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Columnistas
23/07/2023

Epigramas

Epigramas | VA CON FIRMA. Un plus sobre la información.

Hay que votar, en todos lados, a Massa, no precisamente por su trayectoria sino, más bien, por lo que significa en la coyuntura: una trémula esperanza de frenar a la derecha.

Juan Chaneton *

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El 22 de octubre comenzará a finalizar el gobierno de Alberto Fernández, que 19 días después se esfumará del escenario para entrar, mal o bien, en la Historia política de este país. El gobierno de Alberto Fernández hizo cosas, en plena pandemia, en favor del pueblo de a pie. Salió a bancar y bancó bastante bien. Pero a ese gobierno lo habían votado para que pusiera la proa argentina hacia un proyecto de país, no para que administrara emergencias en clave solidaria ni para que agotara su mirada estratégica en la doctrina social de la iglesia.

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El 13 de agosto próximo se dirimirán candidaturas en las Paso. Hay unas paradojas in extremis en la política nacional, por caso, que a la derecha le conviene una excelente elección de Grabois en la interna del próximo 13 de agosto. Ello así, por cuanto si Massa ganara en las Paso por poco, entraría debilitado a la competencia mayor del 22 de octubre. Se trata del simétrico reverso de lo que le acontece al peronismo con Milei. Si el candidato de la derecha fuera Larreta, Milei engrosaría su caudal porque al alcalde de CABA lo odian más en las filas del patomacrismo que fuera de ese chiquero: y un escenario con la derecha dividida en partes casi iguales no podría sino beneficiar a la fórmula Massa-Rossi. El subtexto de lo anterior es que la única manera de que Milei haga una buena elección, es que el candidato de la derecha sea Larreta y no Bullrich.

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Igualmente y sea como fuere, hay que votar, en todos lados, a Massa, no precisamente por su trayectoria sino, más bien, por lo que significa en la coyuntura: una trémula esperanza de frenar a los que vienen a romper cualquier forma de integración continental y a poner a la Argentina como furgón de cola de decisiones geopolíticas perjudiciales para los trabajadores y la mayor parte del pueblo argentino, lo cual ha pasado a ser opción existencial, más que política, aun cuando hay motivos para fundamentar la opinión de que Grabois es la continuación de Cristina por otros medios: los medios que consagra la diferencia generacional en un nuevo contexto nacional y global.

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Por bien que se diga lo que se ha visto, lo visto no reside jamás en lo que se dice, ha dicho el francés, y eso es así porque lo que se dice es -como me escribió una vez Noé Jitrik- pura literalidad y me parece que la literalidad agota el sentido de lo dicho cuando el que "dice" es un ignorante sólido y bien plantado como Macri Mauricio que, cuando dice, no puede decir nada más que lo que dice. Estas limitaciones culturales son bastante democráticas, por cierto. Por caso, aquejan también a aquella señora que confundió, desde su banca de diputada, a un honorable guerrero como Damocles con un tal "Domacle". La diferencia es que aquél (Macri) es un "enemigo" (como se le escapó una vez a Alberto) y ésta es una "cumpa" chaqueña a la que no se le da bien la metáfora. Un proyecto político digno de tal nombre, jamás debería contar, como militantes, a gentes renuentes a superar, mediante el estudio, su calaña espiritual. Esa señora integró las listas de la política porque era la esposa de alguien importante, como exclusivo orden de mérito. Pero, sembrando así, terminamos cosechando un Emerenciano por aquí, un Quintín por allá... Todo en esta tierra tiene su genealogía.

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Patricia Bullrich es hija putativa de Mauricio Macri, pero ya va siendo hora de sustituir a éste por aquélla en el programa de diatribas y argumentos que el campo progresista esgrime para convencer al pueblo de que la mejor opción es que la derecha no tenga opciones.

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La que sigue es una pregunta que raras veces me hicieron en mis visitas al conurbano sur de la provincia de Buenos Aires: ¿el campo verbal de quienes apoyan o gustan de Macri es el mismo que el de Macri? Yo creo que en la pot pourri que simpatiza con él, aunque el olor a podrido que exhala esa "pot" sea uniforme, hay de todo, como si dijéramos un medio pelo que, como Macri, tiene al suplemento deportivo Olé como libro de cabecera, pero también hay unos desorientados en desuso como -por decir un nombre- Alejandro Rozitchner y otros heteróclitos por el estilo.Habitan, también, esa parte del muladar político, unos masificados que creen que la literatura está en la Feria del Libro o la filosofía en los congresos ad hoc.

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Y el debate. Creo que negarse al debate es una forma de debatir, porque es un intento de suprimir al otro. O tal vez habría que decir que es cierto que no hay debate, pero lo que sí hay es lucha por el poder, y entonces no puede no haber debate, y lo que ocurre es que lo que falta no es debate sino claridad de objetivos y, por ende, hay confusión en cuanto a los caminos a seguir para superar el capitalismo. Incluso hay, entre nosotros, quienes no están tan seguros de que el capitalismo sea algo que deba ser superado.

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La política se diferencia de la literatura en que aquélla es omnipresente, como Dios; en cambio, ésta sólo habita en los textos de los escritores y, también, en esos lugares donde se reúnen y conversan los artistas, además de que también ha de existir, en potencial, en tantos y tantas niños y niñas que, a esta hora exactamente, tienen frío en los conurbanos, en esos "terroirs" que no dan vides sino el basural abierto ahí cerquita, como para que el covid se sirva, y que nunca serán literatos porque no hay que pedirle al sistema social que funcione como no está llamado a funcionar.

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Nadie le dice a Milei que la pretensión de una libertad en contra de la razón no puede ser reconocida por el Estado. Eso sería adentrarse en los arcanos de Hegel. Nadie le pregunta eso a Milei porque nadie sabe que eso es así. Y tal vez sea mejor así; porque Milei no entendería nada si se le dijera eso, porque Milei es tan bruto que no puede transitar sino por el ripio de las evidencias que suministra la intuición sensible: la vista, el olfato, el tacto sobre el cogote de un perro...

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La política no debería ser del orden de la chicana sino del de la reflexión. Lo primero que hay que decir cuando se aborda el estudio de la política en la Argentina del siglo XXI es que nada de lo que ocurre deja de tener (y todo lo que ocurre tiene) un vínculo de necesariedad y no de contingencia con el pasado inmediato del siglo XX. Esto no significa, por caso, que La Cámpora sea la continuación de los Montoneros por otros medios. Todo es más sutil.

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Las derechas están creyendo que les está llegando el turno de gobernar en la Argentina en sustitución de un gobierno al que pretendían atado de pies y manos y al que lograron atar de pies y manos. El gobierno de Alberto Fernández no le gustó, hay que decirlo, ni a Gerardo Martínez, lo que ya es decir.

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En una Argentina ahíta de peronismo, el clasismo no es buen negocio. Es lo que debería entender el trotskismo. Pero yo he aquilatado, a lo largo de una vida extensa y no exenta de sorpresas, que para el trotskismo de todas las latitudes, "la revolución" que propone sólo se entiende como concepto borgeano, esto es, como hecho artístico: es la inminencia de una revelación que nunca se produce.

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Una violación, en la niñez, puede joderte la vida para siempre, no por la violación en sí, sino por el signo con que la cultura occidental ha tabulado y clasificado a la violación y a la víctima: a aquélla la llama “violación”, y la resignifica como una catástrofe existencial de la cual nadie vuelve, al tiempo que también se desentiende del significado que su propia violación pudo haber tenido, a su turno, en el cuerpo de los hoy victimarios. A la víctima, a su vez, la moral judeocristiana la mira con curiosidad no exenta de conmiseración, lo cual es una reactualización de la primera agresión. The winner takes it all, pero "the winner", aquí, siempre resulta ser el victimario y el canal Crónica, nunca la víctima.

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El dolor tiene un costado balsámico. Incentiva la catarsis pues en ésta se halla, muchas veces, la posibilidad de seguir viviendo.

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Siempre le ha parecido, a mi pobre entendimiento filosófico, que toda la metafísica de Spinoza es una secularización de la teología cristiana. Creo que fue por eso que Spinoza siempre me pareció un erudito y nunca un pensador original. Me quedo con Giordano Bruno.

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En Villa Itatí, frente a Villa Azul, me dijeron, una vez, que las cárceles están llenas de gente que no cree que su crimen (robar, matar, violentar al prójimo) sea reprobable, pues esos presos han visto que los jueces que los condenaron hacen lo mismo en beneficio propio.

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Cuando volví a mi domicilio particular, en Recoleta, me sonaba un ruidito incómodo en forma de reflexión: cuando el crimen lo comete el individuo es malo e injusto; cuando lo comete la sociedad, es bueno, justo y necesario.

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Al igual que el padre Mujica, yo vivo en un barrio opulento pero de tanto en tanto voy a la villa a darme un baño de pobreza. La diferencia con el ínclito sacerdote es que a él lo consideran una especie de santo, en cambio conmigo nadie tiene dudas de que soy un miserable hipócrita.

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Ha habido ateos tan maravillosos que si existieran muchos seres humanos como ellos, eso sería como una prueba de la existencia de Dios.

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Política, filosofía y literatura existen como disciplinas separadas sólo porque el ser humano, para conjurar el estupor de tener que vivir, las nombró de ese modo, aun cuando las tres se ocuparan de lo mismo: la angustia que causa la insignificancia.

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Después de Nietzsche, toda moral no es sino impostura con la que la sociedad humana disfraza su inefable condición inaceptable: que sólo el instinto es rey y sólo el poder es ley. Pero el problema, con Nietzsche, es que sus verdades son demasiado incómodas como para que la humanidad haga con ellas otra cosa que ignorarlas.

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Hace poco, a Kamala Harris, que es la vicepresidenta de la democracia americana, un fallido la dejó expuesta: se le escapó que, para cuidar el medio ambiente, no había que reducir la polución sino la población. El desprecio de esta india de los suburbios de Delhi para con los migrantes latinoamericanos no deja de ser insólito, y hace clic a la perfección con la discriminación a los pobres que practica Franco Rinaldi, ese espantoso subproducto de la decadencia cultural argentina que circula todavía por calles y avenidas de la ciudad junto al río inmóvil. Que éstos se permitan discriminar resulta insólito pero no tanto si conocemos las razones íntimas que tuvieron para pretender ser reconocidos como parte de la parte privilegiada del todo: si, encima, progresistas o de izquierda, la vida se habría puesto muy dura para ambos sotretas.

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El ser humano, si frívolo, es de cuidado, aunque puede ser divertido. Pero si además profesa esa vulgaridad espiritual tan típica del medio pelo porteño, en ese caso hay que radiarlo del propio círculo. Tilingo, y encima cultor de la medianía... too much. (Lanata, in memoriam).

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Yo dudo de la consistencia técnica de Melconián. Es como Jorge Asís, en ese punto. Están siempre amenazando con un concepto que nunca se enuncia y se van en el amague de un lenguaje potreril que también luce impostado. El caso es que uno es economista y el otro comentarista de lo que hacen los demás, pero ninguno estuvo nunca en la decisión que impone la gestión, los dos le esquivaron a la política en lo que ésta tiene de incomodidad cotidiana. Eso sí, ambos disfrutan, jubilación de privilegio mediante, del buen vivir que les deparó su paso por la política. Y si no necesitaran de esa asistencia del Estado, entonces deberían devolverla.

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Al parecer Marat, quiso ser amigo del pueblo. Danton -como se sabe- lo desnucó por eso. Es decir, ganó Danton y, con él, la democracia y la libertad, la igualdad y la fraternidad. Menos mal. Danton rima con Macron. Marat con proletariat.

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Ninguna derrota es para siempre. Identifícate siempre con los derrotados del capitalismo... Ahí, casi siempre, está la razón...

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La dulzura y la tragedia son casi antónimos, pero eso ocurre sólo en el diccionario de la RAE. Pues en la poesía ambas se unen y son el Uno. Sólo el poema es hacedor de estrellas y de cosas fantásticas. También Stapledon, claro. Lo inesperado acecha en el poema porque inesperado es el idioma de Dios. Incognoscible es el idioma de Dios. Decir luna y decir que ella luce trágicamente dulce de esmeraldas, es haber podido decir lo indecible. El poema, allí, ha revelado lo incógnito a los humanos. El poeta, allí, se ha asesorado con Dios que ha condescendido a contarle un poco de lo que es el universo. Lo trágico y lo dulce no son -ha dicho Dios- tan opuestos como ustedes creen... Ustedes, digo -dice Dios-, los humanos... Hay algo tan extraño en la vida... Yo no sé...

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Finalmente, perdóneseme el regreso al barro, pero sólo la política nos hará libres. Finalmente, Stanley o Massa. Y ello por una razón bien simple: la política tiene razones que la razón no conoce. Que no conoce ni Dios...



(*) Abogado, periodista, escritor.
29/07/2016

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