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03/09/2023

“El Príncipe”, un libro distinto

“El Príncipe”, un libro distinto | VA CON FIRMA. Un plus sobre la información.

Esta obra de Irma Cuña (Neuquén, 1932-2004) representa una profunda transformación en su poesía, tanto por el paisaje al que se refiere como a la estructura de los poemas. Para ella, fue un hallazgo y a la vez una manera de refundar su labor como poeta.

Gerardo Burton

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En estos días, precisamente el 2 de septiembre, por una reglamentación oficial, se fijó como día de la poesía neuquina, en un claro homenaje a Irma Cuña, nacida ese día en esta ciudad en el año 1932. Aunque se trata de una cuestión formal, es posible aprovechar esta oportunidad para estimular y alentar la lectura de la obra de esta poeta, una obra maravillosa, luminosa, que duerme agotada en las bibliotecas particulares y padece de una injusta y casi total ausencia en las librerías. Leer su poesía resulta, en estos días aciagos, un acto de resistencia y a la vez de afirmación de que otro mundo es posible, que podemos y nos merecemos una existencia mejor, más libre, más creativa, más justa.

De sus libros, solamente está disponible (y acaso con escasa posibilidad de circulación) la antología que hizo y prologó Irene Gruss con el título de Pasajera del vientoy publicó el Fondo de Cultura Económica. Una edición cuyos ejemplares esa firma atesora en sus depósitos sin entusiasmo por difundirla. Y nada más.

Para leer a Irma Cuña, entonces, habrá que recurrir a bibliotecas públicas, internet, antologías parciales, y otros recursos. Como ella murió un año en que todavía las redes digitales no existían, casi no hay fotografías, videos, charlas de ella. Pero nos queda la memoria.

Entre sus libros, sobresale El Príncipe, compuesto a mitad de los años sesenta entre México y Buenos Aires que permaneció escondido por más de tres décadas en una caja archivo y apareció casi epifánicamente al finalizar el siglo pasado. Cierto: Irma Cuña contaba que un día mientras revisaba sus papeles viejos, encontró el original de ese largo poema abandonado y sobreviviente a exilios, mudanzas, traslados, penas y alegrías.

La edición del libro no fue casual; justamente ocurrió en un momento histórico en que ella estaba presionada para convertirse en la poeta oficial de la provincia. Sin embargo, quería despojarse de ese rótulo con que había anunciado su primer libro y que se había convertido en motivo de recitados escolares, gracias a un procedimiento de identificación entre la poeta, el paisaje patagónico y la provincia. Además, por la trascendencia nacional e internacional de su obra poética y crítica, posicionaba la institucionalidad neuquina en el concierto de la cultura transpatagónica. No era poco, y por eso ella decía, en un juego de palabras irónico propio de su humor, que no quería ser recordada por “Neuquina”. Y El Príncipele vino de perlas pues, en efecto, significa un viraje absoluto en su poesía.

Si bien en este libro los versos mantienen los recursos habituales (imágenes constituidas por sustantivo más adjetivo, o sustantivo más preposición más sustantivo) y metáforas extraídas del paisaje, aquí hay otra vertiente, quizás otra Irma Cuña. La Irma Cuña plural, ya que no esa mujer que había salido de su lugar natal a plantar su raíz en el mundo. En efecto, ya no es el desierto, tampoco el valle, tampoco la meseta. Es la selva y su exuberancia; es el trópico y su fascinación; es otra historia de pueblos aborígenes. Por eso su poesía se escapa de su forma anterior, se abre ancha y sin orillas.

Rompe el ritmo que alentaba sus poemas, abandona la rima y mezcla métricas diferentes. Sus versos caen como hojas cargadas de humedad verde: están las lianas, las flores y los pájaros de la selva mexicana. En estos poemas aparece el cenote, esos pozos de agua bautizados por los mayas de Yucatán como dz'onot, tzonot o Ts'ono'ot. En un pasaje el príncipe verá “brazaletes de amatistas en el fondo del cenote”. Menciona el estuco mexicano como material para la escultura (la cabeza del príncipe); el jade y el cuarzo (que son piedras también presentes en el paisaje patagónico):

 

Quien levanta del suelo catedrales de hojas

y melenas de sauces

y mis sentidos

está

detrás

mirándome la nuca:

el guerrero maya,

el desarmado.

Y aunque vuelve sus ojos

hacia un blanco laberinto de pájaros y cruces

(ciego en el pico del ave,

con dos palmas en los hombros opuestos)

ve un paisaje de cal y huesos secos

y un pozo verde que le refleja el sueño.

Aderezado por la muerte, con un curvo penacho

y dos dientes de jade,

ha aprendido

la huella de la flor en la tiniebla

y el oído de greda de los árboles.

 

Ya no lo mueve

en el ocaso abierto o la mañana

su corazón sin pecho

la hendidura

que tiene su mejilla vertical. (p. 11)

 

En este poema comienza el relato del mito, prologado con una dedicatoria “a mis entrañables amigos mexicanos”. El príncipe actúa como un demiurgo “desarmado” que vive en una suerte de simbiosis con el mundo animal, y que ha trocado el sacrificio humano con efusión de sangre por la ofrenda de flores y aves. Esa simbiosis en realidad es una hermandad que viene de otro tiempo. Así la poeta se pregunta:

 

separado

¿cómo fuiste antes del tiempo?

Visión sin aromas,

miraste

un continente de cuarzo,

mientras el jade de tu boca

rodaba

de diente en diente

como un hueso de sombra

que no acababas de tragar. (pág. 15)

 

Este demiurgo que es el príncipe protagoniza el relato del mito que elabora Irma Cuña. El mito salta los siglos y viene, desde antes que esa civilización fuera arrollada por la conquista, hasta hoy. Ese salto establece un contacto directo entre los primeros y los actuales indígenas.

Este poema representa, como dije, un viraje en la obra de Irma Cuña. Evidentemente sus imágenes y sus metáforas están aquí, tienen su marca personal, el sello de su estilo. Sin embargo ese régimen de sustantivo y complemento tiene una torsión, una condensación de sentido: es el abandono de la austeridad, del despojo de un paisaje duro y a veces hostil. Lejos está el “viento terco” de Neuquina. Al contrario, aquí hay una sucesión de elementos que configuran un nuevo sabor y un nuevo sonido a su poesía. Eso ocurre en este largo poema que resume esto que estoy diciendo. Espero leerlo y respetar este ritmo que con tanto cuidado, supongo, le impuso la poeta:

Príncipe

como primero

y como dos.

 

Príncipe

de canto.

 

Príncipe

del principio

fugaz.

 

Ondula

el pedúnculo

pesado

de capullos.

Movimiento quieto

sandalia de pies-raíz.

 

Penacho de mazorca

no das grano.

Sólo el verde brote negro.

 

(Brazaletes de amatistas en el fondo del cenote).

 

Pulmón pequeño

respiras

tras el escudo de plumas.

Pájaro

incapaz.

 

Lo terrible

es que nunca

te desnudarás para dormir.

 

Eternamente

has calzado el pico

entre los ojos,

como otra quilla de sueño.

 

El príncipe está muerto

bajo el curvo pétalo.

 

El príncipe

como un caracol adentro

como una calabaza hueca

como un corazón

del revés.

Sólo un bulto de estuco

el príncipe

ciego.

 

Los ángeles

blanden la gracia

o la espada de oro.

 

El príncipe

pertenece a otra estirpe.

Mira un cáliz transparente

bajo la sombra floral

y no puede recordar

su huella

en los templos.

 

El príncipe

niega el espejo.

 

El príncipe

me ha dicho un silencio

que no tiene peso

y que pesa tanto.

 

¡Oh príncipe!

Cara de cal opaca,

punta embotada, máscara sin piel.

 

 

Bienamado. (página 19)

 

Quizá por eso concluye, en el final de este largo poema, que “El príncipe permanece./No cae... Y ya es el otro”.

(El Príncipe, Comodoro Rivadavia, Editorial Universitaria de la Patagonia, 1999)

Este texto se leyó en un encuentro de homenaje realizado el 2 de septiembre de 2023 en el espacio que lleva su nombre, en el barrio Rincón de Emilio. Participaron de la actividad, organizada por la secretaría de Extensión de la Facultad de Humanidades de la UNCo a cargo de Daniel Bagnat, los poetas Carina Rita Medina, Raúl Mansilla, Ricardo Costa y el autor de esta nota.

29/07/2016

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