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En vez de sumarse al intento de paz en marzo de 2022, Estados Unidos y el Reino Unido lo impidieron con tenacidad, optando por construir esta tragedia. Su ariete principal fue la prensa, que fomentó una ignorancia/estupidez criminal en todas las regiones de su influencia y vasallaje, en gran medida ya previamente sometidas o culturalmente colonizadas.
Norteamericanos y Brits (por dar crédito a los segundos) elaboraron un aparato de alienación altamente blindado, a partir de algunas “palabras clave”: libertad (de mercado), justicia (para ellos), autodeterminación (si son vasallos). Bastaron para construir un andamiaje que es -probadamente- y por órdenes de magnitud más letal que los dizque totalitarismos con los cuales se han llenado la boca. Desde luego esa conducta, aunque un poco abollada por la contundencia de los hechos, prosigue en el presente.
Y se desató la mayor campaña de propaganda occidental de la que se tenga memoria. La campaña encontró, a lo largo de más de un año, un terreno fértil en las mentes alienadas aunque posiblemente de buena fe de muchos europeos, para los cuales Rusia está marcada como una especie de demonio, que forma parte de sus genes. En cambio, en la “América” de Monroe, el relato acaso no fue tan necesario, considerando que a sus consumidores les cuesta localizar en un mapa a la mismísima Baja California. En consecuencia, la población vio y ve el tema como infinitamente lejano y a pesar de que son frontera directa, apenas separados por una línea que cruza el estrecho entre las islas Diomedes.
El primer golpe propagandístico post “invasión” fue omitir cualquier mención a Rusia en la participación de sus deportistas. Hoy, como entonces, siguen apareciendo sólo sus nombres pero sin bandera. ¿Qué se le explica a un niño que mira Roland Garros con su madre, si pregunta por qué al español Alcaraz lo etiquetan con su bandera y al ruso Medvedev, no?
La segunda etapa de la propaganda es la de la mentira alevosa, pero concebida como verdadera por la gente que cree que algún día se sacará la lotería. El secretario de Defensa de los EUA en estos días declaró, tajante: “Russia is lost“. Al respecto, podemos escuchar(1) al brillante analista Douglas McGregor, coronel retirado de las Fuerzas Armadas del mismo país, quien afirma que “al Secretario de Defensa no lo pusieron allí para oponerse a las ideas estúpidas del Gobierno”(1).
Sin duda, el NYT y el canal CNN mienten y omiten, pero muchas veces esas mentiras, en la opinión de McGregor, descansan en creencias genuinas de los propios dirigentes, que aparecerían tan limitados como el público consumidor que construye opinión a partir de esas fuentes.
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La mentira tiene una longitud de patas sucesivamente menor: Ucrania no sólo no ganará, sino que acorta de forma pavorosa su tiempo de permanencia como algo que se parezca un país. Bajmut ya ha caído a costa del asesinato de no menos de 50000 soldados ucranianos. Muchos jóvenes, casi niños, contando con solamente dos semanas de entrenamiento militar: una carnicería que es total responsabilidad de Zelenski y Tony “F16” Blinken que el primero de junio, a tambor batiente afirmó “El requisito previo para una diplomacia sensata y la verdadera paz es una Ucrania más fuerte, capaz de disuadir y de defenderse en caso de futura agresión”. Ni la coma en el párrafo es verdadera, pero, en particular, agresiones ya no habrá, Tony, y no por los F16. La razón será que Ucrania habrá ya dejado de existir.
Sí, es cierto, la metralla es rusa. Pero vivir creyendo que Rusia se va a inmolar porque polacos, ucranianos e ingleses lo desean, es absolutamente desquiciada; y Rusia no puede hacerse responsable de las decisiones suicidas de una organización de nazis.
Muchos medios impresos no mienten, pero, temerosos, tienen cuidado de no quedar como “a favor de Putin”. Por ejemplo, uno de ellos, de Buenos Aires, redacta con motivo de un atentado: “El escritor nacionalista ruso Zajar Prilepin, firme defensor de la invasión del Kremlin en Ucrania resultó herido…”. El calificativo de “nacionalista” saldría sobrando, lo mismo que sea “firme” defensor porque ¿quién no lo es en Rusia? Ser candidato a defensor de la operación especial se supondría absolutamente binario: se es o no se es, y parece forzado atribuirle firmeza o debilidad. De paso, vale comentar que es frecuente que el mismo medio se exprese en inclusive como ilegible lo que resulta engorroso para lectores de otras regiones de Hispanoamérica, aunque por fortuna lo hacen todavía de manera diferenciada según sus secciones. (Habría que repensar todo esto en el marco de una integración latinoamericana que se volverá cada vez más necesaria, desde un contexto de BRICS a una franca multipolaridad.)
Pero no nos distraigamos con apéndice latelares...el deseo hegemonista compulsivo de los Estados Unidos no sólo crea mentiras, sino que, más sutilmente, elaborados relatos: Hiroshima era necesario, el desembarco en Normandía derrotó a los nazis, Cuba es un país no democrático, es necesario tener una OTAN para proteger Europa de un posible ataque ruso, etcétera. Partes de verdad, parte de verdades incompletas, o mentiras, pero es lo de menos, todo eso prendió como la viruela en muchos de nosotros, habitantes del occidente trasero (que no a la inversa), de Batman a la necesidad de ponerse un Levi’s en 1980.
El relato occidental siempre necesitó postular antihéroes bien individualizables: Gadafi, Milosevic, Fidel Castro, Maduro. Todos puestos indiscriminadamente en una misma bolsa, la que ellos decidan en tiempo y forma, por la causa común de no dejarse pisotear: sin villanos cuidadosamente escogidos, es probable que la opinión pública no logre convencerse de que sus soldados tengan que invadir un país para exportar de una buena vez la democracia y Aunt Jemima a todos los rincones del planeta. El rollo del comunismo funcionó bastante bien por décadas, pero esa cuerda parece agotada. Ahora son los chinos, los rusos, el Islam y el abstracto terrorismo, como -cuidadosamente ocultado en sus inciertos orígenes- Daesh, derrotado por Rusia y Siria.
Y llegó Putin. Pese a su inicial cooperación con Occidente, era menester agredir a Rusia, a corto o largo plazo. Eso sí forma parte central de la agenda del hegemón. Y a Putin le tocó estar en la mira y la insidia de los progres de la Costa Este y comenzar a padecerlo. Las Pussy Riot, las “graves violaciones a los derechos humanos”, los asuntos en el COI, todo fué muy bien explotado por la -por fortuna- operadora derrotada por Donald Trump en 2016, aviesa como toda la camarilla actual del lobby demócrata.
Volvamos un poco al comienzo de la Operación Especial, cuando todavía podía escucharse que Ucrania era víctima de una invasión injustificada que solamente respondía a los deseos expansionistas de un “tirano y autócrata”. La premura en calificar mostró que los calificativos estaban bien plantados desde antes. Occidente se daba el lujo de ser, acaso, indulgente como los alemanes y la BASF. Es decir, el mecanismo es que, si Putin no fuera “dictador y autócrata”, no habría manera de hacer una condena express a la “invasión”. La inconsistencia de estos argumentos prueba que “autocracia” e “invasión” están desacoplados y son conceptos que solamente funcionan para engañar a la gente, o para facilitar su autoengaño. Les habría bastado condenar la agresión militar, pero aceptando que Putin fue democráticamente elegido y que, por lo tanto, no es un dictador. Pero funciona muy bien para hacer funcionar la propaganda antirrusa, aunque sea como el personaje del Extranjero de Camus, que es juzgado no tanto por matar a un hombre sino por no haber llorado la muerte de su madre.
(1) McGregor, sobre el sentido común en la Casa Blanca:
https://www.youtube.com/watch?v=4mi82IgUqKE
(2) Juan Antonio Aguilar sobre Vladimir Putin:
https://www.youtube.com/watch?v=DKM-lK2ygTY
(3) Fikile Mbalulabailando en una baldosa a reportero de la BBC:
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