunta mala fortuna? (“Estar del otro lado. Simpatía por el demonio”, pág. 159)
Los catorce relatos que integran El regreso de la nochemerodean las vicisitudes del exilio, de la recuperación democrática y las hendijas por donde se cuelan el autoritarismo, la crueldad y el desprecio por la vida de los demás. Aquí se demuestra que muchas veces, la patria no es el otro. En efecto, debajo de un remanso narrativo -situaciones, personajes, diálogos que pueden transcurrir en cualquier sitio de nuestro país y en cualquier momento de la historia-, Justo esconde ese sentido común que domina el pensamiento y la acción de gran parte de la sociedad argentina y que fundamenta la trágica etapa que vivimos hoy.
Marcelo Justo, El regreso de la noche, prólogo de Guillermo Saccomanno, Bs.As., Ediciones Equidistancia, 2024, 195 páginas.
Este libro se presentará en el salón azul de la Biblioteca de la Universidad Nacional del Comahue el 17 de abril a las 19 y, dos días después, en la sala Astor Piazzolla del Complejo Cultural de Cipolletti.
Marcelo Justo nació en Buenos Aires en 1954 y se licenció en psicología en la Universidad de Buenos Aires. Ejerció el psicoanálisis, trabajó como traductor y profesor de español en Londres y Hong Kong, donde comenzó su carrera periodística en la Agencia EFE. Es corresponsal del diario argentino Pagina 12 en Inglaterra desde 1992, conductor de Justicia Impositiva, un programa radial sobre paraísos fiscales y trabajó en la BBC durante 20 años.
El regreso de la nochees su primer libro.
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