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Será 2017, 2018. A esta altura, la pandemia diluye la precisión de las fechas; un año puede ser dos, o menos. El tiempo parece una línea estable con suaves altibajos en los últimos tiempos. Salvo en la política y la guerra. Y en la economía, claro.
Es quizá 2017 entonces. El más joven del grupo insiste: un café cada quince días, sacudir la pereza de la jubilación y los periodistas y el fotógrafo van.
El lugar del encuentro no puede ser más desangelado: desde la mesa donde se reúnen pueden verse los negocios de ropa semivacíos, el restaurante de la planta inmediatamente superior, la barra a veinte metros y las escaleras, las ventanas, enormes. El murmullo ensordece y la luz encandila. Una leve melodía acompaña la charla.
La escena puede transcurrir en Las Vegas, en Tokio, Santiago, Buenos Aires o en Neuquén. Todo es igual, intercambiable como piezas iguales de un rompecabezas demencial. Y global.
Son gentes acostumbradas a cafés con identidad, con ese olor que asciende a las mesas y añora el aserrín con kerosene. Si algo faltaba para globalizar el encuentro y neutralizar cualquier particularidad cultural, a la estética Casino Magic de la arquitectura exterior y del diseño interior se suma el acento de los mozos. Venezolanos, colombianos, esos rastros de exilio americano que no es político sino económico y social. Y entonces, también es político.
Entre 2018 y 2019, cuando la reunión de café se convirtió en encuentros de trabajo con pizza, empanadas y cerveza, los cinco periodistas (luego serían, definitivamente seis) y el fotógrafo decidieron el primer paso. Habría una plataforma para subir (y resguardar) programas de radio, coberturas en noticieros y entrevistas en esos espacios, un voluminoso archivo fotográfico que relatara en imágenes la historia social de esta parte de la Patagonia, microprogramas de música y poesía, documentales radiales de música de Astor Piazzolla y de jazz de todas las épocas...
El propósito expreso de esta nueva tarea colectiva era conservar y recuperar un material radiofónico y gráfico que había sido el aire sonoro y musical y el papel impreso de una etapa. A la vez, se convertiría en una manera de recordar cómo era el oficio de periodista y de reportero gráfico antes de la computadora, lejos de internet y sin siquiera un atisbo de teléfono celular. Todo era analógico y lo más avanzado de un archivo era fotocopiar los documentos o microfilmarlos.
El itinerario a veces se bifurcó: la pizza fue asado, la cerveza se transformó en vino, y no por milagro. Y la plataforma comenzó a funcionar.
El núcleo original de siete tuvo invitados que rotaban y alternaban en esos encuentros nocturnos y se asomaban a esa plataforma que se nutría con los archivos personales devenidos en un esfuerzo colectivo. Porque lo colectivo signó este rumbo. Y el cajón virtual sigue abierto. Es una plataforma amplia y está disponible: www.pasadoxradio.net.
Ya avanzado ese trabajo de digitalizar un archivo común, ahora la tarea es recuperar los testimonios de cuando el oficio se ejercía en una ciudad más pequeña, con una escala distinta. Aunque los conflictos ya estaban planteados.
El objetivo es claro; ya hay escarceos sobre cómo podría recuperarse esa historia. En las charlas se valoran por igual lo testimonial y la precisión; el compromiso y el estilo tanto en escritura como en fotografía; el respeto y la independencia en las entrevistas. Sobre esa base empieza a construirse una serie de relatos, serie caótica al principio pero que busca -y encuentra- su forma con cada vez mayor rigor.
Es ahora marzo de 2020 y la pandemia del covid 19 fuerza al aislamiento en cuarentena. En un panorama digno de Juan Salvo, los periodistas y el fotógrafo permanecen puertas adentro.
De nuevo, el más joven reconstruye la red, ahora de manera virtual, con los mecanismos disponibles para el encuentro a distancia. Las reuniones se hacen en medio de una semiclandestinidad que ampara e inaugura una nueva forma de discusión e intercambio de material.
En pocos meses ya hay varios aportes y el libro crece en volumen y en calidad testimonial. No es una historia, es una serie de relatos que aportan visiones, recuerdos, esperanzas y dolores de una época que signó el desarrollo de la vida social y política posterior de esta parte de la región patagónica. Año y medio demandó la redacción del cuerpo principal del libro: un desarrollo que comienza con la intervención del Sindicato de Prensa durante la dictadura y los esfuerzos para recuperarlo en el último año de ese régimen.
Los relatos abordan los modos de hacer periodismo en épocas aciagas: con el aparato militar en contra, sin amparos posibles por parte de una sociedad aterrorizada y paralizada en su mayor parte.
Sin embargo, el estilo de la narración no excluye ratos de humor, miradas desde un costado desacralizador, tanto del terror como de la seriedad de los dictadores. Así, Ortiz cuenta las tácticas que aplicaban para confundir a los “civiles” que pretendían infiltrar las primeras movilizaciones.
El colmo fue en una conferencia que se hizo en el Obispado con motivo de una huelga de hambre que habían iniciado militantes por los Derechos Humanos y familiares de desaparecidos.
Antes de iniciarse la charla, se aclaró que primero nos entregarían un documento con las razones de la medida de protesta. Así que una de las colaboradoras de la APDH vino hacia donde estábamos los periodistas y nos comenzó a entregar el escrito.
Justo detrás de mí apareció un muchacho joven, de pelo muy corto y vestidito como para ir de boda, cosa que ya indicaba que no era de los nuestros. La chica le pasó el documento, pero no lo soltó, así que quedaron los dos tirando hacia lados opuestos y lo soltó ante la pregunta: “usted ¿de qué medio es?”.
El joven quedó blanco, parece que nadie le avisó que le podía pasar eso, y sólo atinó a decir “soy civil”. (Diario del civil, Osvaldo Ortiz, p. 95)
El mismo tono tiene al describir la estafa que perjudicó a los periodistas que se habían asociado en cooperativa para acceder a una vivienda. Un terreno que en esa época quedaba casi en las afueras de la ciudad, fue objeto de ventas sucesivas y contemporáneas por parte del interventor que los militares habían designado en la organización gremial.
Se me había ocurrido ponerle barrio de Prensa Patagonia Argentina, porque lo que habían hecho las máquinas del Batallón de Ingenieros 181 era una sucesión de mesetas escalonadas, tal como describían a la región en los libros del secundario. Sólo faltaba la cordillera en la parte más alta, pero tampoco se podía pedir tanto.
Era justo donde está ahora el complejo de La Anónima, y cada vez que paso por el lugar sé que abajo están las mesetas escalonadas. Al trabajo lo hicieron en la primera época del régimen militar, cuando el Sindicato de Prensa tenía el primer interventor, un tal Héctor González que trabajaba en el diario Sur Argentino.
Él nos vendió lotes a los que no teníamos casas del gremio y parece que con el entusiasmo también incorporó a la operatoria a otras personas, algunas del lugar donde solía tomar y malentretenerse. Un día hizo una reunión y nos dijo que había llegado a un acuerdo con el Batallón de Ingenieros para que hicieran el movimiento de tierras a un precio promocional, aunque para nosotros fue un sacrificio hacer ese gasto.
Lo importante para nosotros fue ver las mesetas escalonadas (algunos como yo nos sacamos fotos, como las que tomé con mi hija, que ahora está arriba de los 40, en brazos). Hubo, sí, algunos problemas con el pago a la unidad militar, porque el encargado de las finanzas del batallón nos reprochó varias veces que estaba esperando que le pagaran cuando iba a poner avisos al diario Río Negro. Yo, varias veces le mostré los recibos y dije que nosotros pagábamos y que no podíamos saber si la persona que ellos pusieron al frente el sindicato les pagaba a ellos. Ojo, todo entre risas y con un tono de simpatía, porque era una época en que el horno no estaba para bollos, como decía mi abuela. (La gran estafa: Barrio Patagonia Argentina, Osvaldo Ortiz, p. 61)
Cuando los periodistas pretendieron mejorar las finanzas del Sindicato, idearon una fiesta para recaudar fondos. Contaron con ayuda de empresarios, colegas, socios de clubes de la ciudad. Pero en la fiesta, sólo algunos rieron al final. El automóvil que se sorteaba y que funcionó como principal atractivo de esa jornada, tras el sorteo volvió a las mismas manos de donde había salido:
Llegó la ansiada ocasión. Salió la bolilla, la tomó en sus manos el notario, asintió con la cabeza y se la dio al locutor para que dijera qué número era. Saltaba como Silvio Soldán en Feliz Domingo. Gritaba. Se abrazaba con sus amigos, se reían de alegría. Sólo eran diez o doce personas que exteriorizaban tanta algarabía. El resto del salón permanecía en silencio, atónito, pasmado, desconcertado. El ganador fue uno de esos jóvenes perteneciente a la familia que nos había vendido el Renault 12, modelo 78.
Mientras los afortunados seguían festejando, el locutor trató de disimular la sorpresa e insistir con el clima de fiesta que hasta hacía unos minutos estaba desarrollándose en el Club Pacífico.
“Bueno, amigos, sigamos con esta fiesta, ahora con más artistas en el escenario, bailes, nuestra cantina para lo que quieran comer o beber. ¡¡¡Vamos, que todavía tenemos una noche hermosa por delante!!!”
Nadie respondía a la estimulación del animador. Nosotros, los organizadores, tampoco. El encargado de la música no respondía. Nos mirábamos con enormes signos de interrogación. Sentíamos en el cuerpo las miradas inquisidoras del público, que había iniciado la retirada, como uno de esos éxodos de la historia nacional o universal.
Quedó mucha comida y bebida sin vender, que era uno de los recursos más importantes con el que contábamos para hacer la diferencia, ya que casi toda la mercadería había sido donada por minoristas y mayoristas de la ciudad.
…
No tengo idea qué debe sentir un actor en las tablas con únicamente dos o tres espectadores en la platea. Pero nosotros quedamos como si estuviéramos frente al pelotón de fusilamiento. No hablamos del tema en lo que quedaba de la noche. Además, debíamos ocuparnos en ordenar y limpiar el salón. (La fiesta inolvidable -o el autobaile- Eduardo Marchetti, p. 55
El revés de la trama en los informativos radiales y la situación de las mujeres en el periodismo de 1982 está relatado por Susana Penchulef, en ese entonces recién ingresada a la radio LU5.
Días posteriores, mientras organizábamos los cables que cortábamos del teletipo de Télam, un miembro del plantel (ya fallecido) me preguntó cómo me sentía en mi nuevo trabajo. Aproveché entonces y le dije lo molesta que me hizo sentir la actitud de excluirme de las reuniones diarias del informativo con el director.
La respuesta que recibí coronó la actitud previa: “No estamos acostumbrados a que en el informativo haya mujeres, si una mujer quiere trabajar en la radio, que trabaje con Vivi (en administración), con Graciela (en publicidad), o si no, como locutora. El informativo es cosa de hombres”.
Sus palabras, que hoy seguramente horrorizarían a la mayoría de las y los periodistas, en ese entonces eran reveladoras de una “normalidad” que costó (¿cuesta aún?) mucho, muchísimo revertir. (Cuestión de género en LU5 Susana Penchulef p. 101)
La recuperación del sindicato tiene su prehistoria, cuando comenzaron las reuniones para constituir la Peña 7 de Junio, cuya sede habitual era la agencia Neuquén del diario Río Negro. En esos encuentros, una grieta se interponía entre los periodistas:
En ese mismo año comenzaron los encuentros de lo que luego sería la Peña 7 de Junio. Con cierta periodicidad se hicieron reuniones que luego habrían de culminar en asambleas...
Hubo una reunión particularmente áspera, pese a que el motivo podría ser considerado secundario: ¡el pucho! Algunos no fumaban y el aire en el pequeño salón del diario Río Negro se hacía irrespirable para todos, pero en especial para los no fumadores.
No recuerdo cuánto duró esa discusión. Fumadores y no fumadores se dijeron de todo. Hasta hubo quienes amenazaron con abandonar para siempre el grupo si no se llegaba a un acuerdo que básicamente pasaba por disminuir o directamente no fumar durante las reuniones. Con el tiempo, los fumadores disminuyeron la cantidad de cigarrillos, menos dos o tres que siguieron en la suya. Entre ellos, Ortiz que fumaba unos puchos horribles, uno tras otro. Algunos concedieron y empezaron a fumar en la vereda. (Reuniones y mucho cigarrillo, Bernardo Guerra, p. 38)
El relato principal del libro abarca hasta la movilización social ocurrida durante la Semana Santa de 1987, cuando el alzamiento carapintada puso en jaque al gobierno de Raúl Alfonsín. Ese hecho modificó totalmente la incidencia de los medios de comunicación en la ciudad de Neuquén -y en la provincia- y fue el punto de partida para el surgimiento de radios comunitarias y cooperativas como alternativa a las empresas periodísticas tradicionales.
La experiencia de Semana Santa nos demostró a nosotros mismos que éramos capaces de generar nuevos proyectos, ideas y medios populares fuera de la lógica empresarial y rentista. Tal vez por la adrenalina que seguía fluyendo en días posteriores al levantamiento militar, emprendimos la “locura” de generar nuevos medios de comunicación.
Así surgió, en una cena de cumpleaños, la decisión de crear FM Radio Comunidad “Enrique Angelelli” el 20 de agosto de 1987 y poco después, el 16 de octubre de 1987, Radio Universidad-CALF 103.7.
Radio Comunidad fue impulsada por Magín Páez y Gloria Buchiniz, con pleno respaldo del obispo Jaime Francisco De Nevares.
En tanto Radio Universidad-CALF fue posible por la decisión política tomada por el Consejo Superior y el Rector de la Universidad Nacional del Comahue, Oscar Bressan, y por el apoyo del Cuerpo de Delegados y la conducción de la cooperativa, encabezada por Osvaldo Bonvín.
Hubo que enfrentar cuestionamientos de empresas periodísticas y hasta en el mismo ámbito periodístico porque la puesta en marcha de estos medios rompía la hegemonía de las AM tradicionales. (Medios populares, Walter Pérez, p. 104)
En el camino hacia este libro, cuando ya estaban los originales listos para comenzar el proceso de edición, el periodista Osvaldo Ortiz y el fotógrafo Jorge Ariza, los dos Negros, se fueron. Por eso, este volumen es también un homenaje a ambos.
Cuando cerrábamos esta edición, Osvaldo Ortiz -uno de los más memoriosos, y activo relator de este libro- falleció en manos de un cáncer. Meses después, y justo cuando se definía la versión digital de este libro, también, víctima de un cáncer contra el que peleó con coraje y alegría, partió Jorge Ariza.
Fue doblemente duro, porque Osvaldo significó mucho para el periodismo regional. Sus relatos son una muestra de lo que hablamos. Sus aportes a la recuperación del Sindicato de Prensa de Neuquén y la formación de profesionales son fundamentales. Y Jorge, un tipo de alma tanguera, puso arte en la fotografía que testimonió la vida de la sociedad neuquina: sus conflictos, sus esperanzas, sus derrotas y sus logros. Fue, también, un maestro para los fotógrafos y fotógrafas más jóvenes.
Por eso, este libro les está dedicado. A ellos, nuestro homenaje cariñoso. (Del Prólogo, por F.B. Y G.B.)
El libro Periodismo y periodistas en el Comahue se presentará el próximo jueves 4 de agosto en el salón de AMUC en avenida Argentina al 1500 de Neuquén. Será a partir de las 18 y contará con la participación de los músicos Juan Burton y Tito Gutiérrez.
Ficha técnica:Periodismo y periodistas en el Comahue. Relatos (des)ordenados sobre el origen de la organización gremial de prensa, por Jorge Ariza, Bernardo Guerra, Eduardo Marchetti, Osvaldo Ortiz y Walter Pérez. Editores: Fabián Bergero y Gerardo Burton. Con textos de Susana Penchulef, Ricardo Villar, Alberto Carnevali y David Lugones. Diseño gráfico a cargo de Claudia Fernández y Patra García. Editado en Neuquén, la cebolla de vidrio, 2022.
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