-?
2023 ha dejado mucho material para ver, el vertiginoso ritmo de la demanda audiovisual por streaming ha llevado al cine a tener otra dinámica y en este dossier un poco damos cuenta de ello. Acompañando a estas propuestas de cine y series, recomendamos dos obras teatrales que este año han generado cosas muy buenas en escena. Si bien las propuestas audiovisuales son la vedette de los últimos cien años, el viejo y querido teatro se abre paso un siglo más demostrando que no hay ni habrá cuco que le espante, ni hoy, ni nunca. Pues bien, empecemos con nuestro recorrido:
Una serie: “Sex Education” (temporada final)
Si se la analiza meticulosamente, la temporada final de “Sex Education” no es de las mejores-mejores-mejores propuestas del género de este año... ¿Y por qué arranca este informe entonces? Dirá usted. La respuesta es ésta: porque se lo merece por contexto general de la humanidad. Tan simple como eso. Permítanme profundizar el concepto:
La neo-civilización occidental, que es completamente hegemónica en lo cultural, se mueve cada día un poco más hacia el achicamiento de parámetros de tolerancia para con la diversidad. En el mundo de generación de sentido a través de la virtualidad crecen cada día las voces que acusan de “anormal” a la diversidad, que dicen que todo lo diverso proviene de una suerte de perversión en masa elaborada y esparcida por un supuesto poder en las sombras que nos quiere controlar y estropear los valores de la “gente de bien”. A la sombra de esta miedosa (¿cobarde?) e infundada saga de persecuciones públicas a la diversidad, nacieron -por ejemplo- términos supuestamente sociológicos, que no son más que conceptos cínicos y malintencionados, como el de “inclusión forzada” para referirse con sorna a la paleta variopinta de sexualidades y etnias en la construcción de personajes de ficción. Ese es solo un ejemplo, pero la verdad es que todo les irrita a los antiderechos y a los pensadores que militan la “antidiversidad”, y sus voceros oficiales (streamers, influencers y demás “virtualers”) siembran desde el cibercosmos la más férrea cadena de odio cancelante: que si la Sirenita es negra, que si dos astronautas mujeres son parejas y tienen un hijo, que si hay un personaje trans porque “conviene ponerlo”. Todo, pero absolutamente todo les molesta (¿asusta?) y por eso han elaborado un plan sistemático de odio contra esas expresiones. Si aun no lo han sentido latir, presten atención, porque está allí, alimentando pensamiento hegemónico y construyendo un odio visceral contra lo diverso.
Aquí y en este contexto odiante es donde la cuarta temporada, la final de “Sex Education”, se convierte en una verdadera trinchera de resistencia cultural en el mundo mass media de las plataformas. No desde afuera, sino desde adentro mismo del sistema de la industria del entretenimiento llega este final para que millones y millones de personas en todo el planeta vean este verdadero festín de diversidades “camufladas” en el tono aparentemente “bobo” o antireflexivo de una comedia para adolescentes producida para uno de los 4 servicios de streaming más grandes del mundo. Nada de eso:
Pansexualidad latente; accesibilidad para las personas con discapacidad; denuncia abierta para la violencia de la gordofobia en un mundo de muchísimas personas obesas; personas cis preguntándose en voz alta dónde están situados sus privilegios y si eso les habilita a hacer esto, o lo otro en contra de quienes no son “normales”; depresiones post parto en un mundo en el que no hay que deprimirse porque quedás fuera del círculo productivo de la gente... “normal”; racismos latentes; tratamientos con hormonas y operaciones de cambio... Todo esto y mucho más aparece y no de vez en cuando, sino a cada paso en cada capítulo de la cuarta temporada de la serie.
¿Qué dice la pandilla de los influencers odiantes sobre est serie y esta temporada en particular? Lo esperable: que es demasiado, una exageración de diversidad, la acusan a su creadora, la joven Laurie Nunn y su equipo de guionistas (capitaneado por Oli Julian y Ezra Furman) de hacer un delivery “innecesario” de situaciones de diversidad. La acusan de -en el mejor de los casos- libertina. Pues bien, esto que ofende e irrita a los seso estrecho es precisamente la mayor riqueza de esta temporada: en una nueva era en la que se intentará desdecir la diversidad, Nunn y su equipo se plantan -casi te diría que se paran de manos- para refregar en la cara de los haters una galería de personajes y situaciones contrarias a ese signo de cerradez. Nada más que por eso esta temporada vale oro. Luego está lo otro: es divertida y llevadera, dos cualidades de mérito para las comedias.
Finalmente (y ojo que esto es un spoiler) nada más delicioso que un final con Dios en la forma de una mujer negra y vagabunda. ¿Querés una epifanía así de preciosa? Pues la temporada final de “Sex Education” te la da.
Una obra de teatro: “El bien” (unipersonal protagonizado por Verónica Pelaccini, escrito y dirigido por Lautaro Vilo)
Lautaro Vilo es un dramaturgo, guionista, director y actor nacido y criado en Plottier. Desde que terminó sus estudios secundarios partió del terruño y -tras unos años de capacitación teatral en la insólita Tandil- se afincó en la ciudad de Buenos Aires, con todo lo que eso implica para cualquier persona que esté dispuesta a vivir de su propio poder creativo; cosa que Vilo logró y sostiene de mil maravillas al día de hoy. Pues el resultado final de ese recorrido en el presente es este dramaturgo que -literalmente- trasciende la estupidez burguesa de la centralidad y las periferias.
Verónica Pelaccini, la otra parte de esta aventura, es porteña hasta la médula: nació, vivió y se proyecta profesionalmente desde la usina de laburo de la Ciudad de Buenos Aires. Actriz de teatro, cine y televisión, formada y licenciada en la carrera de Artes Combinadas de ese templo del conocimiento súper metropolitano que es la UBA. Esta chica es de todo. En el CV de Verónica conviven sin chistarse protagónicos en señeras obras del teatro del off porteño, papeles en la tele, en algún servicio de streaming internacional y participaciones en puestas de alto presupuesto del teatro porteño como la reciente “Parque Lezama”, la adaptación del célebre texto de plaza de Herb Gardner que hizo Juan José Campanella aquí en Argentina (en Buenos Aires, sí, adivinaste!) y que la rompió toda en taquilla este último año. Bueno, esa mujer, que también es docente de actuación y coach actoral en teatro y en el medio audiovisual -acá en Argentina y en el exterior- es la que toma el texto de Vilo, acepta su dirección y encarna a Guadalupe en esta aventura unipersonal llamada “El Bien”.
Si bien la obra se puso en cartel en la segunda mitad de 2022, fue durante casi todo 2023 que “El Bien” generó una afluencia de público constante y excelentes críticas tanto de medios especializados, como reseñas del público en redes, como así también favorabilísimos comentarios en columnas de diarios y portales digitales de las empresas de comunicación habituales. Esos vientos favorables repercutieron en las tablas y garantizaron una continuidad semanal en cartel durante la mayor parte del 2023, domingo a domingo, sobre el escenario del teatro Espacio Callejón. Allí se selló un espectacular año de laburo para el dúo Pelaccini/Vilo.
“El Bien” es una obra que parte de una idea de vida sencilla, una de esas con la que cualquier persona que se siente a ver la obra ha tenido que lidiar, cualquiera sea su clase social, su procedencia o su franja etárea dentro de la adultez. A saber:
¿Una infidelidad destroza o no destroza el contrato de una pareja y con ello la vida misma de una persona?
Claro que ésta no es cualquier pregunta, ni es sencilla; es una de esas cuestiones de fondo en las que se cimenta uno de los más sólidos pilares de la moral del común de la gente en todo el planeta desde al menos hace unos 400 o 500 años: la fidelidad sentimental. Por eso el romper ese pacto trae consigo no una sola pregunta, sino varias sub preguntas. Ejemplos ya:
¿Cuánto dura una infidelidad? ¿La infidelidad es el acto casual o se consuma en la continuidad y en la reincidencia?... Hay decenas de subpreguntas más.
Pero la infidelidad como acto de ruptura del pacto se abre en caleidoscopio de preguntas existenciales cuando YA SE CONSUMÓ. Vilo lo sabe, y eso es lo que escribe. No hay un sueño de infidelidad (sea este placentero o pesadillesco) hay una infidelidad ya consumada. Y con el acto acaecido llegan -¡como no!- todas las inquietantes certezas: los sentimientos nítidos de la infidelidad, toda esa culpa, esa lástima, esa suerte de abandono propio y ajeno, esa impotencia. Ufff, ¡que listita!...
Con la masilla de este universal tema ha trabajado Vilo el texto de este unipersonal, sin miedo a la generalización para la comprensión de un mensaje catártico. Bueno, sucede que el tipo es un fanático calificado de Shakespere: ¿por qué le iba a temer a la universalización de un tema? Bien por él, ese desprejuicio lo hace un dramaturgo de peso, aunque se resista a admitirlo.
Claro que para hacer carne su propio costado femenino escrito en el papel, necesitaba una Guadalupe perfecta sobre tablas. Pues la encontró en Pelaccini, quien se atreve a pasear por los cotos de caza que Vilo le ha escrito para mostrar a esa mujer-que-es-un-poco- todas-las-mujeres.
La Guadalupe de Verónica transmite sobre escena y de una manera contundente todas las esencias y las siluetas del personaje que está claro en el texto. Sobre el escenario la actriz lo pone todo: hay miedo, hay torpeza, hay sensualidad, hay comedia involuntaria de la vida, hay consecuencias sociales del género femenino latentes, hay un poco de terror, hay otro poco de violencia, hay ironía fulminante, ternura, desgarro y una cuota de hedonismo sumamente seductora. Y -lo mas importante- la determinación final del personaje, que debe vencer a la duda angustiante, también está en el trabajo de Pelaccini. Todo. Brillante lo de Verónica.
Así es “El Bien”: una obra aparentemente pequeña, extramoral pero comprometida, con algunos resortes cinematográficos aplicados con pericia (desde el texto y desde la actuación) a la austeridad de un unipersonal presentado en el vacío minimalista de la caja escénica del viejo y querido teatro. Es una apuesta cien por cien teatro: con la guapeza de la pura luz, la pura sombra y una serie de objetos figurativos como toda puesta. Verónica, el texto y los objetos. Nada más y nada menos.
Así transcurre la obra, que llega, te enreda empáticamente en su tejido de entretenimiento y finalmente te deja lo que te vino a dejar: un punto de vista profundo sobre un tema que no caducará, al menos no hasta que los contratos del amor de pareja se celebren como los venimos celebrando desde el medioevo hasta aquí.
Dicen que este verano puede llegar a girar por el Alto Valle y la Cordillera. Ojalá sea.
Una película: “Los asesinos de la luna” de Martin Scorsese
Si desde siempre ha existido un esfuerzo por torcer la historia en una mano única, la que imponen quienes vencen, es justo decir que también ha existido desde siempre un contra sentido posible, con la voz de quienes han perdido sonando con fuerza. Soplando ese viento llega esta, la hasta hora última película de Martin Scorsese, un cineasta de 81 años que bien podría estar haciendo la plancha en la piscina de su casa sin preocuparse por montar el lío que acaba de montar al rodar y estrenar “Los asesinos de la luna de las flores” (tal el título fiel a una traducción digna y menos marketinera que la que han elegido los distribuidores regionales).
Este, el nuevo y bellísimo film de don Martin, se mete con algo que los norteamericanos “de bien” odian revisar (bah, ni siquiera quieren mencionar): los genocidios a los distintos pueblos originarios de Norteamérica y su posterior desplazamiento territorial. Lo asesinado y lo saqueado.
Si bien pudo haber elegido algunas de las miles de historias posibles de despojo y matanza que se sucedieron desde el siglo XVIII al XIX, que las hay a rolete, Scorsese escoge sin embargo una de las historias más cercanas y soterradas de la historia colonial estadounidense, la que describió con lujo de detalles en 2017 el periodista y escritor David Brann en su excelente libro de no ficción “Los asesinos de la luna de las flores: Los crímenes en la nación Osage y el nacimiento del FBI”, contando como a principios de la década de 1920 se asesinó en serie y con “discreción” a decenas y decenas de miembros del pueblo nación Osage en el denominado Condado Osage de Oklahoma, siempre con el cometido de quedarse -por la vía menos notable y aspaventosa- con los terrenos que estos poseían, ya que todos ellos estaban radicados en sitios en los que el petroleo en el subsuelo era mucho. Muchísimo.
Lo notable es que los Osage no eran originarios de ese lugar, sino que fueron corridos por la campaña militar del naciente gobierno de los EE.UU. -con genocidio y despojo cultural incluido- desde los territorios originales del pueblo nación Osage: los valles del río Ohio y el río Osage, y los territorios afincados en lo que hoy son los estados de Arkansas, Misuri, Kansas y Oklahoma, que incluso llegaban hasta el valle del río Neosho, en Kansas. Si alguien siente curiosidad y traza un sombreado sobre el mapa de actual de USA usando estas referencias que acabamos de mencionar, verá con claridad la vastedad de los territorios Osage antes de que los confinaran al Condado Osage de Oklahoma, sobre una superficie cien veces menor a la original y disponiendo de las tierras menos fértiles. Las tierras en las que el petróleo comenzó a aparecer en cantidades enormes durante los últimos años de la década de 1910 y los primeros de la del 20.
El descubrimiento de este oro negro, que motorizaría la tercera fase de la revolución industrial global, hizo que las tierras de los Osage -de las que poseían la tenencia legal otorgada por el gobierno de EE.UU.- pasaran a ser “necesarias” para la comunidad no osage de esa zona, con banqueros, ganaderos y demás actores de la burguesía norteamericana pujando por quedarse con todo. El problema era que las tierras, al ser legalmente parte de un “condado indígena” eran intransferibles, no se podían comprar o vender. Pues: ¿molestaban los Osage negándose a que se explore y explote el petróleo de sus tierras? No, para nada, más bien todo lo contrario. Solo exigían -con la legalidad de su lado- que se les liquidaran las regalías correspondientes, cosa que pasaba. Y a partir de este hecho, sus capitales familiares y comunitarios se vieron robustecidos al borde mismo de lo que la sociedad occidental liberal llama “situación de riqueza”. Esto, damas y caballeros, fue lo que exasperó al poder blanco regional de aquel entonces: ¿cómo el piel roja, que no quería perder su identidad como pueblo, tenía la posesión plena de esos terrenos y podía comprar la misma ropa y los mismos autos que los empoderados económicos de la región? Bueno, de esta tensión surgieron los dos o tres métodos que supo usar la civilización WASP (blanca anglosajona protestante) para hacerse con los bienes y las tierras: matanza, colonización de la cultura y la espiritualidad y embrutecimiento del otro.
Sobre este remolino tanscurre la película de Martin Scorsese, con la calidad visual y narrativa que lo ha hecho uno de los más grandes directores de la historia del cine, con las actuaciones protagónicas descomunales de Leonardo Di Caprio, Lily Gladstone y Robert De Niro en el que quizás sea el mejor papel de su vida. Película por momentos vertiginosa -tal el ritmo que le gusta al maestro- pero por momentos quieta en su carácter poético, o sórdida, o espiritual, o de denuncia socio política, pero sutil, tan sutil como el accionar de esas personas que pergeñaron una matanza silenciosa y un despojo que pareciera legal, por ejemplo casando miembros de su comunidad con las familias Osage para que, luego de muertos las y los originarios, heredaran éstos las tierras.
Scorsese no le temió a la exposición artística de este verdadero encolumnamiento de miserias humanas que ha habido en el episodio histórico que cuenta, ni a las corrientes negacionanistas de los genocidios a los pueblos originario de USA, que son muchas, y están muy pero muy bien bancadas por el poder económico y las iglesias de todo el país, su país. Martin se la juega, y el resultado final es esta película que -de seguro- quedará entre los grandes clásicos de su filmografía, lo que es lo mismo que decir: del cine todo.
Otra serie: “La caída de la casa Usher”
¿Se pueden adaptar a este siglo saturado de información y tan protestón en la superficie varias de las premisas morales y los recursos narrativos que Edgar Allan Poe escribió hace casi 200 años? Parece que sí. La miniserie “La caída de la Casa Usher”, que tiene sus resortes argumentales forjados en el célebre cuento homónimo y en varios más del maestro Edgar Allan Poe, lo ha logrado.
En estos dos siglos, Poe ha sido un verdadero formador de decenas de generaciones de lectores en todo el planeta. Quien le haya leído (por lo general arrancando en la infancia) podrá recordar si se pone retrospectivo que con Poe de seguro ha aprendido varios asuntos fundamentales de "esta cosa" llamada existir. Que hay una fragilidad en vivir. Que hay una posibilidad de habitar la maldad por propia decisión moral. Que el dolor no es “desaplicable” por antojo. Que la belleza se para valiente por sobre el espanto. Que la verdadera naturaleza del miedo no es manipulable por ningún poder, sino que tiene una raíz sobrenatural e incontrolable. Todo eso y más ¿O no?
Pues bien, lo que esta serie ha venido a agregarle a la ensalada multicolor del streaming es la pasión por aquellas revelaciones que el tío Edgar nos ha traído antaño a través de sus cuentos y sus poemas.
Hay algo muy profundo que decía Poe y el guion de la serie recoge de manera literal en la voz de una de sus principales (¿la principal?) figura de esta ficción, Carla Gugino: hermosa y poderosa:
“¿Qué es la poesía sino un sitio seguro para toparse con verdades dolorosas o sublimes?”
Bueno, pedacitos de ese espíritu, el de encontrarse en una obra como en un sitio seguro capaz de revelar cosas dolorosas o sublimes es lo que contiene esta serie como fórmula aplicada. A pesar de sus clichés, que los posee en cantidad, o de algunos pequeños agujeros de construcción, que también los tiene, esta apuesta se juega por ese tono aparentemente liviano de Poe para poner en el tapete algunas cosas trascendentales.
Ha sido un gran acierto “modernizar” la obra de Poe poniendo como escenario central una espantosamente gigantesca corporación farmacéutica, que está considerando si cambia de rumbo y se reinventa como una empresa de tecnologías: la mayor dadora de Inteligencia Artificial para la manipulación de las masas a pedido de sus clientes más poderosos. Que buen escenario para desarrollarlo todo ¿no?
La corporación es la protagonista.Y quienes la dirigen, por supuesto... ¡la familia Usher! A partir de esta readecuación bien actual y Siglo XXI de aquellos demonios humanos que tan bien supo escribir Poe -que en sus cuentos solían ser meros burgueses empoderados, bien al semblante del siglo en el que él vivía- esta familia habitando con cuerpo y alma su propia corporación asesina (con el opio de las pastillas primero, con el opio de la tecnología después) le sienta de mil maravillas a esta adaptación que hizo Mike Flanagan, un tipo súper hábil para contar sus historias de terror y suspenso, que aquí, con la masa madre de Poe en las manos, ha construido una obra que difícilmente pueda superar en tamaño en el futuro.
Y se nota que Flanagan no solo es un respetuoso adorador de la obra de Poe, que está bien a la vista, pues ha adaptado a su serie mucho de lo sombrío, lo grotesco, lo filosófico y lo mordaz de la obra de Edgar; sino que también es un buen lector de los hijos directos e indirectos de Poe, ya que si prestás atención hay momentos para que aparezcan como regalitos -en forma de homenajes- pequeñas ráfagas del universo literario de Lovecraft, de Stephen King y hasta de William Burroughs, a quien no se considera tan directamente un hijo de Poe, pero vaya si lo es!
Por último: la secuencia narrativa de la serie tiene una carga moral importante, y una línea de bajada moral clarísima. Y esto es bueno explicitarlo, porque la obra de Poe tenía (tiene) este mismo tono. Vos lees a Poe y sabés claramente qué pondera y qué critica de la condición humana y de los devaneos de las sociedades que se construyen con el pilar de esos comportamientos individuales. En ese sentido Flanagan ha sido igual de claro y su “actualización” de los valores morales presentes en la obra de Poe siguen en pie y vindicadísimos: Anabel Lee y Lenora son el ideal de bondad y la proyección de todas las bellezas (no solo las físicas) Dupin es el alma inquieta y buscadora de justicia, Gordon Pym es una víctima de su propio espanto. Y así: personaje por personaje. Bien ahí. Sobre todo en días como éstos en los que el totalitarismo del pensamiento critica la escritura moral y se disfraza de “libertario” para proponer esta suerte de “sos libre de creer y pensar lo que quieras”, una supuesta extramoralidad que no es otra cosa que fascismo individualista disfrazado de oportunidad.
Solo le criticaré a esta actualización algo -que en realidad responde más a lo viejo que me estoy poniendo- no me gusta que, como en todas las producciones yankis de 50 años a esta parte, los personajes tengan que putear todo el tiempo como si fueran Federicos Luppis norteamericanxs para parecer "terrenales" y "aceptables". No es un recurso bueno, ni siquiera aceptable como resorte crativo: ¡menos en una obra que se base en Poe amigos! Edgard fue uno de los que más respetó la posibilidad del lenguaje bello para expresarlo todo, hasta el espanto, sin la odiosa necesidad de caer en el fucking fuck cada dos segundos ¿por qué usar ese recurso vano entonces? Bien, olvidemos un poco esto y pasemos el aviso final, entonces: si la serie te gusta y te engancha, te renacerá el espíritu relector de Poe, esto es así. Yo quedé tan manija, que termine de ver la serie y entré en mercadocoso a buscar la edición de sus cuentos completos traducidos por Cortazar. Pienso sentarme este verano a re-cotejar qué me dice el tío Edgar ahora que tengo más de 50 años. ¡Nevermore!
Otra obra de teatro: “Relatos en primera persona” (unipersonal escrito y protagonizado por Hilda López y dirigido por Ricardo Bruce)
Hilda López es una parte constitutiva de la vida cultural del Alto Valle de Río Negro y Neuquén de los últimos 50 años al menos. Cincuenta... ¿se dan cuenta todo el tiempo que es eso?... ¡medio siglo! A una persona con ese recorrido público se le reconoce, se le discute, se le pone en tensión, se le agradece, se le contradice, se le celebra, se le acompaña, a veces se la abraza y a veces hasta se le putea. A la López le ha pasado todo eso en medio siglo en Neuquén, quienes la han visto en acción como comunicadora o como gestora cultural sabrán que en esa mujer ha habido mil mujeres. Es decir: lo que se sabe de la López es lo que la López ha hecho. Pero... ¿quién es la López? ¿De dónde salió esa chica que se hizo la mina de la radio y la señora que andaba de agite por toda la provincia?
Precisamente para contar esa historia es que Hilda se juntó con el director teatral Ricardo Bruce, apiló sus memorias tempranas, las de la infancia, les sumó las de la adolescencia, le agregó algunos de la madurez en los 70's y le dio forma a un unipersonal que intenta poner en órbita actual, la de una sociedad 2.1 y post pandémica, a una mujer parida y curtida en el trayecto del Siglo XX.
¿Qué es lo que se termina viendo en escena?: ¿un dechado de melancolías?, ¿una oda de saudades? Para nada, porque a escena sube esa mujer vivaz y rompe quinotos que no ha dejado de sintonizar con el ahora y -desde esa posición de privilegio que te da el tener más de 80 años- cuenta cada uno de los relatos de este monólogo como si las cosas no fueran el pasado, como si esto fuera una película online, que vos estás viendo por el ojo de la cerradura, ahora, no ayer. Todo lo que Hilda necesita explicar como “viejo” (objetos, costumbres en desuso) es contado con una pericia milimétrica, trayendo hasta la actualidad y hasta tus propios ojos de la mente como espectador un tranvía atestado de obreros y obreras que van a laburar. Vos estás en la butaca, pero te corrés, porque ahí viene el tranvía, que no te quepa la menor duda.
Así, vívido y transparente, es el recorrido que te propone esta bisabuela enferma de juventud, probando que el teatro es un ámbito en el que también es capaz de desenvolverse con pericia y desfachatez. Vas a ir al sepelio de Evita y lo vas a ver con ojos de niña. Te vas a trepar a un tren, de esos de asientos marrones, de clase turista, y te vas a ir en los setentas al norte del país, allí donde a la balanza de la justicia social se le caen los platillos cada dos por tres. Vas a jugar en el patio de un yotivenco y vas a pasar un año nuevo especial. Vas a chapar con un novio una tardecita, al bajar de otro tren, el urbano en Bernal. Todo eso te va a pasar, porque con un timing preciso, la López te va a llevar de las narices, consumando el acto de la teatralidad con el viejo recurso de la contada.
Pregunta de exámen: ¿Cuánto más arrugado y estresado ha quedado Ricardo Bruce para dirigir este espectáculo como para que entre en la caja de zapatos del teatro estándar? Bueno, esa es una linda pregunta para hacerle si se lo cruzan. Lo que es seguro es que la López, por el contrario, con esta puesta ha comprado energía y juventud, como Dorian Grey. Se le nota cundo se pone a bailar en el escenario, casi sobre el final mismo de la obra... ¿De qué se ríe esa señora cuando todo termina y se encienden las luces de la sala?: de vos, que tenés cara de atontada y atontado por la emoción en la primera fila, y en la segunda, y en la tercera. Y así...
Otra película: “Cuando acecha la maldad”
Para el final de la entrega primera de este dossier de recomendaciones anuales, llega la película argentina que en este momento está haciendo furor en la taquilla de todo el país, compitiendo inclusive con ese bodrio multimillonario llamado “Napoleón”.
Cuando nadie se esperaba este hitazo, entró por la puerta del último bimestre del año “Cuando acecha la maldad”, el film de terror de Demian Rugna que está llevando gente a granel a los cines de todo el territorio argentino.
La sorpresa no fue tan sorpresa para el público cautivo del género, porque el largometraje anterior de Rugna, “Aterrados”, fue un suceso importante entre las y los cultores del cine de terror. Por todo esto, para este público, siempre fiel, la llegada del nuevo film de la factoría Rugna fue una alegría esperadísima. Distinto lo que pasó con el resto del público que acude a cines: un boca a boca poderoso convirtió a “Cuando acecha la maldad” en el segundo largometraje más visto del cine argentino este año, superando en solo dos semanas en cantidad de espectadores a películas muy buenas y populares como “Puan” y -quien no te dice, si el año le alcanza- encaminándose a destronar a “La Extorisón” que hasta aquí es la película argentina más vista del año. Y no solo eso, aparte es ya la película argentina del género terror más vista en la historia toda de nuestro cine. Todo esto logrado por un hijo de la educación pública recibido en la Universidad de Morón, vecino nacido y criado en Haedo. Toma mate. A la luz de una mórbida luna llena, claro.
Hablando ya sobre la película: “Cuando acecha la maldad” es fuerte en sí misma por varios motivos. El primero de ellos es el tono verdaderamente clásico que Rugna eligió para encausar su relato. Nada de coyunturas de fan service, nada de virus entrando por un celular, ni demonios viralizándose en redes, ni nada que se le parezca: terror clásico, el que podría haber escrito Arthur Conan Doyle, Horacio Quiroga, Mary Godwin Shelley o cualquier nombre célebre que gustes poner sobre una línea punteada. Pero ¿de qué estamos hablando cuando decimos terror clásico? Bien, en dos o tres trazas simplistas: confrontación del ser humano con su propia maldad, manifestación del mal universal sin necesidad de artilugios explicativos (nada de que el mal vino de un antiquísimo rito etrusco, ni del espacio exterior, ni del espíritu de una niña que cayó en un aljibe y nadie la sacó, no, no, nada de huevadas) el mal llega y se presenta, porque el mal ES. Y nosotros le damos entrada o salida de nuestras vidas. Un postulado universal, pero complejo. Nada de que un crucifijo y un chorro de agua bendita te va a salvar, porque el mal circula, se ramifica, pide presencia en el acto de ser. Así está presente en esta película, que le pone un cuerpo, sí, en un “encarnado” (¡espantoso, el personaje de Uriel es impactante!) pero que no se circunscribe a ese solo cuerpo, porque el mal estará presente en otras personas, en los animales, en las plantas, en las cosas. Mal: hecho y derecho. Punto para Demian Rugna por ponerlo en escena.
Lo segundo que hay que decir es que es gananciosa la apuesta de ambientar este espanto creciente en la ruralidad. Nada de grandes metrópolis, capitales de cultos. No: campo y pueblo pequeño ¿que más que pintar la pequeña aldea para pintar el mundo entero?
Con estas dos piezas filosas: el mal renaciendo para expandirse y el micro universo de la ruralidad, el de Haedo ha logrado una pieza maestra, que ya ha rcogido el galardón internacional de mayor prestigio para el cine fantástico y de terror (la estatuilla de Sitges) y que de seguro cautivará a todo un planeta cuando la suban a una plataforma de streaming.
Buenísimas actuaciones, excelente maquillaje, efectivísima dirección de arte, una fotografía melancólica pero ultra potente. Alta película. Si no la viste, andá al cine. Después estarás toda la semana levantando bien las sábanas de tu cama para asegurarte que Uriel no and ni cerca, pero eso... bueno... ¡esa es otra historia!
Va con firma | 2016 | Todos los derechos reservados
Director: Héctor Mauriño |
Neuquén, Argentina |Propiedad Intelectual: En trámite