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Esta mañana desperté leyendo el artículo de Luis Brushtein en Página 12 y fue como recibir una fuerte impresión hacia una ominosa realidad potencial, una de cuyas puntas ya puede vislumbrarse, la inflación descontrolada.
Me refiero a la hambruna que amenaza a vastos sectores de la sociedad del planeta como consecuencia de las carencias especulativas y altos precios de alimentos y energía, generadas por la guerra entre Ucrania y Rusia.
A consecuencia de lo que se avecina, una inflación galopante que afectará en primer término a los sectores más humildes de la población, el gobierno intenta varias medidas como la aplicación de las retenciones a las exportaciones de granos que son rechazadas desde el inicio por las fuerzas de la oposición política. Eso demandará que los argentinos paguemos precios inalcanzables para proveernos de pan y derivados de la harina y de los alimentos provenientes de los cereales y la carne, que generarán seguramente la subalimentación de muchos sectores en especial niños, que crecerán sin el aporte de nutrientes esenciales para un momento de su vida en que deben desarrollar todas sus capacidades potenciales.
El gobierno no puede permitir que predominen quienes son los dueños de la tierra en el abastecimiento de los alimentos. No lo puede permitir porque sería como que el país estuviese siendo víctima de una agresión bélica, como consecuencia de lo cual, pagaremos los alimentos, si llegaramos a acceder a ellos, igual que los países en confrontación o que carecen de esos recursos.
Argentina posee alimentos y energía y el gobierno tiene el derecho de fijar las prioridades de a quienes abastecer primero. Es su obligación moral y material. El gobierno debe responder a las necesidades de la población que lo ha ungido administrador de la cosa pública desde el Poder Ejecutivo Nacional.
En esta ocasión nada puede ni debe oponerse a la decisión de poner al alcance de todos, los alimentos esenciales para la vida a un precio de acuerdo al valor adquisitivo del peso nacional.
Por ello debería estar prohibida la especulación y quien la practique debería ser severamente sancionado.
Parece obvio remarcar que la prioridad en esta situación no la tienen quienes quieren vender para otras bocas esos alimentos y así enriquecerse en demasía, suponiendo que la Nación Argentina no representa, en estas circunstancias, una referencia insoslayable. La Nación pertenece al colectivo social y si no lo saben o no lo aceptan deberán saberlo y aceptarlo a través de las medidas que implemente el gobierno en defensa de la calidad de vida de quienes integramos el pueblo argentino.
El precio del pan fue el detonante de varias revoluciones en la historia de la Humanidad, no esperemos que la sociedad permanezca pasivamente ante una situación como esa. Ante el HAMBRE la gente es capaz de jugarse la vida, porque no es alternativa esperar que las cosas mejoren o vivir de las migajas que desechan las minorías opulentas.
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