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Columnistas
08/11/2021

La democracia puede entrar en zona de riesgo

La democracia puede entrar en zona de riesgo | VA CON FIRMA. Un plus sobre la información.

Las elecciones legislativas se realizarán con el trasfondo de los cambios violentos que provocó el Covid, no solo por sus efectos económicos y sociales. La derecha y la ultraderecha agravarán su estrategia de sabotaje y desestabilización, más aún si el oficialismo perdiera la mayoría en el Senado.

Miguel Croceri

En un momento crucial de la vida de Argentina y de toda el mundo por la tragedia del Covid-19, aunque en condiciones sanitarias mucho mejores a las que se vivían antes de la vacunación, nuestro país llega a las elecciones de mitad de mandato (que frecuentemente se denominan “de medio término”), en las que se elegirán diputados/as nacionales por los 24 distritos del país (23 provincias más la ciudad autónoma de Buenos Aires), y en ocho de ellos, además, se elegirán también senadores/as nacionales.

La contienda electoral tendrá lugar el próximo domingo, 14 de noviembre, y no se parece a ninguna otra realizada anteriormente, porque jamás nuestra sociedad ni la humanidad en su conjunto habían vivido una pandemia como la actual.

Esta característica es importante subrayarla porque ha quedado bastante ajena a los discursos públicos en general y a las campañas electorales en particular. Quizás sea porque en lo inmediato resulte imposible procesar colectivamente el significado traumático de la propagación de un virus mortal que modificó violentamente la situación personal, familiar, laboral, educativa, recreativa, económica, social y de cualquiera de las facetas que tiene la vida humana.

Pero otro factor que contribuyó a ocultar en los discursos públicos que el país vivió momentos terribles por el Covid, que en mucho menor medida todavía continúan y el futuro es incierto, se debe a que el poderoso aparato comunicacional de la derecha hizo/hace todo lo posible para negar esa realidad, de modo que solo queden en el centro del debate público los graves problemas económicos y sociales como si hubieran sido causados por la negligencia del gobierno.

Más aún: los discursos de odio en las campañas de la derecha y la ultraderecha hacen hincapié en expresiones tales como “nos encerraron en nuestras casas”, “no dejaron que nuestros hijos vayan a la escuela”, “se metieron con nuestros hijos”, “no nos dejaron trabajar”, “cerraron miles de pymes”, “no nos permitieron viajar”, “nos daban órdenes sobre cuándo podíamos salir a caminar por el barrio o correr en la plaza”, “tenés que salir a defender tu libertad”, etc. etc.

Son discursos negacionistas aunque no tontos: ocultan/niegan que la causa de todo eso fue el virus, pero no actúan así porque desconozcan la realidad sino porque de esa forma inducen a la sociedad a olvidar y negar los hechos, y en cambio creer que lo ocurrido fue culpa de un gobierno todopoderoso y maligno.

Ese comportamiento canallesco de la oposición político-institucional y de las cadenas mediáticas con las cuales forman parte del mismo bloque de poder junto con todas las corporaciones, constituye en sí mismo una prueba del nivel de deterioro democrático que sufre Argentina y de los riesgos que se presentan para el futuro inmediato y mediato.

Democracia, gobierno y pandemia

La democracia que las/los argentinas/os conocimos desde 1983, terminó en 2015. Los cuatro años posteriores (2015-2019) fueron encabezado por Mauricio Macri, y en esa etapa se sentaron las bases para un régimen de derecha caracterizado por el dominio de las élites empresariales y corporaciones locales, así como por los factores de poder extranjero, por encima de los intereses generales de la sociedad, de la voluntad democrática del pueblo y de las reglas del Estado de Derecho.

En ese periodo decenas de opositores/as, ya fuere opositores/as políticos/as, sindicales y de las organizaciones sociales -Milagro Sala en primer lugar- fueron tomados como prisioneros políticos debido a su pertenencia o afinidad con el kirchnerismo.

Cristina Kirchner, la propia líder del espacio, sufrió acoso, persecución y escarnio público sin límites. También hubo persecución y encarcelamiento de empresarios, a los que además les quitaron parte de sus empresas, también por pertenencia o afinidad con el kirchnerismo.

Todo eso fue perpetrado y avalado no solo por el gobierno macrista sino -lo cual es mucho peor- por la fracción dominante del Poder Judicial, encabezada por la Corte Suprema de Justicia de la Nación, que exhibió una completa bancarrota moral e ideológica al corromper la función para la cual fue creada la administración de justicia.

Sin embargo, el régimen de derecha no llegó a consolidarse cuando finalizó el mandato macrista, porque durante cuatro años y de forma creciente las fuerzas populares habían alcanzado un nivel de protesta y resistencia que desgastó las bases de sustentación del modelo económico-social impuesto, y porque el genio político de Cristina creó una alternativa electoral -al proponer la unidad del peronismo y sus aliados con Alberto Fernández como candidato presidencial- que pudo alcanzar una mayoría de votos suficiente como para impedir una segundo periodo macrista.

Pero a tres meses de asumir el nuevo gobierno, el virus del Covid llegó al país y desde entonces la vida cambió para todas las personas que habitan/habitamos el suelo argentino. Cambió la vida, y se multiplicaron la muerte y los sufrimientos por efectos graves de la enfermedad.

Durante la campaña electoral se habla mucho del daño económico y social de la pandemia, pero solo se menciona como una cifra al pasar lo que constituye el saldo más atroz de la tragedia del coronavirus: la muerte de más de 116.000 personas (hasta concluir la semana que acaba de finalizar).

Ese es el trasfondo con el que la ciudadanía votó en las elecciones primarias y llega a la instancia electoral definitoria del próximo domingo 14. Aunque incluso dirigentes y militantes del Frente de Todos, que practican un “resultadismo” más propio de las competencias deportivas, le hacen reproches al gobierno o a diferentes sectores del oficialismo sin tener en cuenta el drama que condicionó al gobierno y que alteró traumáticamente la vida social desde marzo de 2020 en adelante.

Sabotaje y desestabilización

Desde que en las PASO (primarias abiertas simultáneas y obligatorias) el Frente de Todos (FdT) fue derrotado en los principales distritos del país y en el promedio nacional, quedó abierta la posibilidad de que en los comicios a realizarse dentro de pocos días los votos se repartan de forma parecida, lo cual no puede asegurarse por anticipado pero está dentro de las hipótesis razonables.

La derecha y la ultraderecha, agrupadas en Juntos por el Cambio (ex-Cambiemos, y actualmente con distintos nombres según cada provincia) y a las cuales se suman la extrema derecha en ascenso representada por Javier Milei y José Luis Espert, tienen como aspiración de máxima que el FdT quede en minoría en las dos cámaras del Congreso Nacional -en estos dos años lo ha estado en Diputados pero no en el Senado-, y de ese modo impedirle gobernar.

Ese escenario no es seguro pero sí es probable. Para que ocurra, deberían repetirse resultados similares a los de las primarias. En cambio, si el FdT mejorara los guarismos electorales en algunas de las ocho provincias donde se eligen senadores/as (que son Catamarca, Corrientes, Córdoba, Chubut, La Pampa, Mendoza, Santa Fe y Tucumán), podría retener una mayoría en la Cámara alta.

De todos modos, tanto en el caso de que la coalición que encabezan el presidente Alberto Fernández y la vicepresidenta Cristina Kirchner tuviera un desempeño más favorable en relación con las PASO, o por el contrario fuera igual o peor al de esa ocasión, siempre la derecha y la ultraderecha responderán con el sabotaje y la desestabilización. En cualquier circunstancia y con cualquier pretexto.

Por lo tanto, la democracia puede entrar en zona de riesgo. Ya desde finales de 2015 el sistema de representación surgido del voto ciudadano quedó prisionero de los intereses privilegiados locales y extranjeros, una situación que desde diciembre de 2019 hasta hoy no se pudo revertir porque la pandemia alteró toda la vida política, social y económica.

Pero ahora, la estabilidad del gobierno y del sistema político están mucho más amenazadas, porque una parte considerable de la población se siente decepcionada por las expectativas que puso en el nuevo gobierno elegido hace dos años, y porque los sufrimientos de todo tipo causados por el Covid provocan efectos traumáticos -de dolor, angustia, miedos, sensación de vulnerabilidad, frustración, bronca, desamparo, desconcierto, etc. etc.- que de algún modo se manifiestan en la conducta electoral de las ciudadanas y los ciudadanos.

Además, una disparada más violenta del dólar en cualquier momento, el agravamiento de los aumentos de precios -después de un par de semanas de “tregua”-, un sabotaje al tránsito o al abastecimiento por parte de los poderes agropecuarios u otros sectores económicos, podrían ser la manera en que el gobierno de la Nación quedara acorralado en un futuro más o menos próximo.

Ello será mucho más probable si tras las elecciones de este domingo 14, el Frente de Todos queda en minoría en las dos cámaras del Congreso. Todavía no se sabe, hay que esperar que se cuenten los votos.

Y si los resultados mejoraran para el FdT, después empezaría una nueva batalla en la cual los aparatos mediáticos y políticos desestabilizadores instalarían la creencia de que hubo “fraude”.

En cualquier caso, se avecinan dos años muy difíciles para el gobierno nacional y toda la coalición oficialista, y también para el conjunto del pueblo que aspira a defender sus derechos y su calidad de vida a través de la participación en la vida pública y mediante los procedimientos democráticos.

29/07/2016

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