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Luego de la segunda guerra se acordó, en la conferencia de Bretton Woods, un sistema monetario de cambio fijos con el dólar como una especie de patrón monetario internacional, convertible a razón de 35 dólares la onza de oro (cotización anterior a la guerra y totalmente irreal luego de la misma). Con el gasto de Estados Unidos en el exterior y el crecimiento del comercio internacional como principales motores, hubo una fuerte expansión de la economía mundial.
El aumento del gasto público en Estados Unidos a una tasa de aproximadamente el 10% anual (guerra de Vietnam y aumento de los gastos sociales durante el gobierno demócrata, iniciado por Kennedy) tuvo como consecuencia un crecimiento de la inflación interna que llegó al 6% en 1970. El aumento del gasto externo hizo que la balanza de pagos de Estados Unidos se tornara deficitaria, lo que implicaba una mayor salida de dólares y se hizo general el convencimiento de que no estaban en condiciones de mantener la convertibilidad con el oro, lo que desató una fuerte especulación contra el metal Finalmente, en 1971, el presidente Nixon dispuso unilateralmente la inconvertibilidad del dólar y se establecieron restricciones a las importaciones. A partir de ese momento el mundo entró en un sistema monetario de cambio flotante, lo que agregó un nuevo factor de incertidumbre al sistema.
Por otra parte, en el año 1973 se produjo la guerra de Yom-Kipur entre Israel y los países árabes y, en parte como consecuencia de ella, en Argel apareció en el escenario mundial la OPEP (Organización de Países Exportadores de Petróleo), que dio lugar a la regulación por parte de los países productores del mercado del petróleo y a que el precio del mismo se cuadruplicara. Para muchos analistas 1973 es un año clave, un "año bisagra" entre dos épocas: la de posguerra y un nuevo orden mundial, con el neoliberalismo como paradigma ideológico.
La OPEP y su política fueron posibles por la existencia de un equilibrio mundial entre las potencias enfrentadas; la URSS dio un apoyo explícito a esa organización, tanto por sus intereses estratégicos en la política mundial como por los económicos, ya que era productor y exportador de petróleo.
El impacto en los países industrializados fue enorme. Los hidrocarburos son la fuente energética básica de la actividad económica y tanto Japón como Europa Occidental son altamente dependientes de las importaciones; inclusive Estados Unidos, a pesar de sus reservas, era un país importador de petróleo (en este país el valor de las importaciones petrolíferas pasó de 6.500 millones de dólares en 1973 a 22.000 en 1974, lo que habla claramente de la importancia de la resolución de la OPEP). Las consecuencias inmediatas en los países industrializados fueron el aumento de costos y el déficit en la balanza comercial, generando presiones inflacionarias de oferta, con recesión.
En 1979, con la caída del Sha de Irán, se produjo la segunda crisis del petróleo. El barril pasó de $ 13 dólares a 32 (1980).
La consecuencia directa de ambas crisis fue la recesión económica y la aparición de la inflación de costos (o de oferta) que hasta ese momento era un fenómeno exclusivo de América Latina, con su secuencia de inflación con desocupación, que recibió el nombre de estanflación (combinación de estancamiento productivo con alta inflación). La tasa de crecimiento de la economía mundial, en forma aproximada y tomando como indicador al PBI por habitante, se redujo a la mitad.
Los términos de intercambio en el comercio internacional muestran, entre 1973 y 1985, una suba del 300% en el petróleo y del 65% en las manufacturas, mientras que los alimentos y demás materias primas perdían un 43% de su valor unitario: una vez más, el tercer mundo tuvo que pagar la crisis de la economía mundial.
Otra consecuencia fue la traslación de enorme cantidad de dinero hacia los países exportadores de petróleo, dinero que en gran parte volvió al sistema bancario occidental buscando inversiones financieras (los llamados “petrodólares”). Ante la recesión de las economías centrales llevó al sistema financiero a la búsqueda de nuevas posibilidades de colocación de esos fondos, que finalmente generaron la deuda externa del tercer mundo.
Esta deuda (excluidos los países productores de petróleo) pasó entre 1973 y 1983 de 130 a 664 mil millones de dólares (309.800 millones de América Latina). En algunos países, como Brasil y México, el endeudamiento externo fue acompañado con inversión y mayor producción industrial. En otros, como la Argentina, gobernada por la dictadura, fue puerilmente utilizado en importaciones prescindibles, en enriquecimiento de minorías especulativas y en una ilusión generalizada de riqueza nacional (fue la época del turismo masivo al exterior, donde al argentino se lo apodaba "el deme dos").
De todas formas, en el problema del endeudamiento externo existió una clara responsabilidad (¿o irresponsabilidad?) compartida entre deudores y acreedores.
Lo cierto es que los servicios anuales comprometidos por los países deudores (intereses más amortización de deuda) representaban en promedio cercano al 100% de las exportaciones (246% para México y 214% para Argentina) lo que habla claramente de la imposibilidad de pago y de la necesidad de un endeudamiento creciente para mantener el sistema.
En agosto de 1982 México declaró unilateralmente la imposibilidad de pago, desencadenando lo que se llamó la “crisis de la deuda”. La deuda de los 13 principales deudores representaba el 215%.del capital de los bancos acreedores, lo que pone de manifiesto que la crisis de la deuda del tercer mundo podría desencadenar la crisis del sistema financiero mundial. Las potencias centrales procuraron salvar sus bancos e impedir la creación de un “club de países deudores” que los hiciera fuertes en una mesa de negociación: pusieron como condición el tratamiento de caso por caso y, presionando a los eslabones más débiles, eliminaron toda resistencia de los deudores.
En los nueve años transcurridos entre la crisis de la deuda y el fin de la década de los años ‘80, los países latinoamericanos transfirieron recursos por 223.600 millones de dólares, que representaban el 72,1% de la deuda existente al comienzo de la crisis y, sin embargo, la deuda a fines de 1990 había crecido de 309.800 a 422.645 millones de dólares. Ese esfuerzo representó una caída en el producto bruto por habitante, por lo que se habla de “década pérdida” para América Latina.
El problema de la deuda externa para los países dependientes se mantuvo en el tiempo; en nuestro país, con refinanciaciones y nueva deuda en los años ’90 se llegó a la crisis del 2001 y la declaración del “default”. Recién durante el gobierno de Néstor Kirchner se logró una refinanciación razonable de la deuda, con una gran quita, conversión parcial a deuda en pesos y modificación de plazos de vencimiento y tasas de interés. La política de desendeudamiento continuó hasta el gobierno de Macri, en que aumentó violentamente el monto de la deuda externa (incluso con vencimientos hasta 100 años y una última deuda con el FMI, cuyos importes financiaron la “fuga de capitales”, y retrotraen al país a la década perdida de los años ’80.
Otra consecuencia de la crisis de los años ’70 fue un cambio ideológico fundamental: los medios de comunicación dominante y los sectores interesados machacaron en la opinión pública hasta convencer a las mayorías que la crisis era consecuencia del excesivo crecimiento del gasto estatal, responsabilidad del “estado de bienestar” implantado en la época de oro del capitalismo, que con sus impuestos ahogaba a la iniciativa privada. Se inició así un nuevo apogeo del liberalismo económico, denominado ahora “neoliberalismo”, con pretensiones de pensamiento único y cuyas primeras experiencias fueron con la dictadura en Chile (gobierno de Pinochet) y Argentina (Videla-Martínez de Hoz) y siguió con Margaret Thatcher en Gran Bretaña y Reagan en Estados Unidos. Su hegemonía fue tal que incluso llegó a “colonizar” ideológicamente a la social-democracia europea, que había cumplido un importante papel en el período anterior y que ahora era difícil de distinguir del pensamiento conservador.
Así como la “gran crisis” arrastró al liberalismo como teoría económica dominante, los años ’70 reemplazaron al keynesianismo por el neoliberalismo como paradigma teórico de la época.
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