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Es difícil pensar. Pero las calles parecen tener la respuesta. Sólo la alegría puede detener la maldad que gobierna, la crueldad que se expande, la gozosa diversión de los ricos de este mundo.
No al sometimiento, dicen. Pero lo gritan con alegría. Eso es lo único que vence. Al amor, le ganan. Al dolor, lo imponen, A la injusticia, la endiosan. Gobierna quien somete. Manda quien esclaviza.
Hay, sin embargo, una fisura por donde el aire puro ingresa donde la sonrisa se impone, donde el grito liberador domina la calle.
Es el escenario de ellas: violetas, verdes, rojas, rosas. Entre humos de bengalas y truenos de bombos, la sonrisa libre, la broma brutal, el gesto autónomo.
Nada hay que explicar; sólo saber que se es libre, que el rigor es para los eunucos, que la libertad conquistada no se negocia.
Las mujeres ganaron las calles. No las sueltan. Y ríen, gozan, cantan, bailan en su carnaval de libertad en serio.
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