Columnistas
05/10/2016

Condenados al éxito

Del timbrazo al ring raje nacional

Del timbrazo al ring raje nacional | VA CON FIRMA. Un plus sobre la información.

Daniel Hernández

El helicóptero baja más lento que la inflación. Una nube de tierra seca entra hasta por los ojos. El piberío es un mar de lágrimas. Por el polvo, y porque el aterrizaje interrumpió la final del campeonato infantil de Barriocheto, en el conurbano profundo.

Un morocho de rulos a lo Maradona en la época de Los Cebollitas manotea un cascote y lo tira –a ciegas- contra la polvareda. Es lo último que hace. Intervienen Gendarmería, Grupo Halcón, la Bonaerense, la Federal, la Metropolitana, la División Drogas Peligrosas y un regimiento de Marines que donó Obama. Se lo llevan a ver Paka Paka –el de ahora, que es más aburrido que mirar a la pared-.

Casi todo el barrio cogotea para ver qué pasa. Abajo che, que no se ve un carajo, grita un panzón mientras se trepa a un árbol para averiguar por qué tanto alboroto. A vos no te va tan mal, gordito, le responde Pato Bullrich, quien disfrazada de Heidi dirige el operativo escondida en la quema de basura que está detrás del potrero.

El panzón abre la boca para contestarle, o para decir que no se ve nada, o vaya saber para qué, pero cae del árbol como fruta madura. En el handy que Heidi lleva escondido en la canasta donde junta pastillas para el abuelito Fernando –que no pudo venir porque se quedó dormido o porque los helicópteros lo hacen llorar, eso tampoco se sabe- se escucha: Objetivo del ISIS neutralizado. Repito: Objetivo del ISIS neutralizado. Heidi deja ver una sonrisa que no superaría (otro) test de alcoholemia.

Cuando la última partícula de polvo termina de caer –una hora y veintitrés minutos después del aterrizaje-, Maurizio se asoma por la puerta del helicóptero y con el brazo en alto agita una mano recién arreglada por la manicura. Recibe una ovación. Custodios, policías, gendarmes, marines, Stiuso, Pérez Corradi y hasta Fariña aplauden a rabiar.

Maurizio –barbijo, guantes y fundas para los zapatos al tono- atraviesa la canchita entre vítores y más aplausos. Extenuado –tuvo que caminar casi veinte pasos- llega hasta la calle de tierra y se detiene a descansar en la parada del colectivo. Hace seña y el interno 6 de la línea 666 para junto al cordón (imaginario). Ante el asombro generalizado (que despierta un amplificado Ooohhhh). Maurizio se escabulle de la custodia y sube, victorioso.

El chofer, que se parece a Dietrich, le da la bienvenida; agradece, moquea. Maurizio busca la SUBE en la billetera y como no la encuentra intenta pagar con una tarjeta de crédito emitida en Bahamas. Se enciende una cruz roja: Offshore (error, en castellano). Como la SUBE sigue sin aparecer usa otra tarjeta (esta emitida en Panamá), el carnet de Boca, el pase libre a Disney que le regaló Michelle Obama y hasta una estampita de Álvaro Alsogaray disfrazado de San Jorge y ensartando con su espada al demonio del populismo. Offshore. Offshore. Offshore.

El chofer que se parece a Dietrich lo deja pasar sin pagar y hace como que maneja. Maurizio se sienta junto a un pasajero con pinta de magnate petrolero que se parece a Aranguren. Emocionado por el contacto con los vecinos le pregunta si paga mucho de luz y de gas. Naaaa, responde el otro. Na’que ver.

Entusiasmado, Maurizio se da vuelta y le pregunta a un pasajero que se parece a Esteban Bullrich cómo están las escuelas del barrio. El pasajero que se parece a Bullrich dice: bárbaro, cómo van a estar; con la Campaña del Desierto nos cargamos a todos los cabecitas que no querían estudiar y ahora están limpias, limpias y vacías, que mierda. 

Cansado de triunfar Maurizio encara a una mujer que está sola como loco malo en el asiento de atrás y que no se parece a nadie. Antes que él diga nada ella le cuenta que su hijo perdió el trabajo, que el hambre volvió al barrio, que la salita se cae a pedazos. Maurizio saluda por la ventanilla, dice que todo es culpa de la pesada herencia. Y de la bruja del Calafate.

Indignado, Maurizio le grita al chofer que se parece a Dietrich que pare, que se baja en la próxima. El chofer que se parece a Dietrich, que nunca arrancó, hace que para el colectivo y que estaciona bien pegado al cordón (imaginario). 

Corten, corten, corten, grita Campanella, desesperado, mientras hace un churro con el guión que le escribió Durán Barba ¿Y está como se coló?, pregunta el inspector que venía pidiendo boletos desde el fondo y que se parece a Lombardi ¿Y yo que sé?, responde un mocoso que se parece a Marquitos Peña mientras le suelta la mano a su tataratatara abuela que se parece a Mirtha Legrand, quien a su vez le da un coscorrón y le jura que la próxima vez que la deje pegada a una payasada como esta le pega dos tiros (“Y yo que pensé que por primera vez en mi vida me había subido a un colectivo”).

Durán Barba desaloja el colectivo antes que la carroza se convierta en calabaza. Los pasajeros (menos la mujer que no se parece a nadie, que se ganó un viaje a Guantánamo que sorteó un pasajero que se parece al ministro de Turismo) hacen un scrum, donde se juramentan hacer el timbreo por el barrio a pesar del boicot evidente del populismo kirchenirsta-venezolano-capusotteano.

Un miembro de la comitiva que se parece a Prat Gay toca el timbre y sale corriendo. Otro que se parece a Firgerio lo baja de un tacle y lo trae de los pelos. No boludo, los que tienen que salir corriendo son ellos, no nosotros. Y, efectivamente, es lo que ocurre. Los vecinos huyen despavoridos ante el dedo insistente de la comparsa amarilla.

“Estaba durmiendo porque llego de laburar a las seis de la mañana y meta, meta sonar el timbre. Me levanto, abro la puerta y me encuentro con una gorda rubia que se parecía a Chuky, una nena que miraba con la misma ternura que Linda Blair en El Exorcista y a un tipo vestido como si estuviera en un quirófano que se parecía al presidente. No me maten, supliqué, que tengo mujer y seis hijos. Y salí corriendo”, contó Joaquín (que no se parece a Sabina). El último en irse.

29/07/2016

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