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Zhang Shoucheng fue un niño prodigio. Nacido en Shanghái en 1963, ingresó en la Universidad de Fudan con 15 años de edad. En 1987 recibió un doctorado en Física en la Universidad de New York, con una carrera de investigador que lo llevaba camino al Nobel.
Fue el creador de un nuevo campo de estudio de la materia, los aislantes topológicos, cuyos avances empujaron una nueva generación de dispositivos electrónicos de bajo consumo y chips más pequeños y veloces. En 2009 creó en EE.UU. la empresa Danhua Capital vinculada al desarrollo de esos equipos.
El 27 de noviembre de 2018 Zhang anunció la asociación de su empresa con el gigante chino Huawei para la producción conjunta de semiconductores.
Tres días después, el 1 de diciembre, en circunstancias nunca aclaradas, murió cayendo desde una ventana de su piso en San Francisco, California, a los 55 años de edad.
Ese día, supuestamente, debía reunirse con Meng Wanzhou, la Gerente Financiera de Huawei, quien tampoco llegó a la cita porque fue arrestada en su escala aérea en Canadá, acusada de supuesta violación de las sanciones estadounidense a Irán.
Zhang fue la primera baja de la guerra tecnológica desatada por los EE.UU. contra China. Una guerra que no vemos, pero que afectará a las generaciones por venir. Quién pueda controlar el desarrollo tecnológico podría controlar la economía y la guerra futuras.
Un año antes de estos sucesos, en diciembre de 2017, el gobierno de Donald Trump había publicado el documento de Estrategia de Seguridad Nacional, donde China pasaba a ocupar el sitial como enemigo estratégico.
En junio de 2018, a la ampliación de aranceles a 800 productos chinos, se sumaron sanciones financieras, orientadas a sacar de operaciones a ZTE (la segunda empresa de equipos de telecomunicaciones) e impedir a Huawei (la principal empresa en telefonía celular) operar redes en EE.UU.
Poco después, la administración de Joe Biden redobló la ofensiva contra Beijing, apoyada en dos ejes. Por un lado, incentivar el crecimiento de la industria de semiconductores estadounidense y por el otro impedir el desarrollo tecnológico de China y bloquear el acceso de sus productos al mercado internacional.
El 9 de agosto de 2022 Biden firmó la llamada Ley de Ciencia y Chips asignando 53 mil millones de dólares para financiar la investigación y manufactura de chips en los EE.UU.
En paralelo, la Oficina de Industria y Seguridad (BIS) del Departamento de Comercio estableció restricciones de acceso a los llamados EDA (Electronic Design Automation), que consisten en software, hardware y servicios para el diseño y la impresión de chips y circuitos integrados, prohibiendo la venta de chips avanzados y de equipos de fabricación de semiconductores a China, apuntando a la yugular de su desarrollo industrial y tecnológico.
A la par inició conversaciones más o menos secretas con Japón, Corea del Sur y Taiwan para excluir a Beijing del mercado global de semiconductores.
Se trata de una tarea ardua y costosa para las empresas tecnológicas. El objetivo es alterar radicalmente la cadena de suministros, donde la taiwanesa TSMC y la coreana Samsung son los principales fabricantes y China el mayor comprador de chips, que allí se incorporan a una miríada de dispositivos que se venden en el mundo (desde comunicaciones a equipos médicos, computadoras y máquinas-herramienta).
Desacoplarse de China tendrá un costo descomunal no sólo para las empresas asiáticas sino también para las estadounidenses y europeas y el impacto en la economía china podría ser dramático, como lo muestran las sanciones de Trump, que pusieron a Huawei al borde del colapso.
Pero China –acompañada no pocas veces por las propias tecnológicas estadounidenses, como Nvidia o Intel- intenta eludir las constantes prohibiciones y a la par desarrollar su propia industria de semiconductores.
El 29 de agosto de 2023 el mundo fue sorprendido por el lanzamiento del nuevo celular 5G de Huawei, el Mate 60 Promade. Este Smartphone de vanguardia cuenta con un chip de 7nm desarrollado por Huawei y SMIC, ambas empresas. incluidas en la Entity List, que prohíbe exportar chips de menos de 14 nm a las tecnológicas estadounidenses.
El 13 de noviembre una nueva sorpresa: la Universidad de Tsinghua junto a China Mobile y Huawei lanzaron la primera internet de nueva generación, que puede transmitir datos a 1.2 terabites por segundo, diez veces más rápido que las redes backbone más veloces existentes.
Ambas novedades muestran la fecundidad de la comunidad científica china y la incapacidad de la compleja maraña de sanciones para frenar su acceso, adaptación y desarrollo de la tecnología occidental.
La administración Biden entró en pánico. El 2 de diciembre pasado, contradiciendo las palabras de acercamiento de la reunión de Biden y Xi Jinping del 15 de noviembre, Gina Raimondo, la secretaria de Comercio estadounidense, calificó a Beijing como “la mayor amenaza” que su país ha tenido nunca y que “China no es nuestro amigo” por lo que se deben redoblar los controles para que no pueda acceder a tecnologías de punta.
Dirigiéndose a los CEOs de Silicon Valley, les dijo “sé que están un poco malhumorados conmigo cuando hago esto porque están perdiendo ingresos. Así es la vida; proteger nuestra seguridad nacional es más importante que los ingresos en el corto plazo”.
Subsidios a las industrias de punta, grandes inversiones estatales en ciencia y tecnología, asociaciones estratégicas, barreras arancelarias, sanciones financieras y prohibición de exportaciones pueblan el mundo del capitalismo realmente existente.
Mientras tanto, a orillas del Plata, vuelve la ensoñación con el mito del libre comercio... ¡Así es la vida!
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