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La ficción coreana El juego del calamar” llegó hace un par de meses a la plataforma de la N para hacer un ruido increíble en todo el planeta. Es tanto el alboroto que hay en derredor a la serie que, hoy por hoy y sin que te interese verla, el paratexto que circula, que la analiza y que la menciona en redes y medios te llegará -quieras o no- de una manera u otra. Nadie permanece ajeno a este fenómeno transitorio de la cultura popular y personas de todas las edades la mencionan y hasta alardean haberla visto completa de una o dos sentadas, en maratones intensivas.
La circulación de información es enorme y aunque hoy todo parezca calamar, es bueno poner un marco de referencia a tanta estridencia mediática y en redes, poniendo el foco en el adjetivo calificativo “transitorio” al lado del sustantivo “éxito” cada vez que se menciona el suceso de la serie, puesto que ese carácter de transitoriedad es bastante representativo y aplicable a los fenómenos ficcionales que se ofrecen año tras año en el nuevo mundo de los servicios de streaming. Al día en el que hemos publicado esta nota “El juego del calamar” es la reina indiscutida en el mundo de las series, pero en menos de un año algún nuevo éxito asomará en el horizonte. Sin ir más lejos, hace un año y medio hablábamos aquí mismo de “Poco ortodoxa” como el gran fenómeno global de la N y hace menos de un año la atención se centraba en “Gambito de dama”, un tanque que parecía impardable. Esta sucesión concreta de éxito que deja atrás al éxito anterior detalla con exactitud el carácter efímero de los sucesos masivos en las ficciones actuales y si bien ese toque de gracia y de masiva visibilización es bien efímero, no desmerece el valor cultural global que esas propuestas alcanzan. Son buenas series, algunas inclusive son geniales, pero el hecho de que sean series que brillan solo por un tiempo acotadísimo desluce con una pátina de realismo todos esos grandilocuentes títulos que los grandes medios de comunicación (muchos de ellos -casi todos- interactuantes comerciales de las cadenas más grandes de setraming) utilizan para escribir sobre “la serie del momento”, aquella que se posiciona popularmente como el gran tanque de la actualidad.
De “El juego del calamar” se destacaron muchas cosas que ayudaron muchísimo a que se viralice a nivel global, y casi todas están calcadas, diríase “dictadas” por los equipos de prensa de la cadena. La gran mayoría tenía que ver con lo “sorprendente” que resultaba que el grueso del público mundial eligiera una ficción coreana, casi por casualidad. Ese carácter supuestamente disruptivo, el relato de “la serie que sorpresivamente le ganó a los grandes tanques de la empresa” (¡dicho por la propia empresa!) hizo que el boca a boca fuera imparable. Casi todos esos argumentos fueron replicados exactamente así en los grandes medios, después fueron levantados por decenas de miles de medios más chicos en todo el planeta y, finalmente, fueron lanzados como contenidos virales a nuestras redes personales haciendo que más de la mitad de quienes están leyendo esta nota en este momento hayan al menos tratado de ver un capítulo de la serie para ver de que se tratatodo este asunto del calamar. Pero ¿existe tal magia, la de una serie periférica, de un supuesto país menor como potencia cultural global que se convierte en éxito porque la gente sorpresivamente se lanza en asa a verla o ese discurso es un mero boom publicitario? Bueno, antes de contestar una pregunta tan larga revisemos con mucha atención algunas cositas que dan vueltas en torno a la serie de la que está hablando cada diario del planeta, cada columna de espectáculos radio y TV y de la que circulan miles de memes por semana.
Lo primero que podríamos apuntar es que, al decir que es sorprendente que el público global elija una ficción surcoreana por sobre los grandes tanques norteamericanos, lo primero que hace Netflix es lanzar un mensaje -si se quiere político- que intenta consolidar el espíritu etnocéntrico que la industria del entretenimiento de USA tiene para ponerse a sí misma como el parámetro máximo de la mejor producción mundial de contenidos de ficción. Este dato no se corresponde con la realidad, ya que en los principales puestos de visionado en todo el planeta para las series de ficción de este año se encuentran entre los primeros puestos una danesa (“El caso Hartung”) una australiana (“Clickbait”) una española (la ya un poco redundante “La casa de papel”) una polaca (“Despiértate”) y en el top 20 del planeta hasta hay una argentina (“El reino”). Nuestra serie calamara surcoreana entra, claro está, en el podio de oro de esta lista del año. ¿Sorprendentemente? Ni tanto, porque lo segundo que Netflix hace al decir que “El juego del calamar” llegó a éxito desde la periferia y casi desde la nada misma es no contar que Corea del Sur en este momento tiene los siguientes trazados culturales masivos en el planeta:
1) Posee el primer film no estadounidense de la historia que se llevó un Oscar a la mejor película (“Parasite”, 2020)
2) Invadió el mercado de la música con el más popular movimiento estilístico de pop de segmento de la actualidad (el K-Pop)
3) Posee uno de los 10 videos más vistos en la historia de YouTube (“Gangnam Style” de Psy, con 4100 millones de vistas)
4) Detenta el record de poseer el tercer lugar (por países, detrás de Japón y USA) en la estadística de películas fantásticas y de terror descargadas y vistas online en los sitios de descarga y visionado que pueden ser relevados a pesar de estar rayanos a la piratería.
5) Puede alardear de tener al menos cinco escitorxs de ficción que tienen libros que son grandes best seller en todo el planeta (Choi In-Hun, Hwang Sok-yong, Gong Ji-Young, Kim Insuk y Kim Chae-won)
6) En el último lustro profundizó a niveles millonarios una extensísima y muy popular oferta global de manghas y webtoons (historietas y series animadas para celulares) que es furor en todo el planeta.
Por todo esto, porque la cultura de masas surcoreana ya es parte de una buena parte del mundo que la consume y la busca cada vez más, es un poco naif creer el discurso publicitario de la N sobre la gran “sorpresa” del “repentino e inesperado éxito” de “El juego del calamar”. Más bien huele a triquiñuela marketinera.
Hay una vieja y clásica manera de ofertar un contenido audiovisual: te vendo un producto con antelación, como hizo la N con “El irlandés” de Scorsese en 2019 o como Amazon está haciendo con la miniserie del Diego, por ejemplo. En esa mecánica, la empresa apuesta a jerarquizar sus tanques con anuncios previos y trailers viralizados, tal y como hicieron y hacen los estudios grandes de Hollywood con sus tanques del año. Pero de un tiempo a esta parte ha surgido con fuerza otra manera de inserción masiva de un producto: promocionarlos como si fueran sorpresivos fenómenos de masas, disruptivos y casuales. Es el huevo y la gallina de los tiempos modernos. Pregunta:
¿Es “La casa de papel” una serie que la rompió porque Netflix puso -ni bien estrenó su primera temporada- millones en publicidad en redes durante una semana entera y encargó notas elogiosas a medios de comunicación empresariales o es un éxito porque la gente la eligió y la recomendó en un boca a boca feroz?
Probablemente primero haya pasado lo primero y luego lo segundo, pero la N apostó a que lo segundo -la nota de viralización gracias a un supuestamente espontáneo boca a boca- brille como si hubiera sido lo primero. ¿Huevo o gallina? Quién sabe. Lo cierto es que la estrategia les funcionó a la perfección aquella vez. Y si te ponés a revisar con atención, es la misma estrategia que también les sirvió para promocionar su serie más cara y masiva: “Stranger Things”. Es más, andate más atrás, casi al nacimiento de Netflix y podrás notar que para que “House of Card” crezca exponencialmente en público hicieron algo parecido cuando terminó la primera temporada y ya se anunciaba la segunda
Quizás por todo esto la N contó al mundo el siguiente cuentito sobre “El juego del calamar”: que es la producción de un director y guionista surcoreano que no conseguía quien le financie la serie, pero que de aquel desencuentro con el éxito de ese ignoto realizador de un país periférico surge algo casi épico y hasta vengativo que es este suceso en el que la serie (que finalmente se hizo a pesar de los riesgos de fracasar) termina siendo una de las ficciones más vistas -sino la más hasta que la próxima la destrone- en la historia de la cadena.
Pero nada de esto es verdad, o al menos no en los estereotipados términos de fantasía meritocrática con los que se quiere contar oficialmente la historia del calamar.
Lo primero que hay que sincerar para desandar este camino es que Hwang Dong-hyuk, el escritor y director de la serie, es uno de los más encaramados realizadores y productores de la industria audiovisual coreana: un artista y empresario importantísimo. Detrás de sí ha dejado largometrajes que no solo fueron taquillerísimos en Corea del Sur, sino que han sido excelentemente recibidos por el público en Europa, Estados Unidos y los países asiáticos más grandes. Todas ellas han tratado temas profundos, existenciales, políticos y hasta sórdidos de una manera muy especial: con el tono narrativo de autor y la estética popular que el cine oriental (chino, coreano y japonés) ha sabido imprimirle a sus producciones desde hace ya más de 20 años. De Dong-hyuk es “Mai padeo” (“Mi padre”), un largometraje premiado en festivales de todo el planeta que cuenta la historia de un joven coreano que es adoptado por norteamericanos y llevado desde muy niño a USA, pero ya de adulto decide regresar a Corea del Sur a buscar sus raíces y conocer a sus padres biológicos. Su búsqueda se vuelve mediática y quien dice ser su padre es Nam Chol, un hombre que se encuentra en la cárcel sentenciado a muerte por el asesinato de dos personas. Esta bella pero áspera historia de relación entre ellos dos no solo es profunda sino que tiene el plus de haberse casado en una historia que sucedió en Corea, en la vida real. Fórmula que se repite con su segundo largometraje “Togani” (“Silenciado”) una película -la más taquillera en Corea en 2011- que cuenta una historia basada en otro hecho de la realidad coreana: un profesor de niñas y niños sordomudos que termina descubriendo que muchos de ellos y ellas fueron violentados y abusados sexualmente dentro del instituto no por una persona, sino por un grupo de personas del cuerpo docente y directivo del lugar. El film reabrió una discusión completamente tapada en torno al caso real, reactivó las vías judiciales ya cerradas al respecto y -como si todo lo anterior fuera poco- puso en el tapete y a nivel masivo el tema de la pedofilia que, bajo los parámetros morales de las sociedades regionales de oriente, tiene inmensos e inquietantes claroscuros. Nota al pie: el protagonista de este film es Gong Yoo, que es el actor que, vestido con elegante traje y maletín, anda pegándole cachetadas a los posibles participantes de “El juego del calamar” en los andenes de los trenes subterráneos de la Seúl que muestra la serie.
Podemos seguir hablando de los films de Hwang Dong-hyuk en esta última década transcurrida, y de todos ellos diríamos lo mismo: fueron taquilleros, todos fueron realizados con el tono industrial que los convertía en sucesos de público (aún fuera de Corea) y de ninguno de ellos se puede decir que tiene argumento vacío o pasatista, más bien todo lo contrario. Bien: ese no es un ignoto director que viene de la nada y consigue filmar un loco argumento que se le ocurrió de esa misma nada ¿no? Este contexto es fundamental para entender que el contrato que la productora de Hwang Dong-hyuk (una de las empresas independientes más importantes del cine coreano) ha firmado con Netflix en 2020 no tiene nada border, periférico o emergente. Sus actores y actrices son estrellas totales del cine de ese país o figuras que no las contratás por tres pesos con cincuenta, como HoYeon Jung, la supermodelo coreana que es artista exclusiva de Louis Vuitton y en la película hace de la tímida pero feroz Kang Sae-byeok, la “N° 067”, esa desertora norcoreana que ingresa al juego para pagarle a un corredor para encontrar y repatriar a los miembros de su familia que están en Corea del Norte. O Lee Jung-jae, el protagonista de la serie, que es un actor licenciado y con una maestría en teatro y cine de la Universidad Dongguk en la Escuela de Graduados de Artes Culturales de Seúl. A él no es fácil sumarlo a un proyecto, pero a Dong-hyuk no le costó tanto, porque es su amigo desde la adolescencia, sí, pero sobre todo porque es su socio mayoritario en la productora. Hasta el villano de la tira es un actorazo y una estrella: Heo Sung-tae, el detestable, asesino y sociópata Jang Deok-su de la serie, es un actor que hace Shakespeare en coreano, que ya es protagónico requerido desde hace diez años, en la serie “Musin” (conocida mundialmente como “Gods of war”) y de allí para adelante es -por nombrar a un popular total de nuestros actores- un Leo Sbaraglia coreano.
Estos son solo algunos de los aspectos reales (no marketineros) que hacen de esta serie un suceso de público a nivel global. Una producción escrita y dirigida por un doctor en ciencias de la comunicación devenido en guionista y director audiovisual, filmada con una estética bien original y de moda (la de los relatos ficcionales coreanos), con un presupuesto millonario, con actores y actrices de recorrido dentro de ese desarrollo estético ¡lejos está de ser una sorpresa que triunfa de la nada!
¿La tenés que ver? No sé, mirá… se me ocurre que sí, que al menos deberías intentarlo. Creo que vale la pena. Si no tenés la N, se consigue en varios sitios de esos que están a un solo golpe de Google. ¿La tienen que ver tus hijxs chicxs? No, al menos no solxs. Viste que hay toda una polémica al respecto, muchas veces un poco inflada por demás por esa parte de las sociedades que se suelen pasar de moralistas; pero sí: merece que, si vas a dejar que la vean lxs pequeñxs, te sientes a verla con ellxs y después la charles un poco. No te olvides que parece un atrapante entretenimiento audiovisual medio sanguinolento, pero no deja de ser una pequeña tesis de un doctor en comunicación asociado con un master en teatro y cine que contaron al historia del eterno dilema humano de salvarse solo, matando para no morir, o salvarse de manera conjunta, coexistiendo, desoyendo esas voces que dice: si te esforzás, sos fuerte y determinadx, te llevas para vos lo que verdaderamente vale en esta efímera existencia llamada vida: este saco de millones de pesos, wanes, dólares… anyway.
¿Pudo el poderoso equipo de producción de esta serie lograr ese objetivo? Yo creo que sí. Vos tratá de verla, aceptando que tiene dentro suyo todos los clichés que las ficciones masivas actuales requieren, pero mucho más también. Vela, dale, y… decime si exagero.
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