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02/10/2016

Eva Arjona, coplera de Cachi

Eva Arjona, coplera de Cachi | VA CON FIRMA. Un plus sobre la información.

Mientras el otoño cae entre dorados de los árboles, las copleras continúan su labor. Algunas lo hacen silenciosas, escondidas, repentinas como los versos que componen. Otras, al aire libre como atrayendo a los turistas.

Gerardo Burton

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Es una población pequeña, de menos de tres mil habitantes, ubicada en la confluencia de los ríos Cachi y Calchaquí, paralelo a la ruta 40. El primero le da el nombre: puede significar “sal” en quechua y “soledad -o silencio- del peñón” si se piensa en el diaguita originario. El Nevado de Cachi la custodia desde el norte.

Antes estaban los diaguitas, un pueblo de agricultores que desarrolló la alfarería y la metalurgia. Fueron dominados primero por los incas y luego por los españoles, que los rigieron con hierro, látigo y cruces según la encomienda de su cristiana majestad.

A comienzos del siglo XVIII esas tierras se convirtieron en una próspera hacienda que tenía la población en su centro. En 1946 se expropiaron las tierras donde se levanta el pueblo nuevo. Casi un siglo antes, en 1840, había nacido Victorino de la Plaza, que terminó como presidente el mandato iniciado por Roque Sáenz Peña y le entregó el poder a Hipólito Yrigoyen en 1916.

Aunque es marzo, todavía aprieta el calor, sobre todo al mediodía. La plaza 9 de Julio es el único lugar fresco a la salida de la iglesia y del museo. La capilla es pequeña, su puerta se cierra para pasar la siesta y sólo queda abierto el museo. Pero desde la plaza se escucha un canto triste, como de la cuaresma que comenzó hace poco.

Sin embargo, mientras el otoño cae entre dorados de los árboles, las copleras continúan su labor. Algunas lo hacen silenciosas, escondidas, repentinas como los versos que componen. Otras, al aire libre como atrayendo a los turistas que andan por ahí en busca de un refresco, de un poco de sombra. Así está la “coplerita de Cachi”, con su parafernalia: no sólo la caja con que se acompaña, sino también los discos compactos que vende y los parlantes que amplifican su voz y su música. A sus pies, la manta donde los turistas, complacidos, ponen sus monedas.

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Hay demasiada luz fuera de la plaza, mejor esperar a la tarde para buscar algo más sencillo: coplas, sin tanto aderezo turístico. Espero al ocaso, atravieso ese cuadrado techado por las copas de los árboles, cruzo la calle Güemes. Al lado de la municipalidad de Cachi, está la biblioteca Hilda Ruiz de los Llanos. Quizás allí encuentre las recopilaciones de coplas que se hicieron a lo largo de estos años: las de Alberto Hidalgo, algo de Jaime Dávalos -y acaso de su padre, Juan Carlos-, de Manuel J. Castilla, o de Hugo Aparicio. Son poetas influidos por estas composiciones breves arraigadas en la más arcaica tradición de la poesía castellana, ésa que se moldeó en un primer sincretismo en el contacto de los godos, los gallegos y los catalanes con los árabes. Sus orígenes se pierden en el tiempo.

La bibliotecaria señala unos libros, indica otros. Y de pronto, luego de afirmar que todavía -es mediados de marzo- no cobró su salario, que hasta ese momento está trabajando gratis porque la municipalidad no tiene para pagar los sueldos, dice su nombre, Eva Arjona. Y dice, enseguida, que ella canta coplas. Las canta sola porque “nadie me puede acompañar. Digo la tonadita, pero lo triste es que la copla se canta sola, sin acompañamiento. A veces yo sola con la caja; otras veces ni eso”.

Pero, ¿cuándo canta, en qué ocasiones? En las reuniones, en los festejos, me paro para que la voz salga mejor, salga bien. Todos parados a mi alrededor, miran y yo canto sola. Armo así, improviso para que otros respondan. Aquí se canta larguito, no como en San Carlos o esa zona. Aquí tenemos otra tonalidad, otro tono, y eso es lo que diferencia cada región.

Lamenta que los jóvenes no continúen con esta tradición. Ella quiere que otros tomen la posta y por eso dice que no quiere seguir. Pero no cumple con su promesa.

A modo de ejemplo canta una copla sobre el carnaval: “Mucho me quisiste/mucho te quise yo/ahora no llores:/fue capricho de los dos”. Otra: “Si tu novia se fue/si tu novia te dejó/esperá el carnaval/en las cenizas hay amor” y, a continuación, explica la metáfora: “si una mujer se fue, o si un amor se fue, siempre hay que recordar el carnaval: quedan las cenizas –y debajo de ellas, la esperanza del rescoldo- de las cuales puede surgir otro amor: el mundo está lleno de mujeres y de varones, y el amor siempre da nuevas oportunidades”. Siempre hay un sesgo irónico, travieso en las coplas, que invita a la complicidad y al retruécano.

La copla es una estrofa formada por cuatro versos octosílabos –es la medida más adecuada para nuestro idioma-, con rima consonante o asonante en los versos pares, y exige a los poetas dos rasgos principales: capacidad de invención y rapidez en su confección. Aunque son anónimas y populares en lo general, hoy se siguen componiendo, con temas nuevos y viejos. En síntesis, la copla necesita tres ingredientes: concisión, ingenio, ironía. Mezclados con el cuarto: picardía.

Tras mirar en los libros, la biblioteca se convierte en un lugar privilegiado: en sus paredes amarilleadas por el ocaso, las coplas de Eva se acumulan y vuelven, entre risas, entre penas. Vuelven con el amor y el desamor, con la ausencia y la llegada. Vuelven con la bienvenida y con las despedidas. Así, la bibliotecaria arma un pequeño recital de coplas, sin más acompañamiento que sus palmas. Busca las palabras, improvisa, hiere y se duele, cuenta su vida y la de sus vecinos. Éstas  son algunas de sus coplas, dichas al aire de la inspiración y sin corregir, escritas a las apuradas, antes que el tiempo se lleve la memoria:

 

Si querés cantar conmigo

Vení, parate a mi lado.

Y si viene tu dueña,

Decile que sos mi hermano.

*

Tanta naranja madura,

Tanto limón por el suelo:

Aquí hay jóvenes alegres

Para tirar el anzuelo.

*

Ay, qué lindos ojitos tienes,

Qué lindo modo de mirar.

Ay, si yo pudiera

Ahora te haría quedar.


*

No me mires con desprecio

Que me zafo de la vaina,

De lustrarte bien los cuernos

Que ti’ha puesto el pata’i lana.

*

Yo soy palomita

Que baja la aguada.

No me mires con desprecio:

Tirame un besito, no te cuesta nada.

*

Apenitas soy Arjona,

Apellido que no se ha’i perder

Aunque usté no me quiera

Igual ha’i de volver.

*

Si querés saber dónde vivo:

Vivo bajo un churqui florido,

Venite cuando quieras

Y no digas que no m’has conocido.

*

Soy duende del carnaval,

Coplera de un destino:

Hago llorar a los perros

Suspirando, suspirando en el camino.

*

Mi ranchito quedó solo,

Mi perrito sin comer:

Culpa la tienen ustedes

Que no me dejan volver.

29/07/2016

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