No nos engañemos, el ajuste es la creación de una crisis por parte del mismo gobierno para justificar sus políticas de libre mercado irrestricta, que no se negocia, al decir de Milei.

Ese libre mercado por definición, sin Estado, es legitimar la gran transferencia de recursos de los sectores menos favorecidos a las corporaciones, efectuado cada vez con mayor discrecionalidad y menos contemplaciones en el plano social.

Pero para poder encarnar esas políticas hay que estar dotado de una perversidad muy grande, ser frío acerca del destino ominoso que les aguarda a los despojados, quizás como fueron fríos los nazis cuando diseñaban la “solución final” del pueblo judío y otros pueblos y personas discriminadas. Es cierto que acá no llegaron hasta el final pero este comienzo se parece bastante a la ejecución de un proceso de extinción de clases sociales menos favorecidas, en sus primeras etapas.

Recordemos los niveles de impunidad invocados: Eichman basaba su apelación en las acusaciones de haber mandado a la muerte a millones de seres humanos diciendo que su función era meramente administrativa y contable. Se ocupaba de que los hornos funcionaran y que el número de personas sacrificadas fuese contabilizado, aunque él ignoraba el nombre de quienes eran los que morían.

Este gobierno todavía no mostró esa afición por la prolijidad, es más cree que está haciendo bien su trabajo a pesar de que no puede negar que le llega la información de la pobreza creciente que se va extendiendo como una mancha de aceite en la sociedad, producto de la aplicación de sus políticas. Allí está el costo de sus políticas, dicen: equilibrio fiscal cero a cualquier costo. Están enajenados por completo y para eso deben convencerse que lo que hacen es lo correcto. Como si un cirujano experimentara con la salud de sus pacientes sin importarle el resultado de su proceder medido por la enfermedad y muerte que va ocasionando en ellos.

Naomi Klein llamó a la doctrina del shock, capitalismo del desastre, porque es allí en medio de las crisis donde con el desconcierto de la población es que puede aplicarse a rajatabla su ponderado libre mercado y la destrucción del estado.

Estamos aguardando demasiado. No se puede esperar tanto para presentar una reacción colectiva no partidista sino de salvación nacional. Recordemos lo que en su momento nos advirtieron: los pueblos harán sonar el escarmiento. El hambre en ese sentido es un acicate decisivo. Lo fue en las grandes revoluciones del siglo XX y en la Revolución Francesa del siglo XVIII, el aumento del precio del pan lanzó a los humildes a las calles buscando la cabeza de quienes los hambreaban, dando la última pelea antes de ver morir a los suyos de inanición.