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En épocas como ésta, de supremacía popular del odio crítico en redes: ¿cómo debería ser la serie ideal sobre uno de los argentinos más populares (si no el más) de todos los tiempos?
Desde lo artístico y comunicacional la respuesta no es simple, más bien todo lo contrario: no hay una sola respuesta y si la hubiera, sería complejísima. Desde lo empresarial, sin embargo, la contestación es casi un formulario, es claramente una y solo una: la serie ha de ser medida, sin extremos, balanceada a un medio perfecto, de focus group.
Con ese tono, medido al extremo, por momentos aguadísimo y discontinuado, la miniserie “Maradona, sueño bendito” irrumpe en el mundo de los servicios de ficciones por streaming a través de una de las cuatro plataformas más grandes del planeta y se posiciona implacable en Argentina, fuertísima en el mundo de habla latina y con un potencial altísimo en todos y cada uno de los países donde Diego es un mito, es decir: el 99% del planeta.
Esta semana se estrenó el antepenúltimo capítulo. Ya solo quedan dos de ocho en el tintero virtual, a la espera de que millones de personas se enteren dónde y cuándo la producción de esta ficción determina que se detiene la historia de uno de los seres mitológicos más encarnados en la sociedad argentina. Ese final y esa decisión sí es que son un gran misterio y quienes hemos venido hasta aquí siguiendo a tropiezos esta serie, nos preguntamos cuál será ese epílogo. En rigor a la verdad, el errático entramado expuesto hasta ahora no es demasiado orientador al respecto.
El episodio estrenado esta semana, denominado “Cristiana” (en referencia a Cristiana Sinagra, la mujer napolitana que tuvo un hijo con Maradona en 1986) es un verdadero mojón para terminar de definir con argumentos críticos en la mano un balance de desperdicios que sobresale -y por mucho- al de los logros de la serie. En el capítulo se tratan dos los temas fundamentales de la vida personal del 10 y amos se topan con las cortinas de lo banal. En un salto temporal que va y viene durante todo el capítulo vemos por un lado su obstinación patriarcal y retrógrada de no reconocer a su primogénito, allá, lejos, meses antes del mundial 86 (SU mundial) y por el otro un detallado foco sobre los efectos de la abstinencia a la cocaína que Diego habría tenido en los primeros días de 2000, cuando despertó en una clínica de Montevideo tras un coma de varias jornadas a raíz de una sobredosis de merca. Las dos cosas gravitan con estudiado desorden y falta total de perspectiva. Por más que Nazareno Casero (el Diego del 86) y Juan Palomino (el Diego del 2000) hagan denodados y excelentes esfuerzos actorales, lo que les mandaron a decir y hacer los deja en algunas oportunidades al borde mismo de la vergüenza ajena. Quizás éste naufragio particular, sea una buena síntesis del global de lo que deja la serie toda.
Filmada con un altísimo presupuesto y actuada por un elenco de muy buenos actores y actrices, la serie naufraga en una discontinuidad casi de desprolija lista de mercado. Su evidente búsqueda de focus group hace que las instancias salientes de la biografía del 10 se muestren casi como en una paleta de colores de pinturería: con muestreos pequeños y fragmentados, frías estampitas para una vida que -por el contrario- fue puro ardor. A bien, a mal. Ardor al fin.
A ver, repasemos uno solo de los hitos que se filmaron:
¿Le pregunta Maradona al Papa si el techo del Vaticano es de oro? Sí, pero en una secuencia de visita al Vaticano que dura segundos, está descontextualizada del resto del episodio en el que se la presenta y está filmada con una liviandad que la pone a la par una secuencia de la película “Mannequin” en el que lxs protagonistas se cambian ropas frente al probador de una tienda de shopping mientras sonríen y bailan una de Jefferson Starship.
Lo mismo que con este ejemplo, pasará con otras secuencias sociales importantes protagonizadas por Diego en el concierto de la historia del país y del mundo. Todas serán apenas unos segundos de ficción insertos en la serie con muy poco espíritu y ángel, casi como interrumpiendo la secuencia dramática de una producción que está a medio camino entre una telenovela romántica global actual, del tipo “Luis Miguel, la serie” y una producción de las del medio para abajo de Pol-Ka. No importa si se habla de la Guerra de Malvinas, ni de las Madres y Abuelas de la Plaza, ni del racismo del norte de la Italia rica. Todo se enganchará con mini clips displicentes a un entramado global confuso en el que Maradona es una masa, sí, pero de repente un tarado sin remedio, o de repente el Che Guevara, pero de golpe es un snob, forro, sin seso.
Si la idea era mostrar las propias contradicciones humanas de una de las personas con más alto grado de visibilidad de los últimos 50 años, la verdad es que -tan concentrados en no faltar a ninguna de los episodios públicos que el mismo Diego escribió- no encontraron el tono ni la forma decente de contar toda esa complejidad. Es que -volvamos al principio de la nota- la historia está aguada, y si se quiere mencionar su machismo feroz, su sensible sentido de lo social, su sexopatía por momentos inhumana, su gran determinación por visibilizar las injusticias, su adicción a la cocaína, su épica casi mágica en la cancha, su paternidad ejemplar y su paternidad espantosa (todo lo que Maradona fue) se necesita mucho más que una serie de recreaciones costosas, actores y actrices de renombre, imágenes de archivo a disposición y un festival de efectos especiales carísimos que hasta en oportunidades -y a pesar de lo que deben haber costado- son malísimos (¡las secuencias de partidos y de bancos de suplentes trabajados sobre cromas son casi de Capussotto!).
Quizás por eso la serie falla como falla, porque en el abuso de querer ser la que alaba -pero poco- a Diego y la que enjuicia -pero poco- a Diego, termina siendo un verdadero bodrio de pecho frío. Y la relectura en perspectiva de este último capítulo estrenado -insistamos con esto- es una oportunidad buenísima para ver de cerca como la producción de la tira borra con el codo lo que ha escrito con la mano: Maradona haciéndole caso a la Tota de que no reconozca al hijo es un clown, Maradona tirando un teléfono en el hospital porque quiere merca es otro clown. ¿Hubo una épica shakespireana en ese Diego que fue al mundial del 86 con la cabeza abrumada por la fantasía heroica de su paso por la Società Sportiva Calcio Napoli, sobrellevando infiltraciones musculares inhumanas y tratando de hacer pie a su creciente adicción a la cocaína? Si la hubo, pero la serie se queda -y de manera desprolija- con lo apenas anecdótico de ese episodio único en la historia del deporte mundial ¿Hubo un sino abyecto en sus comportamientos patriarcales y despóticos en torno a la borrada que se pegó por el inminente nacimiento de su hijo napolitano, un episodio también y si se quiere shakespireano? Sí, lo hubo, pero la serie prefirió contarlo de manera lavada, como en un culebrón que no está a dispuesto a poner en tensión un dilema humano así de complejo. El resto de la serie es igual.
Viendo una serie así, tan fabricada para no apasionar ni criticar en demasía, no se puede asegurar que muchas personas del país, de Latinoamérica y del mundo vayan a reflexionar sobre los grandes temas en torno a la vida de Diego. Ni sobre los buenos, ni sobre los oscuros. Ninguno. Sí este estreno es una buena oportunidad para ver que las empresas de streaming son tan pero tan caretas que buscan priorizar la elaboración de estos productos “biópicos” para que convoquen desde la temática, pero no generen disputas sociales con la gente que la consumirá, ni legales con ninguna de las personas aludidas dentro de la historia. Una pena, verdaderamente.
¿Es culpa de las actuaciones? Sbaraglia, Noher, Morán, Lanzani, Cortese, Palomino, Monje, Casero, Cardinali. Todxs ellxs desaprovechadxs en una trama que está pegada con cintex. ¿Es culpa del guion? Probablemente no, Silvina Olchansky (“El Marginal”, “Televisión por la inclusión”, etcétera) es una grossa y Diego Salmerón (ganador de tres Emmy y una pila de premios iberoamericanos) también lo es. ¿Es culpa de los directores? Tampoco, los tres son buenos. ¿Dónde falla todo entonces? Quizás una parte importante de la respuesta esté en unas declaraciones que el mismo Aimetta (el director cordobés de la mayoría de los episodios) dio hace semanas antes del estreno a “La Voz”, allí decía que esta serie que él dirige frente a la mirada atenta del planeta: “trata de traducir un concepto al mundo audiovisual y conectar creativamente a los departamentos que estarán involucrados en el trabajo”, dando a entender claramente que éste es un producto industrial casi sin pretensiones artísticas (al menos lo artístico -la clave de la comunicación sobresaliente de una ficción- no estuvo en el horizonte de prioridades). El concepto “antiartístico” se refuerza con la declaración a guion seguido de lo que acabamos de leer, le dijo a la reportera: “Es lo mismo que me pasaba cuando trabajaba en publicidad, solo que en este caso los procesos son más largos” No más preguntas, señor juez.
Así, quien quiera profundizar y detenerse a analizar interiormente qué nos puede dejar humanamente la daulísima carga simbólica del paso de Diego Armando Maradona por este planeta, bien podría ver o re-ver el documental de Emir Kusturica; o el film “Fue la mano de Dios” de Paolo Sorrentino… porque si se espera tener algún tipo de aporte o revelación importante con esta serie, el tiempo está más que perdido.
Una pena, porque con todxs esxs profesionales actuando, esxs guionistas trabajando para un todo argumental, ese presupuesto mayúsculo y esos directores filmando, Amazon podría haber jugado una carta fuerte, polémica, atrevida. En cambio prefirió la corrección política más insulsa en tiempos de haters y litigios por difamación acechando los productos. Ahora: ¡que amarretes!… ¡si una empresa que recibe miles de demandas por día por el mayor mercadeo online de objetos del mundo tiene los mejores abogados del planeta! Y bueno, prefirieron un Maradona que es un muñeco de torta.
Vos vela, y después: ¡decime si exagero!
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