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La llamada edad de oro del capitalismo fue sintetizada por Wallerstein con una expresión: “cuando sube la marea, suben también los barcos”. En occidente eso se tradujo en una combinación excepcional en la historia del capitalismo: crecimiento económico y estado de bienestar. Simultáneamente, en la amplia y diversa periferia, con distintas modalidades, se extendió la esperanza del desarrollo nacional autónomo. El desarrollismo era el paradigma generalizado, desde la Argentina de Perón al Egipto de Nasser. El bloque socialista también vivió lo suyo: sin estado benefactor pudo recuperarse rápidamente de los costos de la guerra e inclusive ganar a EEUU la carrera espacial. Pero esa expansión tenía una base energética, el petróleo barato.
Si todavía en 1960 las necesidades energéticas mundiales eran cubiertas en más de un 60% por el carbón mineral, al calor de la expansión económica de entonces, casi imperceptiblemente, la década fue cediendo al poder energético del petróleo. Ya a fines de ese decenio la proporción era inversa, 60% favorable al oro negro frente a un 30% del carbón y un 7 % del gas. Sabemos cuál fue el final de esa historia: una serie de factores económicos y geopolíticos condujeron a la crisis del petróleo, en dos capítulos: mediados de los setenta, con la decisión de la OPEP de dejar de subsidiar el crecimiento occidental y, a fines de la década, con la revolución de los ayatollahs en Irán, nacionalizando el petróleo. Comienza allí una etapa sombría, retomando la metáfora marina del comienzo: la marea bajaba y también lo hacían los barcos, todos.
Los centros occidentales se complicaban con la estanflación, la periferia comenzó a abandonar esa posibilidad de desarrollo autónomo e inclusive el imperio ruso vivirá su segunda gran crisis en el siglo con la implosión de la URSS. Como es lógico, la energía y su dinámica, base de nuestra vida, trajo cambios profundos, tormentosos y perdurables. Todo indica que será así nuevamente.
En los días que corren estamos viviendo también una crisis energética fenomenal, mundial, profunda. Si tiene su epicentro en Europa no es una situación regional, la vive también China y EEUU. Argentina todavía no la suma a las que viene acumulando, inmersa en una inflación que parece camino a la híper y en una histórica desorientación en cuanto a modelo de desarrollo a seguir, esa crisis es un zapato que -de momento- aprieta a otros. Si se ve venir, lo urgente desplaza a lo importante. Cuando llegue lo peor, se verá. De momento, en las economías centrales, la recuperación de la actividad económica luego de una pandemia que parece aflojar, calienta la economía de la energía como nuestra economía lo hace con el planeta. En efecto, en Europa, la región hasta ahora más afectada, el precio del gas aumentó cerca de un 400% en lo que va del año y el del petróleo subió más del 60% en el mundo, lo que impacta, claro, en los costos de la electricidad. Para la CEE es una seria amenaza que puede hacer descarrilar la recuperación económica post-pandémica. Estados Unidos, por esta razón, y contraviniendo las promesas ambientalistas de su presidente, aumentó su capacidad extractiva en las minas de carbón un 22%. Otro de los países más contaminantes, China, donde al menos 24 provincias del país han sufrido apagones por esta cuestión, va también por la misma senda: el Consejo de Estado dispuso maximizar la capacidad de producción de carbón y la extracción en las minas a cielo abierto. ¿Esto quedará allí? ¿El impacto de esta crisis tendrá las proporciones que la de los setentas? Todo indica que será peor. Razones para pensar así no faltan, sobre todo porque son de carácter estructural, profundas, aunque también hay de las otras (la irracionalidad de la geopolítica multipolar pone lo suyo para agravar el cuadro). Entre las primeras destaca el hecho de que el mejoramiento histórico de nuestras vidas tiene un costo que humanidad y gobiernos aún no quieren pagar. Digámoslo con Hobsbawm, en voz alta: la mayor parte de las personas que pueblan el mundo a fines del S.XX son más altos y de mayor peso que sus padres, están mejor alimentados y viven más años, aunque las catástrofes por todos conocidas hagan pensar que esto sea difícil de creer, es así. El mundo es incomparablemente más rico de lo que ha sido nunca, por su capacidad de producir bienes, de no ser así no habríamos podido mantener una humanidad mucho más numerosa que nunca antes, donde el analfabetismo, por cierto, está en extinción.
Todo ello, claro, ha significado multiplicación de problemas, entre ellos, el costo de esas transformaciones: la naturaleza, nuestra fuente de vida. Los combustibles fósiles, los que ahora están siendo más producidos en China y EEUU, nos han dado una riqueza inimaginable, pero esa riqueza no es más que disponibilidad de energía. Hemos gastado en 200 años lo que el planeta tardó 30 millones en acumular. Un calentamiento pequeño del planeta, en términos de grados centígrados, pero inmenso en términos de kilowats hora añadidos a los océanos, al suelo y a los hielos. Ese es el origen de las catástrofes climáticas y de las temperaturas extremas que requieren de mayor energía para sobrepasarlas. Los chinos y los norteamericanos, los dos países que más emisiones de CO2 producen en todo el mundo, intentan capear el temporal con lo que tienen más a mano: el carbón. Digamos, como intentar sofocar un fuego con nafta.
Otro factor, de orden estructural, es el cambio de centro de la economía mundial. Por primera vez en dos siglos de vida del capitalismo, los países que iniciaron la revolución industrial están perdiendo su primacía, ya no sólo económica sino también tecnológica y científica. Es un dato largamente estudiado. El historiador de la economía, Angus Maddison ha calculado el corrimiento del centro de gravedad de la economía mundial a partir de aproximaciones a los PBI históricos regionales, desde el año 1000 en adelante. El resultado, tal como lo graficó elordenmundial.com, es una curva que está volviendo cerca del lugar de donde salió, y con la misma modalidad depredadora del medio ambiente que nos ha hecho ser más ricos, como humanidad, desde hace 200 años.
El dato, ya conocido y estudiado, viene a cuenta de que en estos días China y el sudeste asiático están motorizando una reactivación de la demanda mundial pospandémica que reafirma esa tendencia y haciendo que se disparen los precios del gas y que las empresas atiendan más ese mercado, no sólo más potente hoy sino también mañana. En síntesis, la tendencia histórica de cambio de eje en el capitalismo mundial calienta la coyuntura energética.
Decíamos que hay cuestiones geopolíticas, claro. Los europeos sospechan algo que es muy posible: Rusia sostiene que no posee restos para que Gazprom (la estatal petrolera rusa) aporte lo que el subcontinente necesita para pasar el invierno, pero hay crecientes sospechas de que es una excusa para que suba el precio, o una presión para poner en marcha el gasoducto Nord Stream 2 –ya terminado- hacia Alemania a través el Báltico y, finalmente, poner en valor la alianza energética estrechada entre ambos países. De todas maneras ¿cuánto gas adicional se necesita para estabilizar el mercado?, es una pregunta que nadie puede responder. Además, ¿puede Rusia proporcionarlo?, ¿cómo queda el mapa geopolítico de la energía, si así fuera, con una rusodependencia europea tan marcada? Pero más allá de esos interrogantes, si el peso de lo estructural es tan grande como parece, la puesta en marcha de ese gasoducto será para Putin y Merkel como bailar una polca en el Titanic. Siguiendo con la metáfora marítima, como la de mediados de los setenta, la marea bajará y puede que los años venideros vayan tomando una modalidad más oscura. Porque la transición verde hacia las energías renovables es algo, todavía, de marcha lenta y que acontece sólo en Europa donde si bien ya en el 2020 las energías renovables se convirtieron en la principal fuente de electricidad del bloque, todavía dependen casi un 35% de combustibles fósiles. En síntesis, parece que no sólo en Argentina lo importante está siendo desplazado por lo urgente… Tal vez eso sea más normal de lo que pensamos. En definitiva, siempre suceden cosas.
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