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Panorama Político
05/06/2022

Alberto, Cristina y la lapicera

Alberto, Cristina y la lapicera | VA CON FIRMA. Un plus sobre la información.

El presidente y la vicepresidenta mostraron el viernes al país que el Frente de Todos no está roto ni se rompe, pero no ocultaron que entre ellos persisten las diferencias. La salida de Kulfas del gobierno reafirma la voluntad de sostener la unidad por parte de Alberto Fernández.

Héctor Mauriño

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 El presidente Alberto Fernández y la vicepresidenta Cristina Kirchner le mostraron el viernes al país, con motivo del centenario de YPF, que el Frente de Todos no está roto ni se rompe, que tampoco hay puja de poder como pretenden la prensa canalla, el poder fáctico y la oposición destituyente, pero no ocultaron que entre ellos persisten las diferencias, no sobre los objetivos a alcanzar pero sí acerca de los medios para alcanzarlos. Algo que para los tiempos políticos de la Argentina, puede ser algo más que un problema de forma.

Si hacía falta otra demostración de que no hay voluntad de romper, la dio ayer el presidente al despedir de su equipo de gobierno al ministro de Desarrollo Productivo, Matías Kulfas. , por distribuir un “off” en el que se intentaba descalificar dichos de la vicepresidenta justamente durante el acto del viernes.

Al tomar la decisión de desprenderse de uno de los hombres más compenetrados el proyecto del gobierno y uno de los más criticados por el kirchnerismo, Fernández privilegió la unidad del FdT condenando un hecho que bien podría haberse convertido en el desencadenante de una ruptura definitiva.

Durante la celebración del viernes en Tecnópolis, la frase pronunciada por Cristina que quizás sintetiza mejor las diferencias que tiene con el actual rumbo del gobierno fue el pedido al presidente de que “use la lapicera, Alberto”. Tanto o más que su sentenciasobre la imposibilidad de “gobernar sin conflictos” a un país tan injusto socialmente como es la Argentina.

El presidente, a su turno, coincidió con Cristina en la defensa de YPF y realzó su histórica decisión de hace una década de estatizarla. Sin embargo, apuntó que "para que la YPF que tenemos hoy siga siendo esta YPF, necesitamos que no se adueñen de la Argentina los que manejan el país como una estancia propia", como una forma de volver sobre su planteo actual de la necesidad de mantener unido al FdT en torno a su gobierno, teniendo en cuenta que los objetivos son los mismos para todos sus integrantes.

En realidad, Alberto sigue siendo Alberto y Cristina sigue siendo Cristina. El actual mandatario es un hombre conciliador, que concibe la política como la búsqueda de consensos. Y Cristina, ya se sabe, está persuadida de que quedar bien con todos es, a la corta o a la larga, no quedar bien con ninguno.

Por cierto algunas de la críticas, explícitas o implícitas de Alberto respecto de Cristina, han venido a estrellarse contra la realidad de la experiencia. Que Alberto tenga mejores modales, o busque conciliar con la oposición, el poder mediático y fáctico, no le ha servido para que lo traten mejor que a aquella ni para que lo respeten.

Tampoco le ha servido demasiado el que evite enfrentar al poder real con temas tan candentes como el lowfare, el despojo a los recursos del Estado por parte de Vicentin, o la no aplicación por decreto de retenciones o cupos a la exportación para mantener el precio de alimentos básicos.

Mas bien todo lo contrario. La burguesía rapaz de la Argentina solo reconoce relaciones de poder. Por eso se subordina a los dictados del capital multinacional y de Estados Unidos, y no pierde el tiempo en dispensar buen trato a los gobiernos “populistas”, aunque no usen ‘la lapicera’.

Lo cual no quiere decir que permanezcan de brazos cruzados frente a los que la usan. La persecución implacable a patriotas como Yrigoyen o Perón, o más cerca la propia Cristina, demuestran que son implacables en perseguir a aquellos que se atreven a usarla.

Desde que comenzó su gobierno, Alberto y sus colaboradores más inmediatos parecían tener claro que el objetivo era el mismo que el de Néstor y Cristina, pero no todos los medios. Si suavizaron los modales y declinaron usar ‘la lapicera’ sin contemplaciones, tampoco apuntaron al mismo plan para llegar a una Argentina más económicamente desarrollada y sobre todo más justa socialmente.

“Los tres Kirchnerismos”, el libro que escribió Matías Kulfas hacia el final del gobierno de Cristina, es un libro crítico de esa gestión y respecto del modelo que privilegia el crecimiento basado en el desarrollo del mercado interno. El trabajo destaca que tal plan tropieza a mediano o largo plazo con el mismo problema: el estrangulamiento externo por falta de dólares para los insumos importados que demanda el crecimiento.

En cambio, plan de Alberto, Guzmán y hasta ayer de Kulfas apunta a un crecimiento sostenido por la exportación y las inversiones, y considera que el acuerdo con el FMI puede servir para controlar la inflación. Eso sin perjuicio de que Cristina les endilgueque los dólares siguen sin aparecer.

Habrá que ver ahora si el reemplazo de Kulfas por Daniel Scioli implica algún cambio o la reafirmación del rumbo sostenido hasta ahora.

Mientras tanto, el debate sobre los modelos para llegar a un mismo fin tiene mucho de política económica pero también de ateneo académico entre economistas y, dicho desde un profano, es probable que ambos tengan una parte de razón. Que la Argentina no puede dejar de mejorar salarios y combatir la inflación porque eso asegura el crecimiento y que a mediano y largo plazo hay que hacer algo para superar de una vez por todas el famoso “stop en go”.

El problema actual es que con una oposición cerril y destituyente, y una clase dominante trasnacionalizada, a la que sólo le importa el país en función de sus propios beneficios, es imposible sentar un acuerdo a largo plazo para lograr una transformación económica duradera y útil para toda la sociedad y no solo para algunos.

Pero además, y teniendo en cuenta la pobreza que afecta a casi el 40 por ciento de la población, mientras no se encuentre un atajo para resolver el problema de las mayorías, el tiempo es igual a sufrimiento. Además de que defraudar en alguna medida al electorado propio conlleva la amenaza latente de un daño mucho mayor: que vuelva la horrible derecha.

29/07/2016

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