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La hegemonía del MPN ha colocado en una zona de confort a la oposición más importante en la provincia, puesto que el peronismo neuquino viene declinando progresivamente en su gravitación electoral en los últimos tiempos. Sin embargo, esto no provoca una reacción en sus filas intentando recuperar el rol de principal competidor por el poder político con el partido provincial y lo que se ve, en cambio, es un apoltronamiento conformista. En fin, una hegemonía que parece no incomodar.
Muchos de los dirigentes justicialistas han señalado que las oportunidades de hacer política son enormemente tentadoras en Buenos Aires, en la medida que el Justicialismo o cualquiera de sus alianzas sigan ganando elecciones generales y obteniendo la primera magistratura de la Nación. Daría la impresión que los puestos en Neuquén no son tan tentadores o que la tarea de vérselas con el partido provincial son demasiado arduas como para preferirlas.
No obstante, en los cenáculos políticos de Neuquén se habla mucho de los flancos que ofrece el MPN tanto en su gestión, como en su ética, en su coherencia ideológica como en el agotamiento de sus programas. Todas señales certeras pero que no alcanzan para neutralizar la maquinaria electoral de tantos años y los alcances del establecimiento territorial del partido.
Pese a ello, la crítica no pierde valor. El MPN ha ido mostrando que puede recostarse hacia la derecha ideológica como lo hizo cuando lo conducía Sobisch y Menem era el presidente y luego mostrarse no tan alineado con el kirchnerismo pero mostrando clara inclinación hacia el macrismo.
Pareciera que un partido popular, cuya base de sustentación es la población más humilde del interior y aquellas de las barriadas periféricas de sus zonas urbanas, tuviese una afinidad contradictoria con su sentir y se la viera claramente inclinada hacia la derecha del arco político.
Debemos advertir que los gobiernos del MPN estuvieron dotados de una gran capacidad de negociación con los gobiernos centrales, prescindiendo de partidismos o luchas por el poder, que finalmente el mejor escenario para dilucidarlas eran los actos comiciales que se jugaban en la provincia, donde habitualmente prevalecía.
Alguna vez exaltando en demasía su desafío al poder central, antepuso hasta lo razonable, su posición a que los gases ricos de sus yacimientos de gas se industrializaran en origen a efectos de que el valor agregado a estos recursos quedaran en la tierra de donde se extraían. Pero el poder central invariablemente ignoró esos reclamos que terminaron diluidos en la frustración.
Otras veces aquella oposición al gobierno central fue apoyada desde Neuquén como cuando se aprobó el plebiscito del diferendo limítrofe con Chile durante el gobierno de Alfonsin. Y en otras ocasiones esa oposición mostró una coherencia ideológica que acercó el partido al movimiento sindical peronista, cuando gracias al voto del senador del MPN se rechazó la ley Mucci, lo que provocó la postergación al infinito de la democratización sindical y la primera crisis política del gobierno radical con la renuncia de su ministro de Trabajo.
En síntesis, se ha llegado a un equilibrio, que no enerva a nadie en la provincia, como en el pasado, con la vigencia del MPN en el poder. Las principales fuerzas opositoras, oteando el futuro, parecen ser la derecha neoliberal, donde si el crecimiento de esta última tiene lugar, promete una alianza con el MPN, que dejaría de lado la lógica histórica peronista de los partidos de extracción popular en Neuquén. El peronismo, al defender su singularidad, estará entonces obligado a reformularse para dar la pelea política que vuelva a darle vigencia en la provincia.
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