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Rolando Figueroa parece tener en claro que su apuesta no es simplemente contra el candidato oficial del MPN Marcos Koopmann, sino contra el mismísimo Jorge Sapag.
El tenor y el alcance de su reto hacen que el verdadero adversario sea el modelo establecido por el ex gobernador desde 2007, en el derrumbe de la etapa turbulenta y confrontativa de Jorge Sobisch, y que se continúa hasta la actualidad.
Si Figueroa gana, la era Sapag habrá concluido irremediablemente y el partido que gobierna con algunas interrupciones la provincia desde 1963, habrá alumbrado un nuevo liderazgo de alcance y características aún desconocidos.
Si por el contrario el oficialismo emepenista le torciera el brazo a Figueroa como en 2018, ya nada será igual para él porque el tenor del desafío que encarna seguramente lo dejaría definitivamente afuera del partido que lo llevó de la mano hasta hace muy poco.
Figueroa tiene a su favor una clara determinación, y eso es mucho, muchísimo tal vez. No hay duda de que quiere ser gobernador y ha puesto en juego su trayectoria y su comodidad -el MPN no deja de a pie a los mansos-para lograrlo.
También tiene al alcance de la mano la posibilidad de encarnar lo nuevo.
A su vez el actual diputado nacional tiene condicionamientos que le son propios: Hasta ahora no alcanza a esbozar una propuesta lo suficientemente atractiva como para ganar a un electorado que se encuentra en una situación de relativa comodidad.
Los hemos dicho por ahí y lo reiteramos: no alcanza con decir que Neuquén es rico pero hay muchos pobres. La oposición se ha cansado de plantearlo, hasta ahora con escasos resultados. Tampoco parece Figueroa el más indicado para criticar a una elite partidaria que lo tuvo hasta hace poco entre sus figuras más destacadas.
Enfrente, Figueroa tiene una maquinaria estatal y partidaria aceitada y poderosa, que cuando se trata del poder no se anda con escrúpulos. Un aparato político que cuenta con recursos enormes, en lo que se insinúa como una etapa de gran prosperidad producto de la multiplicación de los ingresos por los hidrocarburos.
En las pocas oportunidades en que el MPN vio amenazada su permanencia en el poder, la provincia atravesaba severas coyunturas económicas, como cuando el barril de petróleo llegó a 9 dólares o cuando Sobisch tensó todas las cuerdas y estuvo a punto de perder frente a Oscar Massei.
No parece para nada la misma circunstancia. A pesar de la desigualdad social, que el MPN sostiene y acrecienta pero también contiene y apacigua, no se advierte un malestar por la situación económica que justifique un salto al vacío del electorado.
Sin embargo, también es cierto que el malestar podría existir de manera soterrada respecto del cuadro político, ante un sector del MPN que lidera desde hace mucho a un partido que ha gobernado desde siempre y, aparentemente, para siempre.
En ese cuadro de situación, en el que la mayoría está relativamente cómoda y ante un futuro previsiblemente próspero, también puede existir la tentación de cambiar, alentada por la esperanza de que sin perder lo que se tiene se pueda alcanzar un mañana aún mejor. No faltan los ejemplos en la historia que dan cuenta de esta justificada expectativa. Tampoco los de algunas cándidas esperanzas que terminan defraudadas.
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