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02/07/2023

Adam Smith y el neoliberalismo

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Hay falta de correspondencia entre los supuestos básicos del neoliberalismo y la realidad de la sociedad contemporánea; por esa razón, esa teoría presenta deficiencias para explicar la realidad y la política económica asentada en ella termina siempre fracasando.

Humberto Zambon

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En junio pasado se cumplió el tricentenario del nacimiento de Adam Smith (nació el 5-6-1723), uno se los principales teóricos del liberalismo económico, cuya versión actual se conoce como “neoliberalismo”.

El siglo XVIII en el occidente europeo estuvo caracterizado ideológicamente por el avance del humanismo y del racionalismo, que culminó en el liberalismo como concepción filosófica. Se suele considerar como fecha de nacimiento de este último el año 1690 (33 años antes del nacimiento de Adam Smith y 86 años antes de la publicación de su libro clásico, “La Riqueza de las Naciones”) con la edición del trabajo de John Locke “Segundo tratado del gobierno civil”, que es la consecuencia directa de la evolución del pensamiento occidental a partir del humanismo del Renacimiento.

La concepción liberal parte del principio de que existen derechos naturales inherentes a la persona humana, que son anteriores y superiores a toda organización social: son los derechos a la vida, a la libertad, a la propiedad, que son inalienables y que hacen a la esencia misma del ser humano. A este ideal liberal le debemos, en gran parte, la vigencia actual y mundial de los derechos humanos.

En el plano político, Locke supone que inicialmente el hombre vivía en absoluta libertad con el uso irrestricto de sus derechos naturales y que, para resguardarlos, constituyó la sociedad civil con un gobierno en el que delegó expresamente parte de sus poderes. Pero aquellos poderes no delegados continúan siguen siendo de los individuos, por lo que el estado no puede avanzar sobre ellos. Es más, el hombre tiene el derecho a rebelarse contra el estado si este pretende avanzar por encima de los límites de las facultades delegadas y, de esta forma, se vuelve tiránico.

Los primeros liberales, Voltaire en particular, sostenían que el egoísmo es el motor de la conducta humana; eran individualistas, dando prioridad a la defensa de los derechos personales como la libertad personal (que sólo debía ser restringida para conservarla), la seguridad y la propiedad.

El liberalismo económico es contemporáneo al liberalismo filosófico y, en general, sostenido por los mismos pensadores. Pero no son lo mismo.

En realidad, el liberalismo económico fue una rebelión contra el “mercantilismo” que había permitido el crecimiento económico de los demás países europeos frente a la riqueza colonial de España, la principal potencia mundial desde el siglo XVI, pero que con su proteccionismo y exceso de reglamentaciones entró en contradicción con el desarrollo del incipiente capitalismo. Nació en Francia, con los fisiócratas, pero se consolidó en Inglaterra con Adam Smith. La idea básica es que existen leyes naturales que rigen la producción y distribución de los bienes, que los hombres –cada uno en su egoísmo individual buscando su propio interés- logran la óptima asignación de los recursos, por lo que el estado debe abstenerse de intervenir. Es la frase famosa de los fisiócratas “dejad hacer, dejad pasar, el mundo camina solo”.

El nombre de neoliberalismo proviene de su aceptación del liberalismo económico y no tiene ninguna relación con el viejo liberalismo, el de los derechos humanos, excepto un detalle; los primeros liberales, en general, desconfiaban de las masas incultas, por lo que estaban muy alejados (aunque no fuera contradictorio) del ideal democrático hoy dominante. Esa concepción antidemocrática es el único rasgo heredado por el neoliberalismo es: recuérdese que las primeras experiencias neoliberales fueron la de Pinochet en Chile y Videla en Argentina y que entre los actualmente autodenominados como “libertarios” están muy cómodos los “negacionistas” del terrorismo de estado de los años ’70.

Quien consolidó al liberalismo económico fue Adam Smith (1723-1790), que fue un filósofo y economista escocés que escribió “Teoría de los sentimientos morales” y también “Una investigación sobre la naturaleza y causa de la riqueza de las naciones”, que se la conoce por el título abreviado de “La riqueza de las naciones”, que resultó ser uno de los primeros tratados completo sobre el tema económico; su obra es considerada como el fundamento del liberalismo económico.

La idea central de Smith se puede explicar con un ejemplo, una especie de fábula: supongamos una sociedad individualista de cazadores donde cada uno busca su propio bienestar y que viven de la caza de ciervos y de castores. Toda mañana cada cazador toma su arma y debe elegir: o bien va a la montaña a buscar ciervos o enfila para el río para buscar castores. No puede ir a los dos lados, por lo que el bien que no puede obtener mediante la caza lo debe conseguir mediante el trueque, intercambiando los sobrantes que obtenga en su expedición.

Si supongamos también que, al cabo del día, con 8 horas de trabajo efectivo, obtiene en promedio 4 castores ó 2 ciervos. Es decir, podemos decir que cada ciervo le lleva 4 horas de trabajo y que cada castor le insume 2 horas. Hay un solo tipo de cambio de equilibrio posible: cada ciervo vale dos castores o, lo que es lo mismo, cada castor equivale a medio ciervo. Piensen ustedes cualquier otra relación: por ejemplo, uno a uno; los cazadores obtendrían un castor con dos horas de trabajo y, mediante el cambio, también un ciervo con el equivalente a esas dos horas; conclusión, todos tratarían de cazar castores y obtener por trueque a los ciervos. Sobrarían castores y faltarían ciervos, los precios de los primeros caerían y subirían el de los ciervos, hasta alcanzar al 2 a 1 del equilibrio.

De esta fábula se pueden extraer las siguientes conclusiones:

1-Los bienes (las mercancías) valen en función del tiempo de trabajo humano insumido. Es decir, el trabajo es la fuente de valor y las horas de trabajo socialmente necesarios para producirlos son los que cuantifican ese valor. Esta es la teoría del valor-trabajo, que fue aceptada sin discusión por todos los economistas hasta el último tercio del siglo XIX, época en que se desarrolló la teoría valor-utilidad. Entonces los economistas se dividieron en dos bandos: los que aceptaban la primera y los neoclásicos, seguidores de la segunda, mientras que la mayor parte de la academia decidió dejar a un costado a este problema.

2- Los cazadores optan por ir al monte a buscar ciervos o al río a cazar castores sin que nadie se lo mande; las cosas ocurren como si hubiera una mano invisible que determinara cuantos deben cazar uno u otro para que se satisfaga en forma óptima las necesidades de la comunidad: es que si hubieran mayor cantidad de castores que los requeridos bajaría su precio relativo respecto al de los ciervos, por lo que a los cazadores –tratando de maximizar su beneficio- les convendría cazar ciervos, con lo que aumentaría la cantidad ofrecida, haciendo bajar el precio hasta que las cantidades coincidan con las requeridas y el precio con el del equilibrio. El mercado es el encargado de lograrlo: es el óptimo asignador de los recursos.

3-Esta sociedad de cazadores no necesita autoridades, al menos desde el punto de vista económico. Haría falta solamente para asegurar el orden, la justicia y la propiedad de las herramientas y bienes que tiene cada cazador. Si tuvieran la peregrina idea de elegir a un “jefe” para que planifique donde debe ir cada cazador (si al río o a la montaña), la comunidad tendría que mantener a ese jefe (que seguramente, en forma rápida, pediría una secretaria para que lo ayude y un asesor –posiblemente un economista- para que colabore en la toma de decisiones) que, en el mejor de los casos, acertará con la distribución que determina el mercado, por lo que ese gasto es inútil; pero muy probablemente no acierte con la mejor asignación, lo que producirá desvíos y daños, por lo que al costo de mantener al jefe y su séquito hay que agregar el costo de la ineficiencia económica.

Es decir, la conclusión de Adam Smith (del liberalismo económico) es que cada uno individualmente busca su mayor beneficio y, con esta forma egoísta de obrar, el mercado actúa como una mano invisible asignando de forma óptima los recursos existentes, logrando el mayor bienestar para todos; ni el estado ni nadie debe interferir en la economía.

Claro, puede opinar cualquier crítico, eso sería válido para una economía de pequeños propietarios de sus herramientas (artesanos), donde hay mercado transparente con muchos compradores y vendedores (competencia perfecta) y donde las mismas herramientas se adecuan a cualquiera de las actividades posibles (perfecta movilidad del capital), algo que en la realidad social no se dio, ni siquiera en los orígenes del capitalismo, aunque posiblemente se acercara algo entonces, en los tiempos de Adam Smith; pero que en su evolución se ha alejado cada vez más de ese modelo: el capitalismo tiende a la concentración y centralización de ese capital, de forma tal algunos tienen la posesión exclusiva de los medios de producción y muchos lo único que poseen es su fuerza de trabajo, por lo que se ven obligados a venderla a cambio de un salario; además, ese capital no es homogéneo, por lo que no se puede utilizar para una producción distinta a la que fue diseñado ni todos los capitalistas son iguales, sino hay unos pocos que dominan el mercado y pueden fijar precios y condiciones.

Es decir, hay falta de correspondencia entre los supuestos básicos tenidos en cuenta por Adam Smith (supuestos que son también los del neoliberalismo) con la realidad de la sociedad contemporánea; por esa razón, esa teoría presenta deficiencias para explicar la realidad y la política económica asentada en ella termina siempre fracasando. Pero esa es otra historia, en la que Adam Smith no tiene culpa alguna.

29/07/2016

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